Eliminar la filosofía es un atentado pedagógico
Es una desgracia que el Ministerio de Educación siga queriendo dejar a la filosofía, siquiera como asignatura optativa, fuera de los planes de estudio de la ESO y Secundaria. Una desgracia que resulta incomprensible que el Gobierno nos haga padecer porque es una desgracia evitable. La filosofía enseña a pensar y, por tanto, enseña a cuestionar, a crear, a transformar, a sentir: enseña a vivir. La filosofía genera pensamiento, es decir, experiencia individual, construcción social, capacidad crítica, acción política, conocimiento y libertad. Si no enseñamos a pensar a las personas jóvenes, las estamos privando de una herramienta esencial a su existencia. Es una mutilación fundamental, un atentado pedagógico. La gran pregunta al respecto fue formulada aquí por la profesora Esperanza Rodríguez Guillén, presidenta de la Red Española de Filosofía: ¿para qué queremos educar?
Es obvio que, sin filosofía, se educa para pensar menos o para no pensar, por lo que, si se insiste en dejar a la filosofía fuera del currículo escolar, hay una clara intención de educar para evitar el desarrollo del pensamiento libre, autónomo, metódico, ejercitado. Lo preocupante es que este Gobierno pretenda tal clase de educación, tal clase de ciudadanía. Es una pretensión propia de regímenes que prefieren una sociedad alienada, lobotomizada, adormecida en el pensamiento único, en la actitud acrítica, una sociedad sin ideas.
La Asamblea independiente de docentes, estudiantes y amantes de la filosofía ha organizado este 20 de noviembre una serie de sesiones de clases de filosofía, que se impartirán de 12 de la mañana a 6 de la tarde en el templete del Parque del Retiro de Madrid. Los títulos del programa, los conceptos y temas que se abordarán, dan cuenta por sí solos de la importancia de la filosofía: historia y memoria, amistad y amor, persona y democracia, los dioses, el transhumanismo, la práctica médica, la aldea global, la educación. Es tal la trascendencia de estos asuntos que esta jornada del 20N debiera celebrarse directamente en el Parlamento español. Es tal la indiferencia hacia esa trascendencia que se convierte en sospechosa. Todos esos conceptos contienen la posibilidad de infinitas ideas, tan necesarias para resolver los problemas que acucian a nuestra sociedad.
La LOMCE del ministro Wert redujo drásticamente las horas de filosofía en el sistema educativo. Fue una estocada de muerte, por usar los términos taurinos a los que aquel ministro era tan aficionado: mientras mutilaba, como el cuerpo de un toro, la capacidad de pensar de un país a través de la formación académica de sus generaciones, protegía la tauromaquia como ningún otro ministro antes. No consiguió Wert matar la filosofía, pero por lo visto sí logró que las reformas educativas futuras, incluida la del actual Gobierno, heredaran su ataque al pensamiento. No es tolerable que la actual autoridad política nos legue esta desgracia. ¿Qué clase de democracia es posible en una sociedad que no ha aprendido a pensarse y repensarse, a analizarse de manera crítica? ¿Es eso una democracia? El Gobierno debe responder a esas preguntas, la ministra Alegría. Decirnos qué clase de personas prefieren que seamos. ¿Solo súbditas?
En el texto de la LOMLOE que ha preparado este Gobierno se hace referencia a la complejidad de los retos del siglo XXI. Ninguno de esos retos, ciertamente complejos, podrán abordar las personas jóvenes si les son sustraídas las herramientas para identificarlos, observarlos, considerarlos, enjuiciarlos, afrontarlos, si no saben pensarlos. Ninguna de esas complejidades podrán modificar, transformar, regenerar, mejorar, si no saben pensarlas. Ni siquiera es una cuestión de “humanidades”, sino de mera humanidad: la humanidad que se piensa como especie y ha de pensar en las otras; la humanidad que habita y ha de ser responsable de un planeta en alerta; la humanidad que ha de enfrentar las desigualdades, las opresiones, las discriminaciones, las injusticias, las violencias; la humanidad que ha de reconocer la bondad, la belleza, los amores, los saberes; la humanidad que ha de tener la oportunidad de disfrutar de las grandes preguntas de la existencia, del gozo de su formulación, de la felicidad de esa indagación.
Poco y pobre es posible sin pensamiento; poco y pobre, un pensamiento sin filosofía. Todo está alentado por las preguntas filosóficas: las ciencias, las técnicas, las artes. Si no somos capaces de responderlas con la autonomía de la que dota un pensamiento formado, entrenado, cultivado, caeremos en la esclavitud de la ignorancia, seremos zombis en un mundo que no sabrá nada de sí mismo, títeres abocados a la inconsciencia, en manos del oscurantismo. Sin filosofía, sin pensamiento, se alienta una desesperación: la de no saber buscar respuestas a las grandes preguntas que seguiremos haciéndonos. Esa infelicidad, esa desgracia. Ese atentado pedagógico.
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