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Tu chalet lo construyó un preso del franquismo: la historia del destacamento penal de Mirasierra

Una de las pocas imágenes del centro penitenciario que tenemos, durante una visita

Luis de la Cruz

Madrid —

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En 2011 la línea 9 de metro llegaba a Mirasierra, en el distrito de Fuencarral-El Pardo. A pesar de que era un barrio más que consolidado desde hace décadas, la línea de suburbano había echado el freno en Herrera Oria, al otro lado de la Carretera de la Playa, y en los mentideros se decía que algunos vecinos de la exclusiva barriada preferían que el transporte de la clase trabajadora por excelencia llegara, mejor, solo hasta las puertas de sus dominios. Verdad o mentira, la versión popular hablaba de una isla urbana residencial y de clase alta, con bonitos chalets, calles arboladas y mucha seguridad privada. Un barrio que, pocos lo saben, fue concebido en la posguerra bajo el paraguas de la vivienda social y levantada por las manos de presos comunes y políticos.

Empecemos por el contexto. El trabajo de los penados había sido habitual durante el siglo XIX y, más recientemente, en las colonias del norte de África. Uno de los usos más conocidos de trabajo esclavo para llevar a cabo obras públicas en nuestro país fue el Canal de Isabel II en Madrid. La práctica fue erradicada del corpus legal durante la Segunda República, aunque durante la guerra habría campos de trabajo en los dos bandos.

Renacido en la posguerra como forma de castigo a los perdedores y elemento clave en la reconstrucción del país, el uso más conocido de esta modalidad de trabajo esclavo fueron las obras del Valle de los Caídos en Cuelgamuros (ya encontramos allí el apellido Banús, que repetiremos mucho en este artículo, por cierto). Pero la práctica estuvo muy extendida y tomó la forma de los llamados destacamentos penales. Estos, comienzan su andadura nada más terminar la guerra, alcanzando su cénit en 1944, año en que contamos 121 establecimientos de este tipo, que albergaban una población de unos 16.000 presos que trabajaban para el estado y empresas privadas.

A partir de esa fecha comienzan a llegar también los presos comunes a los destacamentos. Para asegurarse de que las empresas privadas que empleaban a los presos no incurrieran en competencia desleal con el resto, se obligó a que el jornal fuera el mínimo fijado para el trabajo, aunque en la práctica solía ser inferior. Autoridades y empresas se dieron pronto cuenta, además, de que los trabajadores penados resultaban más productivos que los libres porque sus jornadas laborales se alargaban lo que fuera necesario. Así lo expresaba la propia Dirección General de Prisiones en una de sus memorias:

El objetivo era “la reconstrucción y grandeza nacional”… llevando a cabo… “aquellas obras públicas no rentables al precio de los salarios ordinarios, que no podrían acometerse con mano de obra libre, y con las cuales se pueden alumbrar enormes riquezas para la prosperidad futura de España”

El destacamento penal de Mirasierra empieza a funcionar en 1954. Lo normal en aquellos años es que el régimen empleara a los presos en la construcción de ferrocarriles o embalses, pero la naturaleza de este sería bien diferente: la construcción de la Colonia Satélite Mirasierra, una urbanización de hotelitos levantados en los terrenos rústicos que entonces se conocían como de Valdelobos.

José Banús, uno de los dos hermanos pertenecientes a la estirpe de constructores que hicieron fortuna con el primer franquismo –y que ya se habían beneficiado con anterioridad del trabajo de los penados antifranquistas– lo pensó así: “la Providencia reservaba este paraje para destinarlo a la sufrida clase media, y dentro de ella, a la menos pudiente”. Lo recoge el historiador Fernando Colmenarejo en su trabajo Vivir en Madrid sin padecerlo, viviendo en Mirasierra (Fuencarral, Madrid). El último destacamento penal de España. A él debemos gran parte de la información de este artículo.

El proyecto lo capitaneó su hermano Juan, que comenzó a adquirir aquellos terrenos rurales ya en los primeros cuarenta pero, al principio, se encontró con la desconfianza de los propietarios y la posición contraria del consistorio del pueblo de Fuencarral, al que pertenecía el terreno. El régimen llegó al rescate con el Decreto Ley de 19 de noviembre de 1948, que, bajo el pretexto de resolver la terrible crisis de la vivienda que vivía España, abría las puertas a la iniciativa privada y facilitaba las vías de expropiación forzosa. No será la última vez que las decisiones administrativas del régimen favorecerían los intereses de Hermanos Banús SA. Años después, una oportuna recalificación haría subir exponencialmente los precios de los terrenos que habían adquirido en el lugar donde edificarían el Barrio de El Pilar (en este caso sería José Banús el principal promotor).

