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Las tormentas de una madre de acogida que acaban en amor y calma

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Rocío Niebla

24 de marzo de 2022 22:41 h

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El cuerpo de Maria Josep Subirachs se puso en alerta cuando desde la parte de atrás de su coche Ritta se puso a gritar: “Pipiiiii, tengo mucho piiiipiiiii”. Ella, nerviosa, salió de la autopista mientras la niña chillaba y chillaba. Paró el coche, abrió la puerta y Ritta, tranquila, le dijo: “Ya se me ha pasado el pipi”. Maria Josep la contempló atónita, y tuvo una sensación “regulera” en estos primeros momentos como madre de acogida. Ritta era una niña de cuatro años y una montaña rusa de emociones.

Cuatro años han pasado desde ese agosto de 2018 y la crianza, según cuenta la madre de acogida, “no ha sido un camino fácil”. Le faltaban atención y mimos, pero a su vez, no soportaba “detalles” como que al caerse alguien se interesara por ella. Ahora Subirachs está felicísima junto a su “mandonguilla” (albóndiga en catalán). “Le he intentado ofrecer un refugio: una familia, amigos, un lugar seguro para que crezca con amor y tranquilidad”.

Me da vergüenza decir en voz alta cómo de mal lo pasé los primeros meses contigo. De verdad, en muchísimos momentos me pusiste al límite, hasta el punto de plantearme desistir en acogerte

Subirachs ha escrito un libro para Ritta y también para otras familias que “quieran saber más sobre el proceso de acoger a un menor temporalmente”. En Experiències d'una mare d'acollida (El Cep i la Nansa Edicions, 2021), la autora es pura sinceridad: “Me da vergüenza decir en voz alta cómo de mal lo pasé los primeros meses contigo. De verdad, en muchísimos momentos me pusiste al límite, hasta el punto de plantearme desistir en acogerte”, escribe. Peleas, gritos, malas caras, golpes, silencios que duelen y negativas por norma. 

“No quería comer, ni ropa, ni caminar, ni hablar, y cuando lo hacía, era a gritos”. Ella intentaba paliar la situación con alguna carantoña, monería o “cosa divertida” que acababa siendo incluso peor. Era como si “una sombra negra se me hubiese puesto encima y no me dejaba espacio ni para respirar”. Maria Josep reconoce que “estuvo a punto de devolverla” y llegó a pensar “ella o yo”, pero la Generalitat de Catalunya la derivó a un psicólogo infantil que la ayudó a reconducir la situación: “Cada semana vamos al psicólogo y a partir de los juegos vamos viendo las faltas y necesidades que tiene”, dice. Reconoce que al principio no se entendían y Ritta venía con “una mochila llena de traumas” y ella era muy nueva en maternar. 

Encajar el puzzle

“Poco a poco nuestras piezas se encajaron como puzzle que somos”. Para criar a Ritta ha hecho falta mucha paciencia, tranquilidad y mente fría. Abandonar la independencia que tenía y llevarla a todos los lugares a los que la madre va. En ocasiones la pequeña se pone “ardiendo enfadadísima” y necesita que su madre de acogida respete su espacio, y una vez más tranquila, le explique, le cuente o la abrace. Ritta también tiene ahora una red, una tribu, una familia que la quiere y cuida: los padres de Maria Josep Subirachs, así como su actual pareja, se han volcado con ella. En casa juegos, atenciones, caricias y mimos no le faltan. 

Supuestamente el acogimiento de la niña iba a ser por dos años, tiempo que le dan a la madre biológica para mejorar ciertas cosas como son la casa, el trabajo y el tiempo disponible a la dedicación a la niña“, cuenta Subirachs. Pasados los dos años, le propusieron ”la permanente“ y ella aceptó ”feliz y con sensación de tranquilidad“.

El contacto con la familia biológica

Ritta no se llama Ritta y viene de una familia monomarental. Padre desconocido, una madre precaria que hacía lo que podía con cuatro hijos hasta que los servicios sociales intervinieron. Tanto por protección de datos de la menor como de la madre de acogida, la madre biológica no sabe dónde están. 

Para los psicólogos es importante que el vínculo con la familia biológica no se pierda, y que los menores, si tienen edad para comprender, sepan con sinceridad sobre la doble situación familiar en la que viven

“Cuando la llevo a las visitas con la familia no puede llevar nada identificador ni del pueblo ni de la escuela”, explica. Para los encuentros, Subirachs la acerca a un punto donde la recoge la “referente”, persona que trabaja para la Generalitat o para la subcontrata que vela por el interés de la menor, y esta la acerca hasta su madre.

Madre de acogida con madre biológica nunca se ven, ni siquiera se conocen. “Las visitas con su madre y sus tres hermanos, que están en centros de acogida, son cada 15 días un par de horas”. Ritta al principio volvía a su nueva casa y no decía absolutamente nada, pero desde hace tres años explica un poco más, pequeñas cosas. Para los psicólogos es importante que el vínculo con la familia biológica no se pierda, y que los menores, si tienen edad para comprender, sepan con sinceridad sobre la doble situación familiar en la que viven. 

Una opción poco conocida

El acogimiento familiar es todavía una posibilidad muy poco conocida. Mª Josep Subirachs se enteró por “casualidad” porque una compañera de trabajo le contó su propia experiencia. Llamó al Institut Català de l'Acolliment i de l'Adopció y pasó una serie de pruebas (tanto psicológicas como visitas a su propia casa o muestras de solvencia económica) que le hicieron figurar como apta. Según los datos del Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030, más de 35.000 menores están tutelados por el Estado: en torno a 18.900 de ellos están en familias de acogida, mientras el resto están institucionalizados en centros de menores. 

El director y guionista Raúl Serrano estuvo 15 años en uno de estos centros. En su documental Así crecen los enanos trata las experiencias de niños y niñas (ahora adultos) tutelados por el Estado. “La Ley del Interés superior del menor del 2015 obliga a las Comunidades Autónomas a cambiar el modelo; a partir del 2015 deben priorizar el acogimiento familiar antes que la institucionalización”, cuenta Serrano.

Una familia te aporta amor incondicional; eso un centro no te lo va a dar. Estás al margen del modelo social y del sistema, y eso la institución es muy difícil que lo revierta

Raúl Serrano director y guionista - ex niño tutelado

Esta misma ley prohíbe la estancia de niños y niñas de 0 a 3 años en centros salvo en “supuestos de imposibilidad, debidamente acreditada” o “cuando esta medida no convenga al interés superior del menor”. Además, la norma añade que prioriza también el acogimiento familiar “a los menores de 6 años en el plazo más breve posible”. Para el director, así como para ASEAF (Asociación Estatal de Acogimiento Familiar), la Ley no se está cumpliendo dado que en todas las edades establece como prioritario el cuidado en familias y los números en centros de acogida son muy altos. 

“Una familia te aporta amor incondicional, eso un centro no te lo va a dar. Estás al margen del modelo social y del sistema. Esto la institución es muy difícil que lo revierta”, asegura Serrano, que hace una distinción entre “criar”, que considera que es lo que hacen las familias, y “cuidar”, que es lo que se hace en los centros de menores.

Para Raúl Serrano los niños y las niñas en los centros no tienen “referencias” de cómo funciona la vida diaria, ni las emociones humanas, ni la sociedad. Y concluye: “Cuando hay niños dañados, una institución es difícil que revierta la situación de desamparo o daño psicológico porque cuando creces como lo hace la minoría, no la mayoría, sigues siendo un excluido”.  

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