Calle Libreros, un clásico de Madrid que se está quedando sin libros
Libreros corre el riesgo de convertirse en una de esas vías de Madrid con nombre de oficio y gremio antiguo -Cuchilleros, Latoneros...- que no concuerda ya con la actividad que en ella se desarrolla. No hace tantos años en estas vísperas de vuelta a los centros de enseñanza era una calle bulliciosa con colas a las puertas de la docena de librerías que tenía y de compraventa a pie de suelo entre particulares de libros de texto. Sin embargo, ahora, a principios de septiembre cuesta encontrar personas en alguna de las tres únicas tiendas de libros que quedan abiertas: La Merced (número 5), Madrid (número 6) y La Casa de la Troya (número 8).
Libreros se ganó su fama por concentración de oferta y especialización de la misma: compraventa de libros de segunda mano, rarezas, novedades editoriales y textos para estudiantes se daban la mano en cantidad en sus escasos 100 metros. Vivió sus mejores años entre los 50 y los 90 del pasado siglo pero desde entonces se inició un declive comercial que se ha visto acelerado en los últimos tiempos en los que el negocio de la venta de libros de texto ha desaparecido prácticamente (internet, programa Accede de la Comunidad de Madrid...) y el resto del pastel sólo da para resistir con lo justo y menos.
Las fotocopias, la irrupción de internet, Accede -el programa de préstamo de libros de texto que desarrolla la Ley de Gratuidad de los Libros de Texto y el Material Curricular de la Comunidad de Madrid-, la venta online, la proliferación de grandes superficies y algunas razones más están condenando a la irrelevancia a una calle que ha sido esencial durante décadas para lectores y estudiantes.
Elena Córcoles regenta junto a su hermano Antonio y su hijo Juan Carlos la librería La Merced, fundada por sus tíos -Carmelo Ramos y Consuelo Castro- hace 49 años. Mientras recuerda los años 80 como los de mayor esplendor del negocio librero en esta calle -en La Merced trabajaban cinco personas- habla del futuro del mismo con una mezcla de incertidumbre y pesimismo y, si bien confía en poder aguantar hasta su jubilación y la de su hermano, ve complicado que su hijo, quien estaría dispuesto a continuar con la tradición familiar en el mismo emplazamiento, pueda ganarse la vida en la librería.
“Si no se anima la calle, mal asunto”, acuerdan los Córcoles sin llegar a explicarse cómo estando tan cerca de la Gran Vía y con la tradición librera que tiene no atrae a más personas. Antonio asegura que quienes se acercan ahora a la calle lo hacen más para recordar sus tiempos de estudiantes que para comprar algo. Ellos de memoria andan sobrados, si bien de eso no se come.
“Delante nuestro, en el número 10, donde ese edificio ahora de viviendas, estuvo la librería Doña Pepita, la primera que se abrió en esta calle y de donde posteriormente fueron saliendo muchos de los dueños de las otras librerías que se fueron abriendo aquí, tras formarse en ella. En el número 16, donde también hay ahora pisos, estuvo otra de las más famosas, la de La Felipa (con placa conmemorativa en la calle). Entre ambas, en el número 14, la librería Salamanca, que cerró hace unos tres años. La librería Enrique, convertida ahora en peluquería, estuvo en el número 8. La Fortuna, otro clásico de la calle, en el número 4, cerró poco antes del confinamiento y algo antes aún, hará unos dos años, se despidió la librería Alcalá, que estaba a su lado. En la acera de enfrente, en la esquina con la calle Flor Alta, estuvo hasta hace unos cinco años la librería Barber y aún a la vuelta, La Cristiana”.
Más cerca de Gran Vía, en el número 2, se encontraban la Librería Antigua y Moderna, de Antonio de Guzmán, y la Librería Barbazán, según apunta Pedro Angulo Muñoz, de la librería La Casa de la Troya, completando la memoria de sus vecinos de La Merced.
La Casa de la Troya, abierta por Laura Requena en el año 1935 en el local de lo que antes fue una taberna-colmado, es actualmente la más antigua de la calle, que la vio nacer cuando aún era calle de Constantino Rodríguez (antes fue de la Justa y de Ceres), porque Libreros no se llamó como en la actualidad -se dice que a propuesta de Pío Baroja- hasta 1943.
Sobre el porqué Libreros ha vivido tiempos mucho mejores a los que vive ahora Angulo apunta también al hecho de que en su confluencia con la Gran Vía tiene un aspecto actual como de trasera de algo mucho más brillante y no invita a adentrarse en ella. “Hay dos restaurantes que sacan sus cubos de basura como si lo hicieran a un callejón, está la parte de atrás del teatro, el edificio de notificaciones y embargos de la Comunidad de Madrid... Luego está el hecho de que la cuesta abajo del negocio ha provocado, lógicamente, que según se han ido jubilando muchos libreros nadie haya querido recoger el testigo, restando eso atractivo al conjunto”. “Nosotros aguantaremos lo que podamos”, comenta Pedro, queriendo confiar en la clientela fiel, de antiguo, que atesora su negocio.
La tercera librería que sigue abierta en la actualidad en Libreros es Madrid, en el número 6. Dedicada casi por completo al libro de texto, en general, y al universitario, en particular, ha sufrido mucho la desaparición del público estudiantil. Fue inaugurada en 1985 y desde ese mismo año trabaja en ella Luis Derecho, quien no puede más que ver un corto futuro al negocio y a la tradición librera de la calle.
Hace poco más de una década que el Ayuntamiento convirtió en peatonal la calle incrustando en el nuevo pavimento letras. Se creía que de este modo se invitaría más a que la transitara parte del enorme flujo de personas que pasan por Gran Vía, pero no ha sido así. Desde La Merced aseguran que más bien la peatonalización los ha aislado aún más: “Antes, al menos, aunque fuera de paso la cruzaban coches, nos veían y se acordaban de que estábamos aquí. Ahora ni eso”.
“En los últimos años lo que más gente ha traído a esta calle ha sido que se supiera que en ella vivían Alaska y Mario Vaquerizo”, cuenta Pedro desde La Casa de la Troya, situada debajo de los balcones con flamencos rosas que delatan el domicilio de la pareja de famosos. Quizá la cuesta abajo de Libreros tenga también que ver con que la calle sea ahora más conocida entre las nuevas generaciones por los citados flamencos que por las oscuras golondrinas que Bécquer imaginó un día colgando nidos en uno de sus balcones.
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