De esta forma, bajo la premisa de luchar contra la carestía habitacional y “el paro obrero”, se constituyó la empresa Jubán SA de construcciones, que planteó a la Junta Nacional del Paro un proyecto para la construcción de 2000 hotelitos bonificados, que se realizarían en fases de 200 hoteles, reservándose la inmobiliaria la posibilidad de venderlos.

Una vez concedido el preceptivo permiso en 1953, era el momento de tocar otra puerta del entramado franquista: la del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, que había sido creado en 1937. Solo un año después se estrenaba el Destacamento Penal de Mirasierra, que nacía con la finalidad de proveer mano de obra para la construcción de la colonia y emplearía a 150 presos. Según los datos ofrecidos por Colmenarejo, durante la década de los sesenta más de la mitad de los obreros que trabajaron en la construcción de Mirasierra fueron penados (el 56, 63%).

Quienes conozcan la zona deben situarse para localizar su hoy desaparecida figura en la Travesía de la Costa Brava, junto al colegio Santa Joaquina de Vedruna y la M-607 (carretera de Colmenar). A orillas de Fuencarral y mirando a Mirasierra desde el otro lado de la carretera.

Pero la altura de los años sesenta, con solo una pequeña parte de la colonia construida y las expropiaciones sin abonarse, quedaba claro que el componente social de la empresa había derivado en una urbanización de lujo. Un paseo por el BOE devuelve algunos pleitos de los propietarios originales de los terrenos en Fuencarral contra Jubosa y las expropiaciones por la vía de urgencia, corrigiendo al alza, en ocasiones, el justiprecio.

Como la cosa era polémica, en mayo de 1965 el Consejo de Estado se pronunció en contra de anular los beneficios otorgados por la Junta Nacional del Paro años atrás, aunque apremió a la empresa para que el ritmo de la construcción fuera mayor.

Los destacamentos penales murieron en 1970 pero el centro penitenciario de Mirasierra aún prolongó su vida una década más. En septiembre de 1981 la prensa daba noticia del final del penal, que en ese momento era una prisión de régimen abierto. La comunicación oficial habla de que, sencillamente, había cumplido su cometido para con la empresa constructora y, de hecho, Comercial Mirasierra S.A. se hizo cargo de las instalaciones cuando se marcharon lo últimos presos.

En ese momento solo vivían en la casa de Mirasierra una docena de presos, que se dedicaban, básicamente, al mantenimiento del propio establecimiento. Unos pocos años antes, siendo ya un penal de régimen abierto, había tenido un habitante ilustre –que unos años después lo sería mucho más–. Se trataba de Jesús Gil y Gil, que pasó por allí después del desgraciado derrumbe en los Ángeles de San Rafael que costó la vida de 58 personas. Gil y Gil recaló allí tras pasar por otras prisiones y pasó a ser el encargado de la oficina. El constructor tenía libertad de movimientos, acudía cada día a su oficina de la calle Goya y volvía Mirasierra a dormir. El 24 de febrero de 1972 Franco le concedía el indulto, tras 27 meses en prisión.

En lo que hoy es la ciudad de Madrid hubo otros destacamentos penales, como los de Fuencarral (ligado a Construcciones AMSA) o Chamartín (también a Hermanos Banús), cuyos reclusos se emplearon en la construcción de la línea férrea Burgos-Madrid. En la región hubo más, como el de Bustarviejo, cuyos presos también estaban empleados en este trazado. El uso agrícola que se dio a sus barracones después de cerrar en los años 50 ha permitido su pervivencia y que arqueólogos e historiadores hayan podido saber más sobre la vida de los presos, averiguando por ejemplo que fue habitual que en las cercanías de los penales se instalaran asentamientos chabolistas donde residían algunas de las familias de los presos para estar cerca de ellos.

El destacamento penal que hubo a las puertas de Mirasierra fue uno de los más poblados y el más longevo del franquismo, a pesar de lo cual su existencia es prácticamente desconocida para la mayoría de los madrileños. Las manos de los presos de la dictadura levantaron aquellos hotelitos de piedra, con bonitas veletas en los tejados, y casi nadie hoy lo sabe.

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