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El juicio a los asesinos de gitanos no causa la catarsis que necesita Hungría
La condena a tres personas culpables de asesinar a seis gitanos, entre ellos un niño de 5 años, es ejemplar porque destaca los motivos racistas de los crímenes, pero falta aún que el caso provoque una verdadera catarsis en la sociedad de Hungría, según analistas consultados por Efe.
Entre julio de 2008 y agosto de 2009, un grupo de cuatro personas empleó cócteles molotov y armas de fuego en una serie de ataques racistas contra viviendas de gitanos, con el resultado de seis muertos.
El juicio llegó ayer a la sentencia de primera instancia, cuando el juez destacó que se trata de homicidios cometidos claramente por motivos racistas y en asociación ilícita, por lo que condenó a tres de los culpables a cadena perpetua y al cuarto a 13 años de prisión.
“Es un fallo ejemplar”, ya que el juez destacó los motivos racistas, para que “nadie ni siquiera piense en cometer el mismo delito”, explicó a Efe Eszter Jovánovics, directora del programa gitano de la Unión para las Libertades Fundamentales (TASZ), una ONG húngara de defensa de los derechos humanos.
“Se trata de un fallo simbólico que podría tener efectos positivos en la sociedad, pero es importante que llegue detalladamente a la opinión pública lo que dijo el juez sobre el caso”, acentuó Jovánovics.
La serie de asesinatos ya inspiró al director húngaro Bence Fliegauf para su largometraje “Csak a szél” (Sólo el viento) con el que ganó varios premios en festivales internacionales de cine, como el Oso de Plata de Berlín en 2012.
Pero no falta quien opine que en un país como Hungría, donde persiste la intolerancia hacia los gitanos, estos asesinatos racistas deberían servir para despertar definitivamente a la sociedad, algo que no parece ocurrir.
Péter Hack, intelectual y exdisidente, aseguró en la televisión privada Atv que “es un problema muy grave que no haya una catarsis nacional” a raíz del caso, mientras el filósofo Miklós Tamás Gáspár aseguró en la prensa que “si no habrá luto nacional, esto no es una nación”.
Según datos recientes del instituto de investigaciones sociológicas Tárki y del Instituto Political Capital, el 30 por ciento de la población de Hungría es abiertamente antigitana, frente a un 13 por ciento de “simpatizantes”, mientras que el restante 57 por ciento muestra en ciertas circunstancias intolerancia hacia los romaníes.
La crisis económica y social de 2008 causó un incremento de los discursos racistas contra los gitanos, principalmente en las filas del partido de extrema derecha Jobbik, que en las legislativas de 2010 se convirtió en la tercera fuerza en el Parlamento, con el 17 por ciento de los escaños.
La Guardia Húngara, brazo paramilitar de Jobbik, organizó desfiles provocadores en localidades habitadas por gitanos y pese a que en 2009 fue ilegalizada por atemorizar a los gitanos y a otras minorías, posteriormente reapareció bajo otros nombres.
La Guardia les parecía demasiado “blanda” a los cuatro condenados, que por ello decidieron utilizar armas “para poner orden” y para causar tensión social, señalan los documentos del juicio.
“Mientras que desde los años noventa y hasta principios de los años 2000 se registraba un discurso políticamente correcto en política y prensa, los últimos años trajeron cambios considerables”, y aceptaron un discurso menos tolerante, señala el análisis de Tárki.
Se atribuye a Jobbik que expresiones como “el delito gitano” se hayan “institucionalizado” y su uso sea hoy general en la prensa y en el discurso político, añade.
El gobierno conservador no se ha librado de polémicas: recientemente condecoró a un periodista que llegó a llamar “primates” a los gitanos, y tras un alud de críticas pidió que devolviera su premio.
El periodista Zsolt Bayer, cofundador de partido Fidesz, en el gobierno, describió a los gitanos como animales y afirmó que “no son aptos” para convivir con la sociedad. Su diario fue multado con 850 euros por la autoridad húngara que supervisa la prensa.
En Hungría, país de 10 millones de habitantes, unas 315.000 personas se identificaron como “gitanos” en el censo de 2011, pero muchos sociólogos aseguran que el número real es al menos el doble. Marcelo Nagy
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