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Historia de la “mala praxis subterránea” en Madrid: así se invisibiliza o manipula el patrimonio enterrado de la ciudad

Restos arqueológicos de Sol al ser descubiertos (izquierda) y una vez tapados (derecha).

Guillermo Hormigo

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Las obras en la Puerta del Sol se encontraron recientemente con una (habitual) sorpresa: en la parte norte de la plaza, bajo el subsuelo, permanecían ocultos varios muros de lo que al parecer fueron construcciones antiguas, probablemente derribados en alguna de sus distintas reformas. La Comunidad de Madrid necesitó apenas unos días para autorizar al Ayuntamiento que enterrase de nuevo estos restos. La Dirección General de Patrimonio del gobierno regional daba vía libre al consistorio para que los cubriera “con geotextil y arena limpia”.

No es, ni seguramente será, el último caso de estas características. Si el patrimonio visible de Madrid ya se encuentra permanentemente amenazado ante intereses económicos o políticos, el que permanece oculto es mucho más proclive a ser manipulado, ignorado, olvidado o destruido. Este relato de la desmemoria lo empieza narrando Alberto Tellería, vocal técnico de la plataforma Madrid Ciudadanía y Patrimonio: “Los restos del primitivo puente de Segovia medieval y los de la cabecera del Real Canal de Manzanares [hallados ambos en 2006] están desplazados y olvidados en el Taller de Cantería de la Casa de Campo”.

Sobre este último caso, desde la web de la Plataforma de Amigos Real Canal de Manzanares cuentan lo sucedido: “Cuando el Real Canal fue clausurado, alrededor de 1860, las pestilentes aguas estancadas se convirtieron en un problema sanitario, por lo que tras algunos años se decidió cegar. Suponemos que las decoraciones de mármol debieron ser rescatadas y trasladadas a algún lugar seguro de los almacenes de palacio, aunque a día de hoy permanecen en paradero desconocido”.

“Otras partes del monumento debieron ser desmontadas y vendidas como material de construcción”, añaden. Pero no todo se perdió, y parte del patrimonio podría haber sido revitalizado: “Lo hemos sabido gracias a las excavaciones arqueológicas de 2006 en la zona por causa de las obras de soterramiento de la M-30: fue descubierta la parte baja y cimentación de la monumental cabecera. Los restos fueron llevados por los servicios municipales a sus almacenes para preservarlos, pero luego olvidados”.

Madrid-Río es la joya de la corona del Madrid contemporáneo, incluso del más sostenible. Pero no es verde todo lo que reluce. Una lápida metálica de grandes dimensiones recuerda la historia y marca la embocadura del llamado Túnel de Bonaparte, así bautizado por haberlo encargado el rey José Bonaparte al arquitecto Juan de Villanueva en 1811. Su objetivo era conectar directamente el Palacio Real y los Jardines del Campo del Moro con la Casa de Campo, donde el Rey tenía su residencia. Para Jaime Matamoros, integrante también de Madrid Ciudadanía y Patrimonio, lo que ha pasado con este enclave es “otro ejemplo de mala praxis subterránea”.

“El túnel de Bonaparte fue cegado y desfigurado tras la última reforma de los túneles de la M-30 y la subida del cauce del río Manzanares dentro del proyecto del parque lineal”, explica Matamoros. Opina que “el uso que le dan como cuarto trastero para jardineros del parque es un tanto chapucero y nadie lee la lápida”. La reapertura del túnel para el paso o la visita se ha convertido en una eterna promesa, como analiza en este artículo el periodista Javier López Macías.

Lo visible trastocado

A diez metros bajo la plaza de Isabel II, la estación de Ópera alberga una recreación museística de la histórica fuente de los Caños del Peral. La visita, abierta al público, permite conocer la fuente que recogía el agua de manantial junto al arroyo del Arenal durante la segunda mitad del siglo XVI, la galería de abastecimiento en bóveda de cañón y el acueducto que, salvando al barranco del arroyo del Arenal, surtió de agua al Palacio Real desde el siglo XVII hasta los albores del siglo XX.

No obstante, Alberto Tellería matiza las irregularidades cometidas en otra restauración más imperfecta de lo que aparenta: “A decir verdad, el caso de los Caños del Peral no es lo que parece; sólo se salvó (desplazándolo) un arco de los tres que aparecieron del acueducto, y el trozo que se exhibe de la fuente renacentista (también desplazado) está así porque se cortó por error, ya que se creía más corta y tenían el objetivo de dejarla fuera de la estación, pero el grueso de la fuente sigue enterrado, localizado y sin posibilidad futura de excavación ni exposición”.

En su opinión es otro ejemplo de “mala praxis de arqueología preventiva”: “De haberse actuado con ambición cultural se habría excavado previamente la plaza para conocer con precisión los elementos (acueducto, fuente y alcantarilla) y luego se habría podido pedir a los ingenieros de Metro que los conservasen in situ y desarrollasen su proyecto de ampliación de la estación de Ópera en torno a los mismos. ¡Y como he trabajado con ellos, puedo asegurarte que lo habrían resuelto, porque son unos fenómenos!”. Así, dice Tellería, “habríamos tenido una estación en la que se expondrían completos el acueducto y la fuente (y no sólo un arco y un caño), mejorando la comprensión del espacio e incorporando dos piezas excepcionales al patrimonio cultural de la ciudad”.

El chapucero arte del traslado

A muchos de los tesoros arqueológicos que se encuentran bajo el suelo de Madrid les espera un mismo destino: el traslado. Bajo argumentos como la visibilidad o la seguridad es lo sucedido, por ejemplo, con los cimientos de la primera Iglesia del Buen Suceso en la Puerta del Sol. En 2006, durante las obras para la construcción del Cercanías en su estación, aparecieron restos de este antiguo templo construido en el siglo XV. Junto al lugar donde estaba previsto instalar la futura boca de entrada, se iniciaron las prospecciones arqueológicas obligadas a petición de la Dirección General del Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid. Y sí, las obras se retrasaron enormemente.

El interés de muchos de estos cimientos radica exclusivamente en su ubicación, porque su valor material es ínfimo

Parte de los cimientos de la antigua Iglesia del Buen Suceso se expusieron finalmente tras un cristal en el vestíbulo de la estación. La posibilidad de volver a montarlos en su lugar original, la propia Puerta del Sol, se descartó. De hecho, cuatro columnas de la iglesia se encuentran ahora en los Jardines del Arquitecto Ribera, en Tribunal, trasladadas allí desde un almacén municipal para la reinauguración de este parque, informaron a este medio en su día fuentes municipales. Para Tellería todo esto es un sinsentido, ya que “el interés de un cimiento como ese radica exclusivamente en su ubicación, porque su valor material es ínfimo”.

Tellería cita otros casos: el torreón islámico arrinconado en el aparcamiento de la plaza de Oriente, único resto conservado de un conjunto arqueológico con el máximo interés; los sótanos del Palacio de Godoy en la calle Bailén, que parece van a poder visitarse, pero aislados del edificio del que originalmente formaban parte; los viajes de agua (los canales subterráneos creados para abastecer de agua Madrid a partir de la época musulmana), que todavía no han sido declarados Bien de Interés Cultural para garantizar su protección o los cimientos del cuartel de San Gil, expuestos como si fuesen una arquería monumental y nuevamente fuera de su ubicación original.

“El propio Sabatini estaría horrorizado al verlo”, dice para terminar. En Madrid espanta mucho de lo que se ve, sí. Pero, como demuestran algunos de estos casos, igual de terrible es no poder mirar todo aquello que todavía permanece enterrado.

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