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Volcanes y cooperación científica afrocanaria

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Hoy comienzo mi artículo contándoles que tuve el placer de participar, la semana pasada, en un foro organizado por el ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación en Madrid, que aglutinaba diferentes mesas de expertos y representantes institucionales, dedicadas a profundizar en la relación entre nuestro país y la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, organismo más conocido por sus siglas: CEDEAO. La mesa en la que intervine tuvo lugar el pasado día 17 de marzo y se centraba en la cuestión del ámbito del conocimiento como punto de encuentro para África occidental y España. Tuve el honor de compartir espacio y debate con la comisaria de Desarrollo Humano y Asuntos Sociales de la CEDEAO, doña Fatou Sow Sarr; con el ilustre intelectual que es Donato Ndongo y con otras instituciones, como son el Instituto Cervantes, al que representaba su secretaria general, Carmen Noguera, y el Servicio Español para la Internacionalización de la Educación (SEPIE), representado por su director, Alfonso Gentil. Moderaba y coordinaba la mesa el subdirector general de Asuntos Multilaterales y Horizontales, Tomás López Vilariño, uno de los diplomáticos del ministerio en el que se integra Casa África con los que suelo departir y reunirme en oportunidades como ésta, al igual que sucede con Alicia Rico, que es la directora general para África, y Alberto Virella, Embajador de España en Misión Especial para el Plan África. 

Toda esta introducción para explicarles que, cuando me senté en esta mesa, en la que había pensado extenderme sobre la labor de la diplomacia cultural y académica que practicamos en Casa África desde que abrimos nuestras puertas, quise dejar a un lado los folios que había impreso para centrarme en una cuestión práctica que me pareció más interesante: la cooperación científica con África que podemos liderar, desde Canarias, en lo que se refiere a diferentes materias, como astrofísica, transición energética, economía azul o volcanología.   

Es cierto que se puede hablar largo y tendido sobre la amplia labor que realiza la institución que tengo el privilegio de dirigir: sólo en el año 2022, organizamos doce exposiciones y seis conciertos y publicamos siete libros y, en nuestra última memoria publicada, del año 2021, se recogen 678 actividades, que llegaron a más de 600.000 personas. Dejando de lado las cifras, también es mi obligación señalar la profesionalidad del equipo y la excelencia de dichas actividades, entre las que destacan proyectos como “Enseñar África”, cuya evolución pueden seguir en los centros educativos no universitarios de nuestras islas, o el “Vis a Vis”, una iniciativa de diplomacia cultural que nos acerca a la música del continente africano y que se celebra, estos días, en esa megaurbe fascinante que es Lagos, en Nigeria, organizada por Casa África.  

Aunque existen muchos motivos para sacar pecho, quise lanzar una propuesta que me parece factible y necesaria, dados los desafíos que compartimos con otros países cercanos, situados en el continente en el que nos situamos los canarios y en zonas volcánicas. De hecho, casi la mitad de los países africanos, 22 de 54, se caracteriza por ser territorio de volcanismo activo y los cito: Argelia, Cabo Verde, Chad, Camerún, Comoras, Yibuti, Eritrea, Etiopía, Guinea Ecuatorial, Kenia, Libia, Mali, Madagascar, Níger, Nigeria, República Democrática del Congo, Ruanda, Santo Tomé y Príncipe, Sudán, Sudáfrica, Tanzania y Uganda. De ellos, compartimos espacio macaronésico con Cabo Verde y cercanía especial, al situarse en el área de África occidental y el Sahel, con Mali o Níger. Cuando digo que compartimos desafíos, hablo, obviamente de la cuestión de convivir con volcanes activos, pero también de la circunstancia común, que se ha evidenciado con la última erupción en La Palma, de que el crecimiento poblacional y económico nos ha situado en el camino de esos volcanes y, por tanto, puesto en peligro a nuestros bienes y a nosotros mismos.  

No sé si les resultará familiar el nombre de Nyiragongo. Se trata de un volcán congoleño que, como sucedió con su homólogo palmero, saltó a la primera página de los medios internacionales cuando se puso a lanzar gases y lava en el año 2021. No es un volcán cualquiera: también se trata de uno de los 16 Volcanes de la Década por la Asociación Internacional de Vulcanología y Química del Interior de la Tierra, a raíz de la declaración de la Década Internacional para la Reducción de Desastres Naturales por la Asamblea General de Naciones Unidas. Tradicionalmente no se prestaba mucha atención al Nyiragongo: sus erupciones no eran algo nuevo, aunque la explosividad no parecía especialmente relevante. Sin embargo y en este siglo por el que vamos avanzando, las cosas están cambiando: el volcán se sitúa en una zona de la República Democrática del Congo densamente poblada y junto a una ciudad populosa, Goma, lo que vino a significar que el Nyiragongo causó la pérdida de 245 vidas y la destrucción de al menos el 15% de esa urbe, dejando a unas 120.000 personas sin hogar, en el 2002, y la destrucción de miles de casas y la muerte de 32 personas en 2021. 

Hay especificidades sobre la vulcanología africana que pueden consultar en diferentes publicaciones científicas, si esta materia les interesa. Los expertos hablan de la existencia de volcanes silícicos y calderas que pueden desarrollar fenómenos de gran magnitud y de lagos volcánicos con la capacidad de liberar gases mortales, como sucedió en 1986 en el camerunés lago Nyos, que acabó con 1.746 vidas humanas. Las erupciones de las que quedan registro son muchas y llegan desde el siglo XIX a nuestros días, atravesando el continente desde Eritrea a Cabo Verde, donde la isla do Fogo ha vivido un total de 27 erupciones históricas, tres de ellas desde la creación de los primeros asentamientos humanos. Me centro en este volcán y esta isla en concreto porque el Instituto Vulcanológico de Canarias (cuyo origen se remonta a decisiones adoptadas por el Cabildo Insular de Tenerife en el año 1983) estuvo allí, sobre el terreno, colaborando en el estudio del resultado de las últimas erupciones y porque diferentes organismos y empresas de nuestro país también se involucraron en la reconstrucción de todo lo arrasado.  

Los problemas específicos derivados de la actividad vulcanológica en África se pueden imaginar: poca documentación sobre la historia previa, inexistencia de o deficiencias en los sistemas de vigilancia y todo lo que tiene que ver con la escasez de recursos materiales y técnicos. Se sabe, también, que es necesario investigar para definir la utilización y ocupación del territorio expuesto al peligro de las erupciones, vigilar la actividad vulcanológica y, a raíz de todo esto, elaborar planes de emergencia para poder evacuar a la población y atenderla de tal manera que se eviten muertes y calamidades. 

Aquí es el punto en el que creo que Canarias, con amplia experiencia, muy reciente, por cierto, con motivo de las erupciones en La Palma y El Hierro, puede ser, en mi opinión, de inestimable ayuda. La cooperación internacional no debe limitarse, a mi entender, a apoyar sistemas de salud o educativos o a construir infraestructuras, por más necesario que sea todo este trabajo. También debe extenderse a la ciencia y el conocimiento y, en este caso concreto, a reducir el riesgo de muertes y destrucción por erupciones de volcanes en nuestro continente vecino. Ya lo hacemos en Cabo Verde, Camerún, Guinea Ecuatorial y República Democrática del Congo, no es nada nuevo, pero es un ejemplo de la Marca Canarias, como institución española, que podemos acuñar y que puede ser de utilidad para nuestros vecinos. 

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