La España rural se instala en el Festival de cine de Málaga para descubrirnos historias más allá de las grandes urbes
Puebla de la Reina (provincia de Badajoz) tiene 724 habitantes en poco más de 130 kilómetros cuadrados, y en ellos ha encontrado Ainhoa Rodríguez, una directora novel con orígenes extremeños, el sustrato para la que hasta ahora es la gran sensación del Festival de Málaga. Por la hondura de su planteamiento y el impacto de su propuesta formal, Destello bravío es una de las candidatas a la Biznaga de Plata. Además, su apuesta temática coincide con otras propuestas destacadas de esta primera mitad del festival. Destello bravío, La ciudad de las fieras, Live is life, La casa del caracol y Cómo mueren las reinas, además de Samichay o Bosco, aún por llegar, son una llamada a lo rural, cada una a su manera y desde su propio territorio geográfico y sentimental. En la misma línea aparece el premio Málaga Talent a Oliver Laxe, uno de los autores intelectuales de este neocine rural.
“Es una sensibilidad que está en la sociedad desde hace tiemp”, opina Oliver Laxe, director de O que Arde, con la que logró el Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 2019: “Cierto cine de autor se ha volcado en el campo desde hace tiempo, desde Víctor Erice a El cielo gira”. Laxe cree que ha podido producirse un acercamiento entre esa vanguardia y un punto de vista más mainstream, pero atravesado por un elemento generacional: “Mi punto de vista es que somos una generación que ya intuíamos que esto iba a pasar, sabemos que no es viable este mundo. Creo que hay algo que nos habita a todos, la necesidad de volver a cierta órbita, a casa”.
Se invierten los papeles y la ciudad es el lugar del que huir y el campo, el nuevo (viejo) destino: “Hay un consenso social de que la ciudad no es viable, no tiene futuro, no nos emancipa. Si todo el mundo pudiera vivía en el campo, pegado al sonido del agua”.
Hay en España 5.002 pueblos con menos de 1000 habitantes. Puebla de la Reina tiene hoy 724, 17 menos que en el penúltimo padrón. Quedan lejos los sesenta, cuando superaba con holgura los 2000 vecinos. Ainhoa Rodríguez aterrizó en este lugar de la extremeña Tierra de Barros con la idea de convertirlo en su particular Cinecittà. Pasó un año haciéndose con el lugar y sus gentes. “Era importante vivir allí y formar parte de la comunidad”, comentaba al presentar su obra.
Lo primero que hizo fue crear un taller de cine centrado en la representación normativa de la mujer. “Encontré una familia. Nos hicimos amigas”, señala la directora. “Es un pueblo pequeño en el que nunca pasa nada extraordinario, y nos puso a todas patas arriba. Somos amas de casa normales y corrientes de un pueblo pequeñito. Y ella es una gran directora que nos ha hecho actrices”, explicaba este domingo Carmen Valverde, una de las actrices no profesionales de Destello bravío. Es la presidenta de la asociación de mujeres de Puebla de la Reina: en la película y en la realidad.
“Un pueblo suspendido en el tiempo”
La película refleja “la historia de un pueblo suspendido en el tiempo, en descomposición, que sueña con su infancia perdida, y de mujeres que aguantan el peso de tradiciones heredadas pero que poseen una fuerza física, soñadora y sexual que va a mover montañas”, resume la directora.
Destello bravío deslumbra por la radicalidad de su propuesta: en medio de ninguna parte pasan cosas, muchas veces extrañas e inexplicables. Rodríguez huye del canon simpático del rural español que fijó Amanece que no es poco, y encuentra el tono en lo místico y lo misterioso, más cercano a Twin Peaks que a ningún sitio.
Bajo el misterio de lo concreto subyacen las incógnitas esenciales, que solo se pueden responder con las leyendas, la fábula y la religión. “La fabulación es esencial en cualquier sociedad para encontrar un sentido a la existencia. En una tierra de campo, encinas y sol extremo hay que fabular para volar lejos”. Por eso, de entre las casas de Puebla de la Reina destaca siempre la Iglesia y cuando no se sabe qué hacer se reza un Ave María.
