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'Mamá y papá': los zombies son los padres y quieren matar a sus hijos

El actor de 'Leaving Las Vegas', un padre letalmente enfurecido en 'Mamá y papá'

Ignasi Franch

Aunque el cine global ha usado constantemente todo tipo de violencias en filmes de entretenimiento, el asesinato de los hijos propios nunca ha sido un motivo cinematográfico popular. Brian Taylor, la mitad de ese dúo Neveldine & Taylor que firmó entretenimientos canallas como el díptico Crank, ha hecho su propia aportación a esta temática en forma de comedia negra con acción y salpicones de hemoglobina. Le secundan Selma Blair y Nicolas Cage, encarnando a un matrimonio de mediana edad que ve cada vez más lejos sus sueños de juventud.

Los hijos de la pareja, una adolescente y un niño, tendrán que sobrevivir un peculiar estallido de violencia de los progenitores hacia sus retoños. La premisa quizá bebe de un cuento clásico de la ciencia ficción, The screwfly solution, que relata una epidemia de feminicidios que puede derivar en la extinción de la especie humana.

A diferencia del cuento de Alice Sheldon, o de la adaptación realizada por Joe Dante (Gremlins) para la serie antológica Masters of horror, Mama y papá no da explicaciones muy concretas sobre el origen de la plaga.

Quizá porque la narrativa de zombies ha colonizado el imaginario audiovisual, la película de Taylor remite a este género. Incluye las casi inevitables escenas de masas amenazantes, junto con algunas correrías que acaban derivando en atrincheramientos. En esta ocasión, los muertos vivientes son los padres. Aunque no tenga lugar el ya tópico hundimiento institucional que hace aflorar pulsiones terribles de los supervivientes.

Taylor y compañía apuestan por la comedia negra, por un humor basado en una violencia representada de manera cautamente sanguinaria, que supone un desafío moderado para el espectador. Las muertes y los golpes son grotescos sin excesos, porque el humor surge a menudo del choque entre lo cotidiano y lo extraño. Aparecen padres que esperan a sus hijos en el césped que da entrada al hogar, bate de béisbol en mano, subvirtiendo las estampas idealizadas de los barrios residenciales.

Lo más curioso es que Taylor y compañía no parecen buscar el viaje trepidante al estilo de Amanecer de los muertos o REC. Incluso sabotean el desarrollo narrativo con pequeños flashbacks y constantes desplazamientos del protagonismo. El cineasta interrumpe la acción en momentos potencialmente álgidos, tanto para crear incertidumbre como para vestir a sus esquemáticos personajes a través de escenas rememorativas.

Estas pausas en la acción facilitan que el público repare en las limitaciones de la propuesta, replegada (y quizá demasiado confiada) en los posibles atractivos de su llamativa premisa. Suponen también una apuesta constante y coherente, de riesgo para un autor habituado a los ritmos desquiciados.

Menos sólida es su apuesta inicial por un look retro que desaparece casi completamente a los pocos minutos. Es un recurso de significado inconcreto que anticipa la posición indeterminada del film respecto a algunos temas. ¿Mama y papá es una mofa de sus personajes adultos, o una broma sanguinaria pero empática sobre las crisis de madurez?

Despedíos de Zombieland

En el filme Monty Python en Hollywood, procedente de unas representaciones grabadas en septiembre de 1980, Eric Idle satirizaba, “típico público de Hollywood: los chavales se drogan y los adultos van en monopatín”. Valga la broma como indicio: no es una novedad que se piense que las audiencias se han infantilizado.

La estructura de Mamá y papá, marcada por los cambios de perspectiva, genera una cierta indeterminación: ¿quienes son los protagonistas? El título insinúa que el punto de vista es el de los jóvenes. Y los padres serían los antagonistas naturales, dadas sus tendencias homicidas. Aún así, Taylor les dedica escenas que dimensionan sus padecimientos. De formas, eso sí, bastante cáusticas. Porque todo es exagerado, y normalmente algo ridículo, en el filme. 

De alguna manera, el resultado es una película de zombies para jóvenes. A la vez, es una comedia negra para adultos que se sentirán reflejados en los momentos de resentimiento y de pérdida de control de los personajes interpretados por Selma Blair y un Nicolas Cage excesivo, arrollador, que retoma su parodiadísimo rol como agresor de niños en Wicker man.

Después de todo, Mamá y papá es una extravagancia moderada que oscila entre lo convencional y lo inusual. Resulta también una especie de respuesta cuarentona a Zombieland.

La película de Ruben Fleischer era un cómic juvenil que encauzaba el camino del nerd protagonista: se dirigía al personaje hacia una versión alternativa, por circunstancias excepcionales, de la madurez estandarizada del emparejamiento y los hijos biológicos.No parece baladí que los personajes acabasen abandonando el parque de atracciones en el que transcurre el último tramo de la obra. Era el fin de fiesta de la juventud.

En Mama y papá, en cambio, la juerga ya acabó. El pasado se recuerda con una nostalgia irónica (el gran hito de la juventud del marido es haber practicado sexo en un descapotable en marcha, justo antes de ser arrollado por otro vehículo). Quizá sus autores se identifican con ese matrimonio decepcionado por seguir un modelo vital sin cuestionarse si lo deseaban. Y avalan, desde una posición sarcástica, el deseo de retomar aquellos sueños que comenzaban a sacrificarse en el desenlace de Zombieland.

Probablemente, Taylor se ríe de la pareja, de sus ataques de peterpanismo, pero también con ellos. Y la audiencia más joven debería inquietarse. En la recordada Zombi, de George Romero, un personaje decía sobre los muertos vivientes que seguían acercándose a un centro comercial que, “ellos son como nosotros”. Si Mamá y papá nos dice que los zombies son los padres, puede deducirse que los chavales que les esquivan no son como ellos... todavía.

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