La historia del grafiti en Madrid en un libro: desde mucho antes de Muelle hasta hoy
Existen dos tipos de personas. Aquellas que no se han parado en la vida a descifrar una firma en la pared –acaso perciben el grafiti como suciedad informe o atrezzo– y quienes juegan a seguir el rastro de un misterioso escritor de su barrio.
Recientemente ha llegado a las librerías Guía del arte urbano de Madrid. Una historia de Madrid a través de su grafiti y su arte urbano (Anaya Touring, 2024), de Javier Abarca. Si en alguna lo han colocado en la sección de guías de viaje debe uno tomarlo con un poco de precaución. No es un error, se trata de una guía de autor, donde el territorio es sumamente importante. Pero es también un documentadísimo ensayo histórico a todo color sobre los orígenes y el desarrollo del grafiti en nuestra ciudad. Para el primer tipo de personas enunciado en el párrafo anterior se trata de un libro imprescindible. A los segundos, también se lo recomendamos.
Guía del arte urbano es un texto donde la biografía del autor, aunque apenas aparezca, es relevante. Javier Abarca ha absorbido el conocimiento manchándose las manos y devanándose los sesos. Fue flechero de chaval, hizo el viaje hacia el grafiti americano, ha pintado vagones, comisariado exposiciones e impartido clases durante años en la universidad. Ahora, vive lejos de Madrid, en una aldea de Asturias, pero sigue conectado con el mundillo y dando clases online a través de su Escuela Urbanario. Hemos tenido el gusto de mantener una charla con él:
–La primera pregunta es obvia pero también obligada, Javier ¿Cómo surge el libro?
Que haya surgido es excepcional. No suele suceder que una gran editorial quiera publicar un libro sobre estos temas que vaya más allá del formato habitual, superficial y centrado en las imágenes. Pero estoy seguro de que el público mayoritario puede disfrutar libros como este, con más rigor y más contenido.
Mi trabajo en este libro era hacer entender el grafiti y el arte urbano en el contexto de Madrid. Pero lo cierto es que se trata de términos muy vagos, que se usan para referirse a cosas muy diferentes entre sí. El libro va presentándolas y explicando la relación entre unas y otras.
–La relación con el territorio ha ido cambiando, ¿no? En los orígenes de la escena madrileña el grafiti está más presente en barrios del extrarradio y a partir de los 2000 el centro, que antes era más el sitio donde ir a firmar, se convierte en un generador, con lugares como La Tabacalera o el Patio Maravillas
La relación con el territorio es diferente en el grafiti y en el arte urbano. El grafiti, por su propia naturaleza, ocurre en toda la ciudad. En principio abunda en los barrios obreros, pero el objetivo de un grafitero, sea del barrio que sea, es siempre estar presente a toda la ciudad.
El arte urbano es obra de otro perfil de persona y tiene otro público. Por su propia naturaleza aparece en los barrios de moda, donde confluyen las tendencias juveniles y culturales.
–Pero hay contaminación entre ambos, ¿verdad?
Son dos mundos que se solapan en cierta medida, pero en esencia funcionan de forma paralela. Sí son habituales los casos de artistas que pasan del grafiti al arte urbano, en algunos casos simultaneando ambas prácticas. Nos referimos por cierto a lo que se podría llamar arte urbano furtivo, diferente de las exposiciones y los murales oficiales.
Hay solapamiento, y ha habido cierta evolución desde el grafiti hasta este arte urbano furtivo, pero para entender ambos mundos es más útil fijarse en sus diferencias. La más importante está en sus públicos. El grafiti es un código cerrado que hay que aprender para poder entender y disfrutar. El arte urbano surgió precisamente como una alternativa, como un grafiti para todos los públicos. Aparece en la calle como el grafiti, se adapta a las superficies, saca partido de ellas, tiene la misma inmediatez… pero hay una intención de llegar al público general.
–Al grafiti lo influye una escena cultural más underground (primero el punk y luego el hip hop) que al arte urbano...
Sí. El grafiti es subcultural por naturaleza, y en sus orígenes se relacionó con otras subculturas como las que mencionas. El arte urbano, en cambio, ha hecho siempre uso de lenguajes mayoritarios como la publicidad, el cómic o el arte contemporáneo más amable, sobre todo el pop.
