En defensa de la juventud española
Imagino que para quienes se arrogan el derecho de hablar de la juventud española únicamente para sí mismos y bajo sus propios criterios, la elección de este título por mi parte despertará como mínimo sorpresa en el mejor de los casos.
Pero lo cierto es que su día yo también fui parte de esa juventud capaz de ver y enfrentar las campañas que poderosos enemigos desplegaban sobre nuestra tierra, y por este motivo, voy a compartir con este medio las reflexiones que me atraviesan viendo las imágenes de cuanto ha ocurrido estos días, especialmente en las manifestaciones en Ferraz, en Madrid.
Igual que como yo lo fui en su momento, no me cabe la menor duda de que una grandísima mayoría de los chavales que acudieron a la manifestación del martes 7 de noviembre estaban preocupados por unos acontecimientos cuyas prolongaciones son incapaces de ver, pero que los círculos que frecuentan en redes sociales (y que no tienen por qué pertenecer a ningún grupo ideológico determinado) dibujan como el peor de los escenarios.
Estoy seguro de que, también igual que yo, se creen que son momentos excepcionales e irrepetibles que les sitúan como protagonistas de la historia. ¿Quién no quiere creer que su generación es la llamada a entrar en los libros que se estudiarán en las escuelas del futuro?
Cuando echo la vista hacia atrás y, en el marco del recuerdo, vuelvo a vestir mis camisetas o a sentirme imbuido de esa verdad que por culpa del adoctrinamiento y la ingeniería social se vuelve esquiva para todos menos para mí y mis colegas, no puedo evitar sentir una lejana camaradería con todos ellos, y no por compartir mis actuales posturas sino sencillamente por un llano ejercicio de empatía.
Es difícil no echar de menos aquella lucidez por la que se ve a la perfección la realidad oculta y todo adquiere una sencilla explicación, pero, al igual que esa frase tan manida de “La ignorancia da la felicidad”, semejante grado de falsa sabiduría únicamente puede venir de un proceso de radicalización.
Dejad de hablar peyorativamente de radicales. Creedme que nadie, absolutamente nadie, elige deslizarse por una pendiente tan resbaladiza y que en un tiempo récord transforma a un idealista lleno de buenas intenciones en una auténtica máquina de odiar. Vuestros titulares únicamente contribuyen a volver imposible toda autocrítica y reflexión, convirtiendo en orgullo la peor de las sumisiones y que es aquella que se percibe como auténtica libertad.
Pero es importante introducir el bisturí en este punto.
Los que visteis en las imágenes tomando el principio de la manifestación no son infiltrados de extrema izquierda ni cloacas del Estado como han explicado varios zoquetes a sueldo por televisión. Cualquier persona con un conocimiento vago de estas cuestiones sabe reconocer a un famoso grupo vinculado a las gradas del fútbol madrileño.
No hay en ellos atisbo de ideología política, y el desprecio que despertaban en quienes veíamos en la política un medio legítimo para defender nuestras posturas era absolutamente sincero. Sería, para que me entendáis (y guardando las distancias), como si en una manifestación por los derechos de personas migrantes identificaseis a los Ñetas o la Salvatrucha con sus cadenas, sus pañuelos y estética característica abriendo la marcha. ¿No pensaríais con razón que la cosa tendría visos de terminar rematadamente mal? Pues ídem.
Las bandas de criminales en eso se quedan, por mucho que se apropien de determinados símbolos o banderas. Si tuvieran que cambiarlas por otras para seguir cometiendo sus fechorías no sentirían el menor de los escrúpulos.
Por contra, quien tiene la desgracia de radicalizarse dentro de una ideología ve cómo toda su personalidad se retuerce para encajar en ese conjunto de dogmas. Estos grupos, lejos de haber sido seducidos por un constructo de esas características, han visto cómo su individualidad desaparecía debajo de algo mucho más elemental: la violencia.
He visto a supuestos especialistas en la extrema derecha coger esa etiqueta para catalogar como tal a la manifestación entera y no se me ocurre un ejercicio de irresponsabilidad mayor. Esa soberbia ignorancia, de nuevo igual a cuando yo formaba parte de estos ambientes, no hace más que sobredimensionar un problema mucho más humilde en sus proporciones, y no es de hecho tan diferente a cuando nosotros mismos hacíamos pasar por terroristas a todos los musulmanes, como si el germen del terror fuese unido de modo inseparable con su credo.
Dentro de la masa es imposible, pero ojalá poder explicarle a alguno de esos chicos y chicas que muchos de los eslóganes que gritaban cargados de convicción se llevan repitiendo exactamente igual desde hace décadas. Que España lleva años rompiéndose sin romperse o que la última generación de niños blancos nace curiosamente cada poco tiempo.
Ojalá poder explicaros que la realidad va mucho más allá de los cuatro dogmas que sé que tan cómodos os hacen sentir. Ojalá poder compartir el mundo que he descubierto más allá de falacias como “No es odio a lo ajeno, sino amor a lo propio”. Y ojalá también poder demostraros que los mismos que no han pegado un palo al agua en su vida y se llenan la boca de Patria u Honor, al igual que sucedió conmigo os empujan a la cárcel o a un lugar peor con tal de mantener el tren de vida que se han creado.
A mí, en mis tiempos, me habría sido imposible vivir sin mis convicciones políticas en tanto que daban sentido a aquella vida de servicio, y esto también es así para muchos de vosotros. Sé, insisto, que creéis en ello de corazón, pero seguís a auténticos holgazanes que, bajo la excusa de “Es el único que dice la verdad”, jamás veréis desempeñar una profesión o trabajo fuera de sus canales de Youtube o actas de diputado.
Para terminar, y como siempre digo que yo hablo a los Davices que seguís ahí atrapados, me dirigiré exclusivamente a vosotros:
Sé que sois víctimas de ver el mundo en blanco o negro y que, por tanto, como no os doy sin paliativos la razón, inevitablemente me convertiréis en un marxista, pero para quienes aún no os habéis perdido en esa espiral sin fin, creedme de verdad que para mí son legítimas muchas de las reclamaciones hechas contra este gobierno y que, cuando algo se argumenta debidamente fuera del dogmatismo o los bulos, esté o no de acuerdo, jamás permitiré que ningún experto en la extrema derecha tache cualquier discurso ajeno a la izquierda como radical o peligroso.
No dejéis que os engañen con el cuento de que sólo hay una forma de hacer las cosas o que el vuestro, independientemente de todas las líneas rojas que crucéis, es el camino correcto.
Además de muchas otras cosas, perdí mi juventud entera; ojalá que, también igual que yo, vosotros no hagáis lo mismo con la vuestra.
Un abrazo.
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