Vamos con el espectáculo que nos ha ofrecido el PP recientemente, que solo faltaba echar barro y sentarse a mirar. Estos son los acontecimientos: el PP aún de Casado intenta una doble jugada maestra para desestabilizar al gobierno social-comunista: primero tumbar la aprobación de la Ley de Reforma Laboral mediante la (más que) presunta compra de dos diputados de UPN y a continuación sacar mayoría absoluta en Castilla-León, para lo cual habían forzado el adelanto electoral. Pero todo sale mal de un modo risible, gracias a que Alberto Casero, mano derecha de Teodoro García Egea, se mete un gol en propia portería que será más recordado que el de Iniesta y la Reforma Laboral sale adelante con el ridículo espantoso de un PP que se enzarza en querer que le anulen un voto perfectamente válido, aunque sea a favor del adversario. Posteriormente, las elecciones en Castilla-León no salen como esperaban y gana el PP, sí, pero por la mínima, mientras ve cómo le pisan los talones los caminantes verdes de Vox. Deciden entonces que les empieza a apretar el fachaleco y se ponen su otra chaqueta, que se estaba apolillando en el armario: la chaqueta de derecha europeísta moderada (cuánta falta nos hace), para lo cual tienen que tomar distancia con los de Abascal. Pero, oh sorpresa, a la señora Ayuso pactar con los ultras (financiados por Putin, por cierto) le parece lo más natural del mundo. La lideresa empieza a hacerle sombra a Casado. Aquí Casado se viene arriba y, trama de espionaje mediante, acusa de corrupción en un programa de radio a la presidenta de la comunidad madrileña por favorecer a su hermano, que se había llevado una comisionaza en venta de mascarillas de casi trescientos mil euros mientras la gente en Madrid moría a racimos, pero eso sí, se servían cervezas en todas las terrazas. Resultado: los votantes del PP se manifiestan en masa frente a la sede nacional, aclamando a Ayuso y pidiendo la dimisión de Casado y García Egea, que será el primero en caer. Al mismo tiempo se reclama que sea Feijóo el nuevo líder del PP, el que les conduzca a un nuevo amanecer.
Primero Ciudadanos y ahora el PP han comprobado que la foto de Colón ha resultado ser una escopeta de caza con retroceso, un retroceso que casi ha barrido del escenario político a CS y ahora ha ayudado a despeñarse a Pablo Casado. Porque el mismo Pablo Casado que se hacía fotos con los ultras, líder del mismo PP que pactó con ellos en varias comunidades autónomas, decía a raíz de las elecciones en Castilla-León: “tenemos límites para pactar y acordar. Nuestros principios son nuestras condiciones y nunca renunciaremos a ellos”. Quien con tanto mimo ayudó a que esta maquinaria de Vox cogiera velocidad ahora arruga el morro frente a un ultra. Y es que el mismo facha que le ayudó a gobernar en regiones tan bien conocidas por nosotros como la nuestra, ahora le puede quitar el poder. Así que lo que le disgusta no es el facherío sino que ese facherío le esté adelantando por la derecha. No sé qué esperaban: a ser fachas no hay quien gane a los de Vox.
El espectáculo-terremoto-trama de espionaje también da para una serie de Netflix de ocho temporadas. A Ayuso se le abrió un expediente cóctel molotov por las sospechas de cobro de comisiones irregulares por parte de su hermano, cóctel molotov fallido, desactivado a las 24 horas, cuando el gigante Ayusodzilla rugió, amedrentando a sus adversarios. Así es cómo el PP hace limpieza porque el expediente tenía intención de tumbar al contrario y no de poner orden en el partido. Finalmente él se va pidiendo disculpas y ella se queda pidiendo cabezas. A Pablo no le ha quedado más remedio que marcharse, atrapado entre la pared de Vox y la espada de Ayuso. No podemos decir que le vayamos a echar de menos, ni a él ni a Teodoro, porque han hecho gala de un tono bronco y pendenciero tanto hacia afuera como hacia dentro, donde los machetes estaban más afiliados que en una banda latina.
Visto lo visto, los votantes del PP son los culpables de la corrupción de su partido. Defenestran a un presidente por denunciar un flagrante caso de corrupción (aunque la denuncia sólo se haya producido para desestabilizar a la contrincante), aplauden y vitorean a la más que presunta corrupta y aclaman como futuro presidente a un barón regional conocido a nivel nacional por sus fotos con un narcotraficante. Al final ha resultado que señalar la corrupción dentro de un partido corrupto es tan inútil como señalar la basura dentro de un vertedero. Menuda forma de regenerar el partido. Conclusión: los votantes del PP quieren ser gobernados por corruptos. Corruptos de corbata y broche de perlas, de fachaleco y mechas rubias, corruptos que fomenten la sanidad y la educación privadas en detrimento de las públicas, que hostiguen a los inmigrantes, que renieguen de los homosexuales, que vayan a misa y a los toros. Y que les brinden barra libre en plena pandemia, que es lo que le da calidad a la película.
Si este es el que está llamado a ser un nuevo PP hay que ver lo que se parece al viejo.
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