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Antonio Ladra, periodista: “Sin memoria lo que no hay es presente”

Antonio Ladra, periodista.

Paco Gómez Nadal

Santander —

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Vidas en rojo y negro es un libro fruto de varias carambolas en una partida de billar no planificada entre varios periodistas y escritores. El primero, su autor, Antonio Ladra, premio Morosoli al periodismo televisivo en Uruguay y referente de la investigación periodística sobre el narco en el Río de la Plata. En 2018, Antonio le pidió a su hija, Eugenia —ahora también presentando su primera novela, Carnada—, que aprovechara un viaje a Francia y preguntara en el consulado uruguayo de Marsella por la historia de Sol Ladra, su abuelo, el padre de Antonio, que de allí regresó a la vida con dirección a Montevideo. El que fuera consulado en los años 50 del siglo pasado ahora era una casa abandonada —quizá como la memoria— y esa primera puerta se convirtió en muro cubierto por la hiedra. Pero otro periodista amigo, Carlos Carnicero, le indicó a Eugenia la ruta hasta el Archivo Histórico de Cantabria, instalado en la misma cárcel en la que Sol Ladra perdió media vida, la antigua Tabacalera de Santander. Las puertas se comenzaron a abrir y una fue llevando, irremediablemente, hasta Toñanes.

Los papeles y las pruebas de la existencia de los Ladra —hasta ese momento apenas fantasmas difusos en la historia familiar— iban aflorando. La partida tuvo un emboque definitivo cuando otro escritor, el cántabro Juan Gómez Bárcena, estaba investigando para ese libro —Lo demás es aire— que convirtió a la pequeña localidad de Toñanes (Alfoz de Lloredo) en el epicentro del mundo. Gómez Bárcena contactó con Antonio Ladra gracias a las redes y le preguntó si tenía algo que ver con los Ladra de Toñanes. Esa pregunta desató una tormenta y el viento de la memoria se tradujo en un libro singular, directo y arquetípico cuando Gómez Bárcena, durante la sobremesa en el restaurante La Imprenta de la Ciudad Vieja de Montevideo, le espetó a Antonio Ladra: “Has escrito sobre narcos, ahora escribe sobre anarcos”.

Y los anarcos eran muy cercanos. El padre de Antonio, Sol, muerto en Uruguay en 1989 después de haber sido miliciano, preso, y fantasma resucitado, y sus hermanos: Antonio, ejecutado en el muro del cementerio de Ciriego de Santander el 10 de julio de 1941 por hombres de la Comandancia 119 Rural de la Guardia Civil; Eugenio, que fue trabajador esclavo del franquismo hasta 1945; y Mercedes, esa hermana que se hizo invisible en Viveiro (Lugo) —el lugar de origen de su propio padre, José— para sobrevivir después de la detención de sus tres hermanos pero que antes fue militante de la palabra y del anarquismo, como su hermano, desde las Juventudes Libertarias de Cóbreces.

“El trabajo de memoria histórica no tiene nada que ver con la venganza. Es un tema de humanidad. Además, no es que sin memoria no haya futuro, como es el lema de la Plataforma de Memoria de Cantabria, sino que sin memoria lo que no hay es presente”, explica Antonio en Santander, donde ha acudido para presentar su libro en La Vorágine este viernes, 27 de septiembre, a las 19:30 horas. (El 8 de octubre lo presentará en Madrid -Traficantes de Sueños-; y el 11 de octubre, en A Coruña -Librería A Tobeira de Oza-). Vidas en rojo y negro fue un éxito editorial en 2023 en Uruguay y, ahora, la editorial La Vorágine le ha dado vida con una portada, en rojo y negro, donde la familia Ladra Pérez sale de la bruma para hacerse tangible.

'Vidas en rojo y negro' se presenta en La Vorágine este viernes, 27 de septiembre, a las 19:30 horas

“Este tipo de libros son importantes allá [Uruguay] y acá [España]. Una amiga de mi hija, tras leer el libro, le dijo: ‘Tu abuelo era un héroe y ustedes no lo sabían’… Y eso es lo que ocurre… No sabemos de dónde venimos y nos ponen muy difícil averiguarlo”, reflexiona Ladra, quien cree que la historia de su familia “es una historia universal y en este momento, en España, parece especialmente importante”.

El periodista uruguayo, espigado y con voz atronadora a sus 68 años, estuvo el lunes, 23 de septiembre, en la concentración contra la derogación de la Ley de Memoria Histórica en Cantabria frente al Parlamento autonómico y preguntaba, al ver a las 150 o 200 personas congregadas: “¿Esto es mucha o poca gente?”. Al escuchar que “bastante” se le torció el gesto. “Me pudre ver el poco interés que parecen provocar estos temas”. Antonio señala la paradoja de que en Uruguay haya 197 desaparecidos forzados atribuidos a fuerzas del Estado y en la última edición de la Marcha del Silencio —la número 29 y que se realiza cada 20 de mayo— se congregaran cerca de 30.000 personas y, en España, donde hay decenas de miles de desaparecidos sólo salgan a las calles unos centenares de personas.

La investigación para el libro sirvió para trazar las rutas humanas de los abuelos de Antonio y de sus cuatro hijos. Uno, el que llevaba su mismo nombre —Antonio Aníbal Ladra Pérez—, dejó de ser un desaparecido hace más de dos años, cuando su sobrino nieto logró seguir su huella hasta Ciriego. Otro, su propio padre, Sol, pudo ser explicado, entendido, tras reconstruir su huida a Francia con un solo pulmón y diez costillas menos, tras sobrevivir a la tuberculosis, a las palizas y al hostigamiento. Eugenio, tras ser liberado, astillado por el tiempo y por el trabajo, optó por camuflarse, como una buena parte del país que sobrevivió y que no pudo huir. Mercedes es una incógnita en la que Antonio Ladra quiere hurgar.

“Lo que uno entiende es que la perversión de los asesinos franquistas fue continuada por el Estado español de la democracia al guardar la información en archivos, al perpetuar el silencio e, incluso, como en el caso de mi padre, al negar cualquier tipo de reparación”, apunta el autor de Vidas en rojo y negro.

Sol Ladra, ese anarquista anónimo que sobrevivió en la precariedad y que murió sin pensión ni reconocimiento, toma cuerpo en el libro que su hijo regala ahora al presente. “Porque si ahora caminamos en libertad, si vivimos en democracia, si tenemos algo es por aquellos que le plantaron cara a la barbarie porque, aunque parezca que perdieron, dejaron una huella”. Esa huella llena ahora 168 páginas trepidantes, sinceras, directas, sustentadas. Estos anarcos de Toñanes no serán nunca más fantasmas.

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