Corresponsabilidad de los medios informativos

Claudia Monzó

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Enlazando con la dicotomía entre lo que algunas y algunos manifiestan según estén en el gobierno o en la oposición, extiendo la reflexión sobre lo desafortunado de este criterio cambiante entre los medios de comunicación. Con la gravedad que tiene y la preocupación que me genera.

Por ser estos el vehículo de los mensajes que llegan a la ciudadanía, los que han de ser fieles a la realidad, verificar las informaciones, contrastar los hechos, asegurar que no se contamine la noticia de impresiones, oportunidades, obligaciones, acuerdos, contratos publicitarios y, a veces, secuestros.

La responsabilidad de las empresas de información y de los profesionales que en ellas trabajan es totalmente equiparable a la de los sanitarios, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, los maestros, los políticos. Manejan un material sensible dirigido a un destinatario impresionable y confiado. La suerte y el ánimo de nuestra sociedad guarda correspondencia con la percepción de la realidad que recibe de aquellos a los que se otorgado el estatus de informadores. Y es tanto el vaivén y son tantos los que han obviado la premisa de ser rigurosos que, en situaciones de estrés social, de riesgo, alarma o fenómeno adverso, se ha instalado ya lo de obedecer solo a lo que dicten medios oficiales.

Y he aquí la verdad: que hay intereses que se anteponen al rigor informativo y hay distorsión dirigida en los que se llaman medios de comunicación. Y así nos va últimamente, cuestionándose absolutamente todo y propiciando descrédito generalizado, desconfianza y recelo, con la consecuente afectación a la salud mental de nuestra gente.

Siempre he sido vehemente en la exigencia de corresponsabilidad a los medios de comunicación, porque me sigue sorprendiendo el empoderamiento de estas empresas y la carga que depositan en quienes contribuyen a su supervivencia. Me desencanta que la afluencia de nuevos canales de información se haya traducido en una amenaza para el periodismo tradicional y que, desde ese temor a la extinción, se hayan permitido otros usos de los datos y distintas maneras de contar una misma cosa en función de quien haga de relator y de pagador.

La proliferación de aficionados a la tertulia que se presentan como sabedores, opinadores y sentenciadores y, a los que no se les pide responsabilidad para lo que espetan sin pudor, aún a sabiendas que no es cierto ni cuenta con fundamento alguno, es otra de las consecuencias perversas de que el oficio y el rigor no sean ya requisito innegociable en esa profesión.

Entendiendo y asimilando el funcionamiento de la industria y, por supuesto, respetando las necesidades de adaptación a nuevos tiempos, no puedo estar de acuerdo en que la responsabilidad de tratar públicamente los principales asuntos no sea compartida por los medios informativos. Y que no impere esa condición de corresponsable a cualquier presión que conlleve desviarse de esa tarea común.

Queda el mejor uso del lenguaje, la literatura, la pericia con las letras, el talento narrador y la labor de investigación para marcar distancias. Pero que no sea el uso partidario y menos partidista el que prevalezca frente al derecho de nuestra ciudadanía de poder confiar en aquellos a los que lee, escucha y ve, nuestros periodistas e informadores.

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