'Verano en diciembre', cómo un pequeño fenómeno teatral sobre mujeres, clase obrera y cuidados se convirtió en película
En un contexto donde cada vez es más difícil hacer que alguien pague una entrada de cine para ver una película, los productores buscan apuestas con bases sólidas para atraer al espectador. Es por ello que en Hollywood no paran de rescatar éxitos del pasado y de explotar franquicias; o de buscar best sellers con un fenómeno fan grande que quiera acudir a ver cómo trasladan esas páginas al cine; como ha sido el reciente caso de Romper el círculo, una de las grandes sorpresas en la taquilla de este año.
En el cine español no es tan fácil. No existen franquicias más allá de las creadas por Santiago Segura con sus comedias familiares (igual que antes hiciera con Torrente) y algunos exitazos animados como Tadeo Jones. También se adaptan novelas de éxito, sin embargo, ese flujo no es tan habitual entre el cine y el teatro. Mientras que en EEUU este año se espera con ansia la adaptación del musical Wicked, aquí no es tan habitual ver cómo los fenómenos de los teatros españoles saltan a la gran pantalla.
Hubo un pequeño bum con obras del Teatro del Barrio que se convirtieron en filmes políticos de bajo presupuesto como B (que adaptaba la obra Ruz-Bárcenas) o El rey. Quizás la más popular fuera la adaptación de La llamada, la obra musical que colocó a Los Javis en el foco de la industria y que ellos mismos adaptaron en su debut en el largometraje. Pero más allá de eso y de clásicos como Lorca, que de vez en cuando regresa en forma de versiones como la que hizo Paula Ortiz en La novia ―adaptación de Bodas de sangre―, no hay mucho más.
Por eso sorprende que diez años después de su éxito llegue en forma de película la adaptación de un fenómeno que sorprendió a todos en 2013. Se llamaba Verano en diciembre, ya había ganado el premio Calderón de la Barca el curso anterior y ese mismo año se estrenó. El boca a oreja hizo su efecto y logró convertirse en un éxito que se materializó en una nominación a los premios Max de 2014 en la categoría de Autoría revelación y una gira masiva que llevó la obra a regresar al Centro Dramático Nacional en 2016 y se alargó hasta 2020.
En su salto lo hace con la misma directora, Carolina África, y un reparto que junta a las mejores actrices forjadas en el teatro y luego en el cine: Carmen Machi, Bárbara Lennie, Victoria Luengo, Irene Escolar y dos presencias que harán que los que vieran la obra se sientan como en la silla del teatro. La primera, la de Lola Cordón, la entrañable abuela que repite el mismo papel. La segunda, la de Beatriz Grimaldos, que debuta en el cine con el papel de Alicia. Ella no estaba en la obra original, pero sí en su secuela, porque el éxito teatral de Verano en diciembre provocó una continuación llamada Otoño en abril donde Grimaldos interpretó ya este personaje.
A pesar de llegar 10 años después de su estreno, esa tardanza solo ha sido provocada por el éxito de la propia función. “Fue en pandemia cuando Chema de la Peña, un director con el que yo había trabajado como guionista, y al que invité a una de esas funciones me citó en un bar y me dijo: ‘Oye, aquí hay una película’. Como en ese momento se paró el mundo, tuve tiempo de ponerme con ello. El proceso de levantar la película comenzó con la escritura en pandemia, un año de levantarlo, otro de rodarlo, la posproducción y ahora el estreno. Así que digamos que ha sido relativamente rápido”, explica.
Con una obra tan testada con el público, han podido analizar o al menos intentar entender cuál fue la tecla que emocionó a la gente con esta historia de una familia de barrio. Cuatro generaciones de mujeres, la abuela, la madre, las hijas y una nieta pequeña, que como en toda familia que se precie tienen sus rencillas, secretos y dardos escondidos para sacar en una discusión en torno a la mesa camilla. Beatriz Grimaldos vio la obra varias veces como espectadora, y se sintió interpelada “a muchos niveles”. “Te emocionaba pero sin estrujarte, sin buscarlo, con esa capacidad de bailar entre comedia y drama de una manera mágica. Y sobre todo te conecta con la relación que tengas con tu hermana, con tu madre, con una hija… viajas con ellas”, dice de su recuerdo.
Carolina África la estrenó en teatro con el miedo de que su familia se viera identificada, pero luego se dio cuenta de que todo el mundo veía a su propia familia. “Así funcionan todas las familias, entre el amor, el odio, entre el les quieres, pero no les aguantas”, opina. A través de esa familia también quiso hablar de otros temas como los cuidados, pero “sin querer dar grandes lecciones, buscando en esos pequeños detalles donde arde la inmensidad”. “Me parece muy difícil hablar de temas muy grandes si no es desde lo pequeño. Tú puedes entender una guerra civil en una pelea de dos hermanos y me parece que ahí es donde se puede hacer. Yo, por lo menos, con mi más o menos talento, creo que necesito ir desde lo pequeñito, desde aquello que soy capaz de observar y trasladarlo al espectador con honestidad. No quiero ponerme por encima del espectador, sino ir a ese pequeño detalle que lo marca todo”, analiza.
Cosas que nacen de la observación de su familia y de la gente que ha conocido en barrios como los que muestra la película, ya que ella vive en las mismas calles donde por ejemplo se rodó el final del filme. O las del barrio de Alcorcón donde se crio. O el pueblo de La Iglesuela del Tuétar de donde vino su familia. “Hay algo en la humildad del barrio. Son personas muy reales y eso hay veces que no está en la ficción, o que está estetizado. Para mí era muy importante que la casa fuera una casa real. Se barajó hacerlo en un plató, y yo dije que no, que tenía que ser de verdad. Supongo que hay algo de que yo vengo de ahí, y he trasladado lo que yo he sentido. No de una forma premeditada, sino que hablo de lo que conozco”, apunta la realizadora.
Grimaldos hace hincapié en esas casas que se sienten vividas, no como las de muchas series y películas actuales: “Estoy muy cansada de ver la casa de un personaje que es un profesor y es un pedazo de mansión con un ventanal con vistas al mar. Un maestro que no se puede permitir esto y de repente ahí lo ves. Carolina se ha llevado, además, el rodaje a las localizaciones de su barrio, y eso es muy bonito. En ese columpio se columpian sus hijos, esa es su panadería… me gusta ver en una película que reconoces un barrio, y es más fácil reconocerte ahí”.
En Verano en diciembre todas las mujeres intentan encontrar su propio lugar, pero todas se ven atravesadas por problemas que atañen a todas las mujeres. Ven cómo los cuidados recaen en ellas y nadie más que en ellas. Ya sea el de la abuela o el de la hija del personaje de Bárbara Lennie, como la realizadora subraya en una hermosa escena que une ambas actividades en un montaje paralelo. “Los cuidados mayoritariamente recaen socialmente sobre las mujeres, pero creo que sí que se ve que las nuevas generaciones han dado un paso, porque el personaje de Carmen Machi asume que la tarea del cuidado recae en ella, y no quiere ni delegar en una residencia, aunque luego ella le pide a Dios que no haya que cuidarla, porque sabe el sacrificio que supone”, explica.
Muestra el cuidado como “algo muy duro y muy difícil”, y pide que se reivindique “un espacio para cuidarte a ti mismo, no solamente cuidar a otros”. Aunque también en la forma en que se cuidan esas hermanas hay una red de ayudas que las hace sobrevivir, “un debate muy profundo en torno a los cuidados que va más allá del cuidado a la abuela, porque eso es algo que vertebra las relaciones entre ellas de manera intergeneracional”.
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