Descifrando el discurso de la inseguridad desde los barrios de Lavapiés y Salamanca
Encender Telemadrid cualquier día por la mañana es encontrarte con una sucesión de malas noticias, muchas de ellas relativas al problema de la inseguridad ciudadana: hoy son las bandas latinas, ayer un timo generalizado, cualquier día la okupación extendiéndose como una manche de aceite…
Más que con cifras y explicaciones, la inseguridad es un tema que se trata con imágenes y aspavientos, todo lo contrario de lo que hace Santiago Ruiz Chasco en el libro Madrid: las dos caras de la (in)seguridad (Dado, 2022). Un trabajo que se adentra en los discursos sobre la inseguridad como fenómeno urbano contemporáneo con la profundidad que le otorga venir de su propia tesis doctoral y la prolijidad que cabe en sus cuatrocientas páginas largas. El subtítulo del texto nos ayuda a entender que no es solo un libro que baila con conceptos y autores, sino que baja al barro –al barrio, permítaseme el ripio– y tiene vocación de ayudarnos a comprender el trasfondo de la programación de nuestra tele matinal: Análisis sociológico de las desigualdades sociales y la inseguridad ciudadana en los barrios de Lavapiés y Salamanca. El trabajo se presenta este sábado en la librería Sin Tarima a la hora del vermú.
Las fronteras sociales en la ciudad global: de Lavapiés a Salamanca
Los barrios de Salamanca y Lavapiés no son exactamente barrios, según el listado del Ayuntamiento de Madrid. Sin embargo, todos los nombramos como tales, a pesar de que el primero podría corresponderse, más o menos, con el de Embajadores y el segundo es un distrito completo del que excluimos mentalmente sus zonas más populares, como Guindalera o Fuente del Berro. Sus orígenes y desarrollos históricos nos hablan de cómo es hoy la ciudad. Lavapiés, barrio popular antes del ensanche, ha seguido manteniendo su localización conceptual al sur de la ciudad, a pesar de que hace tiempo que quedó en el centro de la misma. Salamanca, fruto del ensanche decimonónico y de las ansias por alejarse y distinguirse de la burguesía madrileña sigue siendo, a todos los efectos, el lugar del mapa donde clavaríamos el alfiler si nos dictan la palabra burgués.
Pero hoy, y desde los años noventa, Madrid es una ciudad global, sede corporativa y financiera de nuestro país; una urbe en búsqueda constante de marca en competencia con otras grandes capitales internacionales. Y el modelo de ciudad neoliberal ha profundizado los índices de desigualdad y ha alimentado la vieja división norte-sur (más bien noroeste-sureste) con la llegada simultanea de nuevos profesionales altamente cualificados y trabajadores sin cualificación.
Atendiendo al índice GINI (cuyos valores oscilan entre el 1 –máxima igualdad– y el 100 –máxima desigualdad–), comprobaremos que la Comunidad de Madrid tiene una puntuación de 35,00, es decir, 1,80 puntos por encima de la media del Estado español y 4,1 por encima de la media de la Unión Europea. Según el Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en la Comunidad de Madrid 2019, presentado por la Fundación FOESSA, la distancia que separa al 20% más rico y al 20% más pobre ha ido aumentando en la última década. Una desigualdad que tiene, como sabemos, rostro de mujer y de migrante.
En el libro se enseña muy gráficamente cómo se mantienen (y ensanchan) las viejas divisiones espaciales a través de la movilidad de vecinos. Al distrito de Salamanca se mudan, sobre todo, personas procedentes de municipios como Pozuelo de Alarcón, Alcobendas, Alcalá de Henares o las Rozas; o del propio distrito, Ciudad Lineal, Chamartín, Chamberí o Centro.
Curiosamente, en el barrio de Salamanca hay un porcentaje de extranjeros (26%) ligeramente superior a la media madrileña (23%), con preponderancia venezolana, mexicana, estadounidense o francesa. A pesar de ello, nunca lo imaginaríamos como el espacio multicultural que es Lavapiés, cuya diversidad es, por su clase social y procedencia, entendida como una continuación en el tiempo de las clases peligrosas de las que hablaban los textos antiguos para el barrio cuando era denominado barrios bajos.
De lo que nos habla aquí el autor es de la permanencia de la geografía moral urbana establecida en todas las grandes ciudades del mundo tras su estallido demográfico como grandes ciudades fordistas. También de cómo, en todas ellas –Londes, París, Chicago o Madrid– se produjo un cambio en el mundo delictivo: se pasó de la hegemonía de los delitos de sangre a la de los delitos contra la propiedad. Y en esas estamos aún hoy.
Por otro lado, el gran crecimiento de las ciudades capitalistas acarreó también la eclosión de otro tipo de delito, que el autor llama de cuello blanco. A tenor de la composición social de los barrios, de quiénes los habiten mayoritariamente, predominarán un tipo u otro de robos, pero la consideración social sobre los mismos dependerá de la ideología que surque nuestras sociedades.
