Hacer teatro con la enfermedad mental: “Queríamos que los estigmas del loco fueran visibles desde el arte”
Una mesa iluminada en mitad del escenario. A un lado, una mujer con bata y la cara cubierta por una máscara también blanca. Al otro, una máquina de escribir en el regazo de un hombre. Hablan.
–Aquí tiene la medicación. El resto se lo añado a la tarjeta sanitaria.
Dice la mujer, con tono imperativo.
–Ah… ¿y mi diagnóstico?
Contesta el hombre que acuna la máquina de escribir. Ella es la psiquiatra. Él, el paciente y, a la vez, el autor del pasaje que se representa: el público que acudió el pasado 11 de diciembre al Centro Cultural de Jesús, en Eivissa, pudo verla durante la representación de Locos, la fuerza de la salud mental en escena. La función era el final de una terapia que había durado un año. A las pastillas y otras soluciones químicas que las personas diagnosticadas con este tipo de trastornos y enfermedades deben tomar de forma regular por prescripción médica, la Asociación Pitiusa Pro Salud Mental (APFEM) añadió un remedio complementario: las artes escénicas.
Lucía Ortín Boetti empezó a trabajar en APFEM en octubre de 2023. Educadora social y sexóloga de formación, también cuenta con formación en teatro terapéutico y en su currículo aparecen líneas relacionadas con la producción de eventos y cine. Sabe, por tanto, que cualquiera tiene una historia que podría ser contada. Y que narrar cura. “Miedos, heridas, los prejuicios con los que habían estado luchando… Todo fue saliendo en el taller de teatro que empecé a impartir con las once personas que aparecen en la obra”, explica Ortín. “Era un material muy potente y les propuse que, de forma individual, lo escribieran”. La única indicación que les propuso la terapeuta es que ordenaran la narración en tres ejes: la infancia, su relación con el diagnóstico y los sueños y proyecciones que tenían en la vida: “No toqué una coma de sus textos, sólo les acompañaba en una revisión más terapéutica para comprobar que lo que contaban les hacía bien. Pese a la resaca emocional después del estreno, que es casi inevitable, podemos decir que se ha producido la catarsis que buscábamos”.
Esos monólogos interiores fueron el pilar maestro de Locos, la fuerza de la salud mental en escena. Adrián Rodríguez, Anna Marie Gloria Phelan, Anooch Sihanam, David Cebrián, Eva María Costa, Francisco José Ruiz, Jackeline Agramont, José Vicente Chica, Mohamed Hamoudan, Rosa Ana Borrás y Victoria Sevillano volcaron sus vivencias en el papel. Cada relato era muy particular, distinto a los demás –los once tenían orígenes y pertenecían a generaciones muy diferentes: el más joven tenía veinte años; el más viejo, sesenta–, pero a la vez guardaban muchos puntos en común. No sólo entre ellos sino con las personas que acudirían a la función.
“Hay varios asuntos clave en el guion porque tocan las heridas que tiene cualquier ser humano, con o sin diagnóstico de salud mental”, cuenta Ortín, que se encargó de dirigir el montaje con la asistencia de Tania Mateos. “No hay tanta diferencia entre alguien con o sin diagnóstico. Es muy fácil empatizar con las luces y las sombras que se descubren para mostrarlas. Para nombrar esas heridas hemos utilizado la ironía, el humor y el drama. Queríamos que el texto fuera muy fiel a la vida misma”.
“¡Se te cae la baba, se te cae la baba, se te cae la baba!”, le gritan varios miembros del reparto a una actriz que no tiene tapujos en enseñarle al patio de butacas qué suele ocurrir cuando se tragan ciertas píldoras que equilibran el estado anímico del paciente mental. Esos efectos secundarios, como explica Ortín, “son un estigma del que muy pocas veces se habla. Nosotras queríamos hacerlo visible, desde el humor, aunque fuera cruda, pero sin mencionar explícitamente que se trata de algo tabú. Eso ya lo saben los espectadores”.
