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Casado enterrará al PP en El Valle de los Caídos

Pablo Casado

Carlos Hernández

El PP parecía ser un partido inmortal. Daba igual que se fueran conociendo los detalles de la infinita red corrupta que se tejió en toda España para obtener comisiones ilegales a cambio de obra pública. No importaba que llevara décadas financiándose irregularmente, ni que sus exministros, exalcaldes, expresidentes autonómicos, exconcejales y exetcéteras tuvieran que competir para quedarse con la celda más cómoda de Soto del Real. Los populares sobrevivieron incluso a su pecado más grave: mentir reiteradamente a la nación con más de 190 cadáveres encima de la mesa. En estos últimos días ni siquiera parece haberles afectado que se haya destapado la implicación directa del Ministerio del Interior en una operación para robar pruebas del caso Gürtel y para secuestrar y extorsionar a la familia Bárcenas. No se inmutan cuando se multiplican los artículos y las informaciones en los que ya se duda abiertamente sobre las verdaderas causas de los accidentes sufridos por su extesorero Álvaro Lapuerta o de las muertes, en extrañas circunstancias, de otros incómodos testigos. 

El PP se sentía impune, protegido por una tupida tela de araña de jueces, policías, empresarios y periodistas, que había sido tejida a lo largo de los años con hilo de papel moneda. El PP se sentía inmune, apoyado por un electorado que no encontraba alternativas ni por el centro, ni por una derecha honesta, ni por la ultraderecha. En este contexto los populares no pensaron en el largo plazo. Salvo en lo económico, renunciaron a construir un relato similar al de las fuerzas conservadoras europeas. Apostaron por retener al votante franquista, al antiautonomista, al racista, al homófobo y al machista. Lo hicieron con guiños constantes en sus discursos y también con sus políticas. Plagaron España de mesas para recoger firmas contra Catalunya, llenaron las calles de curas para oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo, llamaron carcas a quienes criticaban la dictadura de Franco, prometieron “limpiar” las ciudades de inmigrantes… 

Lo más grave no es solo que mantuvieran “calientes” a esa minoría de nostálgicos del franquismo. Lo peor es que blanquearon sus ideas, las normalizaron y las extendieron entre sus votantes. Aunque algún portavoz simpático suavizara el fondo y las formas cuando tocaba hablar en la SER o en La Sexta, ahí estaban los perros de presa de Génova para conservar y ampliar el electorado duro con proclamas ultras en Esradio, Intereconomía, COPE, ABC o 13TV. El PP, heredero de la AP franquista, acogió en su seno a la extrema derecha y, en lugar de neutralizarla, la alimentó para que creciera día a día. La ración de comida que le suministraba fue aumentando, además, de forma proporcional a los escándalos de corrupción que gangrenaban al partido. A más revelaciones de la Gürtel, más bandera de España para taparlo todo. A más Púnica, más anticatalanismo para desviar la atención. A más Lezo, más populismo barato en materia penal y de inmigración. 

Si bien es cierto que el declive popular empezó con la irrupción de Ciudadanos, la fosa se la está cavando Vox. Ese electorado al que Fraga, Aznar y Rajoy acostumbraron a mirar con buenos ojos la herencia sangrienta del dictador ha encontrado un partido mucho más franquista al que apoyar. Esos votantes a los que Fraga, Aznar y Rajoy les dijeron que la igualdad es un cuento de progres, que los inmigrantes vienen a invadirnos y que para ser un buen español hay que odiar a los catalanes y a los vascos, se han enamorado de otros políticos que se enorgullecen públicamente de ser machistas, xenófobos, ultranacionalistas españoles y homófobos.

Pablo Casado tiene muy complicado tapar las vías de agua que amenazan con hacer zozobrar el antaño invulnerable acorazado popular. Lo que es seguro es que con la estrategia actual lo único que va a conseguir es precipitar el hundimiento. Tratar de competir en radicalidad con Vox es una batalla perdida. Si el líder del PP pide aplicar el 155 en Catalunya, Abascal abogará por enviar los tanques a la plaza de Sant Jaume; si Casado nombra un exmilitante de Fuerza Nueva como candidato a la Generalitat, sus rivales buscarán un antiguo guerrillero de Cristo Rey; si defiende la prisión permanente revisable, se encontrará con una propuesta de cadena perpetua o de pena de muerte; si quiere poner más concertinas en Melilla, se topará con un muro; si apuesta por deportar inmigrantes, le superarán con un proyecto de centro de aislamiento a la danesa en el islote de Perejil. 

Las últimas encuestas a nivel nacional demuestran que lo ocurrido en Andalucía ha sido solo el principio. El PP creó y cebó a un monstruo que, tras cobrar vida propia, amenaza con devorar a su padre. Hoy por hoy, para los votantes que se sienten atraídos por el discurso de la extrema derecha, Vox es el original y los populares una burda copia tras la que se esconde la “derechita cobarde”. Ajeno a esa realidad, Casado trata en vano de recuperar el pódium del facherío, mientras el centro derecha español continúa sumido en la más absoluta orfandad. España necesita un partido que ocupe ese espacio político y eso, más pronto que tarde, acabará ocurriendo. Ojalá el que dé el paso lo haga por convicción y no fruto de sesudos y fríos cálculos demoscópicos. Quizás ese día tengamos por fin la derecha plenamente democrática y sin vinculaciones ideológicas con los totalitarismos que desapareció en 1936. Tal y como describió muy acertadamente el historiador Francisco Espinosa: “El golpe franquista aniquiló a la izquierda y silenció para siempre a la derecha moderada”. ¿No es hora de que esa derecha renazca y recupere su voz?

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