El concepto de inseguridad que manejamos habitualmente es subjetivo pues, no hace referencia a todos los peligros que acechan la vida de los ciudadanos. No se refiere a inseguridades laborales, sociales, a los índices de suicidios o a muchas otras circunstancias que amenazan nuestro bienestar. El sentido de inseguridad se circunscribe únicamente a la delincuencia callejera, incluyendo incluso situaciones que están fuera del código penal pero que percibimos como peligrosas, como pueden ser un grupo de muchachos jóvenes reunidos en una esquina de la plaza.
En 2014, después de varios años de descenso de las tasas de criminalidad en Madrid, se produjo un cambio de tendencia, subiendo las sanciones hasta superar las tasas de 2010. ¿Es Madrid un lugar más peligroso? No exactamente. La razón de la escalada de la estadística es el aumento de hurtos (robos sin uso de fuerza ni violencia) y no ha venido acompañado de una disminución de los efectivos policiales.
La concentración de infracciones penales en el centro de las ciudades es una constante en toda Europa, y se debe a su actividad comercial, económica o de ocio. En Madrid, en concreto, las zonas donde uno debe vigilar la cartera con más cuidado son Gran Vía, la Puerta del Sol y la parte de la Calle Alcalá que va desde la Plaza del Sol a la plaza de Cibeles. A pesar de ello, Lavapiés acudirá a muchas cabezas antes que estos espacios como espacio inseguro.
El barrio de Salamanca es percibido por sus propios vecinos como uno de los más seguros de la ciudad –y lo es–, pero no entran en la consideración pública de delitos asuntos que lo pueblan y pasan desapercibidos por la hemeroteca, “desde la explotación y trata de mujeres, hasta complejas tramas de corrupción, blanqueo y tráfico de influencias, pasando por los asaltos con butrones y alunizajes a las tiendas de lujo de la Milla de Oro”, explica el autor. Si bien es un distrito con un nivel de criminalidad muy bajo, en el que las intervenciones relacionadas con el tráfico de droga son pocas, es el quinto de los 21 distritos en materia de delitos contra el patrimonio, siendo los más frecuentes hurtos en comercios.
Ruiz Chasco explica que la percepción de la seguridad tiene mucho que ver con que la gente que te encuentras en la calle sea similar ti. La presencia policial, a tenor de los ejemplos que articulan su investigación, tampoco suman en este sentido. En Salamanca apenas hay policías y sus vecinos, que se mueven entre iguales, se sienten mucho más seguros que los vecinos de Lavapiés, donde hay una importante dotación de efectivos. Curiosamente, la percepción cambia un poco en Guindalera y Fuente del Berro, donde hay más presencia de vecinos extranjeros.
Así, en 2001 el 80% de los vecinos de Lavapiés ya manifestaban que el principal problema del barrio eran la delincuencia y el vandalismo. En los años ochenta, los delitos y pequeños crímenes asociados al consumo de droga tuvieron mucha incidencia en Lavapiés, como en otros barrios del centro (Malasaña o Chueca). En el tránsito de los años noventa a los dosmil el barrio se puso, tristemente, de moda en los medios para hablar de los chicos magrebíes que esnifaban pegamento –llamados la banda del pegamento–, con un discurso xenófobo omnipresente en los medios de comunicación y en las declaraciones políticas. La pacificación del barrio a través de la presencia policial ha continuado hasta la fecha, con momentos especialmente llamativos como en los tiempos de Cristina Cifuentes como Delegada del Gobierno, después del 15M.
Sin embargo, a pesar de la escasez de datos policiales disgregados a nivel de barrio, la criminalidad de Lavapiés no es superior al resto de barrios del distrito Centro. Los datos recogidos en el Plan de Seguridad de Lavapiés, procedentes de Subdelegación de Gobierno, desmienten la mayor, diciendo literalmente que “no existe un problema delincuencial específico”, e incluso que la tasa delincuencial está “muy por debajo de la del Distrito”
Hay que señalar que, como señala Santiago Ruiz Chasco, la policía incluye en los datos un apartado llamado Extranjería. Es decir, no tener papeles, algo que no es en ningún caso un delito –sino una infracción administrativa– y no conlleva peligro alguno para los viandantes. Pero, a pesar de que la criminalidad ha ido descendiendo en los últimos años, las detenciones de personas han subido notablemente, pasando de los 19 detenidos por 1.000 habitantes de ese mismo año, a los 32 de 2014. Y este tipo de intervenciones policiales, las relacionadas con la Ley de Extranjería, son las más numerosas en el distrito, a mucha distancia del tráfico de drogas, lo que llevó hace unos años a que algunos vecinos se organizaran para denunciar las redadas racistas.
Madrid: las dos caras de la (in)seguridad incide en que el dispositivo securitario de Lavapiés desde 2010 –con la llegada de las cámaras dos años después– debe entenderse en el contexto del proceso de gentrificación del barrio y sus resistencias, con un protagonismo importante de los medios de comunicación como “productores de inseguridad”. La (in)seguridad ciudadana, se nos explcica, es un dispositivo de dominación que se no construye solo con datos y a menudo cuenta con el concurso de los dominados. Cuando hablamos de seguridad lo hacemos a través de un discurso que sirve a “la gestión política de las angustias sociales, como mecanismos de traducción de estas a una serie de miedos materializados en actores y barrios concretos”.
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