La enfermedad mental, la tristeza del alma, el loco. Temores de los que, aunque se huya como se huía de la peste, siguen ahí. Dentro de cada persona. Presentes en once monólogos que se trenzan a través de la voz en off del único de los actores que tenía experiencia previa sobre las tablas de un teatro. Raquel Aparicio y Eva Herrerías, psicóloga y monitora ocupacional de APFEM, son las dos únicas no pacientes que aparecen en la obra haciendo papeles de reparto: son la psiquiatra de la escena con la que comienza el artículo y la madre de uno de los pacientes. El resultado es una macedonia de recursos escénicos (se rapea, se cocina, se baila rumba, se emula a Miguel Gila al contar recuerdos del servicio militar con un casco de camuflaje en la cabeza) hilvanados por un concepto común: transformación.
“En los primeros ensayos, yo leía los textos de cada uno y ellos, de manera catártica, salían al escenario y hacían lo que sentían. Era una expresión libre y genuina de lo que tenían dentro, casi un acto de psicomagia o brujería”, cuenta, entre risas, Lucía Ortín. Y prosigue: “Después fueron ellos mismos quienes se enfrentaron al relato que habían escrito. Es curioso: al principio, algunos no se atrevían a leerlos delante del resto, o lo hacían con la silla girada a sus compañeros. Con el paso de los meses fue cambiando, tenían más confianza, dejaban de culpabilizarse por su historia. Ha habido mucho curro técnico de profesionales que nos han ayudado con la escenografía, el sonido, las luces, la fotografía… Ver que todo el trabajo que vas haciendo se materializa, da una satisfacción muy grande. Al final, estaba yo más nerviosa que ellos. Antes de que saliéramos a escena, lo gozaban entre bambalinas. Representar los pensamientos es representar la salud mental”. Como si de una sesión de terapia se tratara, buena parte de los asistentes a la función eran profesionales de la materia.
Tras las vacaciones de Navidad, llegará el momento de decidir qué futuro le espera a Locos, la fuerza de la salud mental en escena. ¿Habrá más representaciones en la isla? ¿Se llevará el montaje fuera de Eivissa? ¿Es posible plantearse una mini gira? Lucía Ortín responde: “Esta obra empezó como un proyecto terapéutico y se está convirtiendo en una iniciativa cultural. Nos están llegando propuestas, las tenemos que revisar entre todos. Queremos moverla, siempre teniendo en cuenta las necesidades y circunstancias de los integrantes de la compañía”.
Es consciente Ortín, sin embargo, que el teatro, y otras expresiones artísticas, cada día están más presentes en las terapias de salud mental. Desde 2015, por ejemplo, se celebra L’Altre Festival Internacional d’Arts Escèniques i Salut Mental, un proyecto que inspiró El Otro Festival de Rosario, Argentina. En la sociedad que abrazó el psicoanálisis con una devoción sin igual emite desde principios de los noventa una emisora donde son los locos quienes hablan: Radio La Colifata. Más de tres décadas después, los internos y ex internos de La Borda, un hospital neuropsiquiátrico, siguen contando con libertad lo que les pasa por la cabeza. Son los colifatos, una palabra que en lunfardo, la jerga de los arrabales rioplatenses, podría traducirse como loco adorable. Las grabadoras, los micrófonos y las ondas les permitieron lo mismo que han conseguido los actores de APFEM: aliviar la soledad que describe Rosa Montero en uno de sus últimos libros, El peligro de estar cuerda. A propósito de su publicación, en 2022, así se refería la escritora en una entrevista que le hicieron en el periódico argentino La Nación: “Estar loco es, sobre todo, estar solo. (...) Estoy hablando de una soledad descomunal (...) La locura es una ruptura de la narración colectiva, una ruptura en la narración común. (...) Crees que has perdido la palabra. Si a esa soledad tremenda le añades el estigma que impone la sociedad, puedes perder a grandes personas, quizá al próximo Newton”.
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