–Volviendo a lo que decías de la necesidad de conocer el código. Yo pertenezco a esa generación que mencionas en el libro en la que todos hacíamos firmas en los cuadernos y salimos a pintar alguna vez con kanfort. Al menos en esa época, sí fue extenso el público juvenil del grafiti
Es que el grafiti del Madrid de los ochenta era diferente, eran firmas legibles que todo el mundo entendía. Cualquiera que vea una firma de Muelle, Glub o Tifón le puede pillar la gracia, y la reconoce cada vez que la ve. Cuando Muelle empezó a firmar no existía una cultura del grafiti en Madrid, ni un lenguaje especializado. Su grafiti se dirigía a todo el mundo, y el del resto de “flecheros” de los ochenta, en general, también.
–Hay un momento que queda bien reflejado en el libro en el que el lienzo del grafiti se amplía y se y empieza a bombardear la ciudad. ¿Hasta qué punto la saturación ha perjudicado la percepción popular del grafiti?
Así ha sido. Hay que pensar que grafiti ha habido siempre, y hasta hace poco no estuvo estigmatizado. Vivo en una aldea de Asturias, y por aquí puedes encontrarte una puerta de madera llena de firmas preciosas talladas por los paisanos hace cien o doscientos años. Esa puerta ha sobrevivido, pero en su época había muchas otras inscripciones, escritas con otros materiales, que ya no están. A veces se desconcha una pared y aparecen firmas de hace un siglo escritas con una teja o con carbón. Siempre ha habido grafiti pero era más discreto, no existían las herramientas para hacerlo tan prominente. El grafiti de hoy se hizo posible cuando aparecieron los espráis y los rotuladores permanentes.
–Precisamente es muy interesante en el libro la explicación de cómo la evolución de la técnica ha condicionado en la del grafiti. Del Kanfort a los espráis robados pensados para el bricolaje y al espray tipo Montana, específico para ello
Efectivamente, esos espráis diseñados para el grafiti proporcionan una potencia y capacidad de acción mucho mayor. Permiten pintar mucho más rápido y con trazos mucho más gruesos, y son mucho más baratos que los espráis convencionales. La aparición de las marcas especializadas en los noventa significó un cambio enorme para el grafiti. En buena medida le quitó la gracia, porque uno de los aspectos principales hasta entonces era el reto de conseguir la pintura. Había que conseguir los espráis uno a uno en tiendas y grandes almacenes, y tener muchos era ya un logro. Eran espráis lentos y poco eficaces, de modo que había que arriesgarse más tiempo al pintar, y había que dominarlos a fondo para conseguir resultados impactantes.
Con todo esto han desaparecido filtros que eran importantes. Antes, un chaval de doce años no tenía la capacidad de pintar mucho y muy grande. Mientras aprendía a conseguir y manejar los espráis pintaba poco y pequeño. Ahora, cualquier preadolescente con su paga semanal puede comprar espráis con los que pintar de forma muy prominente. Todo esto ha hecho del grafiti algo demasiado fácil, y ha multiplicado su presencia.
–En la última parte del libro hablas de la gentrificación. Aparecen Malasaña, Lavapiés o Carabanchel. Lo titulas ¿El Street Art me sube el alquiler? Te pregunto, ¿y el grafiti lo puede bajar?
Cuando se habla de gentrificación se suele pensar en el momento en que la clase media coloniza un barrio y lo transforma, pero el proceso comienza antes. Comienza cuando se permite o fomenta que un barrio se degrade para que bajen los precios y los fondos de inversión puedan comprar barato. El abandono sucede por ejemplo desatendiendo los servicios públicos, o dejando que se acumule la basura o el grafiti.
El arte urbano, y su versión oficial en forma de murales, tienen un papel opuesto, sirven para atraer a la clase media cuando el barrio está ya maduro para la venta. Aunque es cierto que, con el tiempo, hasta el grafiti más salvaje de firmas y “throw-ups” ha adquirido cierto atractivo para la clase media, y puede servir como reclamo en las fases avanzadas de la gentrificación.
–Es verdad que en un paseo por Malasaña es fácil ver a gente haciéndose reportajes fotográficos, no ya frente a una pieza de arte urbano sino en un cierre repleto de firmas. Una última pregunta obligada por la actualidad ¿Cómo ves el asunto de la firma de Muelle que ha salido en una obra en La Latina y se va a intentar salvar? ¿Eres conservacionista?
Desde el grafiti estamos acostumbrados a que las cosas desaparezcan, y resulta extraño tanto revuelo por una firma. Lo cierto es que conservar un grafiti implica necesariamente sacarlo de su contexto, del físico si te lo llevas a un museo, y del histórico en cualquier caso. El grafiti forma parte de su contexto y solo se puede conservar de forma parcial, aunque entiendo que en casos como el de Muelle haya un interés especial. Es un asunto complicado de gestionar porque suele tratarse de superficies privadas. De todas formas no es la primera vez que aparece un Muelle en unas obras, ni será la última.
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