De este ambiente de hule, vajilla duralex y cristos de cabecera emerge una sensualidad carnal, sintetizada en uno de los momentos cumbre, un baile rodado en slow motion. “Estéticamente puede ser una escena buñueliana o felliniana, pero es el polo opuesto porque es una oda al placer femenino. Las mujeres tenemos sexualidad más allá de los treinta, y si el audiovisual no lo recoge se invisibiliza”, apunta la directora. “Soy una mujer que siento lo que tengo que sentir, pero esto en el pueblo no se puede decir porque te toman como la fresca”, lamentaba Isabel María Mendoza, otra de las protagonistas. Siempre quiso ser artista, pero su madre la advirtió: “Hija, eso no, que no está bien visto”.
La película de Rodríguez acaba resultando una reivindicación de la mujer rural y de su libertad. “Hacer cine es una cuestión política. Es hacer cine local, con acento extremeño para marcar la idiosincrasia, con mujeres reales, seres humanos y cuerpos reales alejados de lo normativo”. Destello bravío es, en palabras de su directora, el relato de una trágica amenaza: “La desaparición del tipo de vida tradicional y la llegada del mundo globalizado”.
“Hay un gesto muy político que entre todas las cosas que puedes filmar decidas filmar a la gente del campo”, coincide Laxe. “Esa es la verdadera revolución de lo rural, generar una autoestima. A gente a la que le habías dicho que se ha equivocado por quedarse ahí, ahora le estamos diciendo al mundo que eso es lo importante. Se trata de legitimar el campo como un espacio infinitamente poético”.
'Life is live', la propuesta amable
Destello bravío no está sola en su reivindicación de la vida rural. En una escena de la comedia Con quién viajas, la protagonista comprueba que la estación de servicio en mitad de ninguna parte no está abierta. “¡Puta España vaciada!”, se queja. Años después de La España vacía, se ha impuesto la evolución del término para significar que los procesos demográficos no son neutrales. Tras un año en el que muchos quisieron huir del virus poniendo tierra de por medio con la ciudad, la identificación de lo rural como espacio místico, de descubrimiento y de redención, es, de momento, una de las notas dominantes de la segunda edición post-pandémica del Festival de Málaga.
Un ejemplo: el retorno al pueblo (retratado gráficamente en el atasco para salir de la ciudad) es el trasfondo de Live is life (Daniel de la Torre). La aldea gallega y su espectacular paisaje, reflejado a golpe de dron, son un elemento central de la historia de sus protagonistas, cinco chavales de ciudad que se reencuentran cada verano. Si en Cuenta conmigo buscaban a un muerto, aquí es una planta. Hay referencias indisimuladas a Los Goonies, hogueras de San Juan, bicicletas y bollycaos, así que el resultado es una gozosa reivindicación del pueblo como patrimonio sentimental de toda una generación, los hijos del éxodo rural español, a los que en el pueblo se ve como endomingados incapaces de mancharse el pantalón.
También La casa del caracol (Macarena Astorga) plantea el encaje del forastero, en este caso un escritor que busca inspiración en un (inventado) pueblo de la serranía malagueña. “Ustedes, los de la ciudad, se creen invencibles, pero luego son los primeros en caer”, le espetan al protagonista.
'La ciudad de las fieras', la huida forzosa
Por su parte, el protagonista de La ciudad de las fieras (Henry Rincón) huye al campo a la fuerza. La cinta retrata la dureza de la vida en las calles de una ciudad colombiana, que podría ser muchas urbes latinoamericanas. Para evitar la muerte, Tato cambia los reñideros de gallos y rimas por el trabajo duro entre el barro. Pero el retorno al campo exige también un aprendizaje, porque en la ciudad hay quien, como Tato, ha olvidado que para meterse en el fango hay que calzarse las botas.
Para las siguientes jornadas aguardan, fuera de la sección oficial, Bosco (Alicia Cano), Sedimentos (Adrián Silvestre) o Samichay (Mauricio Franco). La primera es la historia de un bosque, la segunda registra el viaje de seis mujeres transexuales a un pequeño pueblo leonés y Samichay hace el camino inverso: desde lo más agreste de la cordillera andina, Celestino y su vaca emprenden un viaje sanador a la ciudad.
En esta ola campestre, el festival ha entregado también el premio Málaga Talent a Oliver Laxe. El director, que se fue a vivir a la aldea en la que rodó O que arde, es quizá el antecedente más inmediato y sólido de la tendencia que ahora se vislumbra en Málaga: un retorno a lo rural, semillero inagotable de emociones, colores, sensualidad e historias. Tantas como pueblos hay.
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