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Los rescoldos de La Culebra: una guía para entender cómo el abandono y la falta de previsión desataron los peores incendios de Zamora

El periodista Juan Navarro, con su libro 'Los Rescoldos de La Culebra'.

Javier Ayuso Santamaría

Valladolid —
2 de diciembre de 2024 09:14 h

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Entre junio y julio de 2022 dos graves incendios en la Sierra de la Culebra, en Zamora, calcinaron más de 55.000 hectáreas, un 6% de la superficie total de la provincia y se llevó la vida de cuatro personas. La Junta de Castilla y León calculó que los daños en la superficie forestal afectada —unas 30.000 hectáreas— tardarán una década en recuperarse. Dos años y medios después, el periodista Juan Navarro, colaborador de El País en Castilla y León, publica 'Los rescoldos de La Culebra' (Libros del K.O.), una obra que documenta los antecedentes, lo que pasó, y describe la realidad de uno de las 'zonas cero' de la despoblación de la España interior. Su libro, afirma, no busca dictar culpabilidades, sino documentar los hechos para que los lectores saquen sus propias conclusiones incluyendo las perspectivas de diversos actores: afectados, bomberos, políticos y expertos, mostrando una visión integral de la tragedia.

“El libro es una guía de la catástrofe; pretende ser un espejo para entender lo ocurrido y pensar en el futuro”, reflexiona Navarro, a quien, sin duda, hay que preguntar por las similitudes entre los incendios y las inundaciones vividas en Castilla-La Mancha,

¿Es comparable lo ocurrido en la Sierra de la Culebra con lo vivido recientemente en Valencia o Castilla y La Mancha?

Creo que las magnitudes son distintas, los elementos son distintos pero, si hacemos una cierta similitud se puede asemejar en años de malas gestiones, la ausencia de inversión preventiva y la falta de coordinación entre administraciones amplifican los desastres. En el caso de Castilla y León tener los dispositivos de emergencias bajo mínimos y escasamente pagados y allí de no reaccionar apropiadamente. Tampoco subir al famoso nivel 3 que parece que es evidenciar que no eres capaz de solventar algo.

Además, los incendios son una consecuencia más de la despoblación y el cambio climático. Castilla y León, en particular, no activó los protocolos adecuados, como el nivel 3 de alerta, lo que evidencia la falta de preparación frente a un problema que será cada vez más frecuente. Aquí en Castilla y León y en Zamora tenemos dos años y pico más de margen para evaluar cómo han intervenido las administraciones públicas, qué ayudas han llegado, inversiones y tal. El panorama no es positivo, el examen yo creo que no se aprueba.

También es un tema de reacción. Fui allí a ayudar con los bomberos que estuvieron en La Culebra, la gente nos decía que se iba a olvidar. Confío en que no porque allí hay mucha gente, mucho dinero y muchos votos, es así de triste, y aquí en Zamora y en Castilla y León, y en Castilla La Mancha, y en Extremadura, y en Aragón y tal, somos poca gente, poco peso político y poco dinero, lo cual propicia que se nos olvide más fácilmente. ¿Qué provoca eso? Desafección y que no sepamos a quién pedir cuentas.

¿Qué rescoldos quedan en la Sierra de la Culebra tras el incendio?

Lo ocurrido dejó una huella tangible y simbólica en la zona. Aunque las cenizas aún recuerdan la tragedia, lo más preocupante es la resignación de los habitantes. La indignación inicial por la falta de prevención y recursos dio paso al silencio. Esto refleja un patrón histórico en Castilla y León: un desarraigo institucional profundo y la falta de músculo social para exigir respuestas. La sensación predominante es que se trató de mala suerte, pero eso encubre la ausencia de una política ambiciosa para evitar que algo así vuelva a ocurrir.

Estuviste en el incendio y has vuelto al lugar, ¿qué viviste en ese momento y al regresar?

Llegué la noche del 17 de julio de 2022, y lo que vi fue abrumador: una muralla de fuego que avanzaba sin control. Esa experiencia fue una mezcla de adrenalina y agotamiento, pero nunca comparable al sufrimiento de quienes lo perdieron todo. En los meses posteriores regresé varias veces, y cada visita me permitió recomponer el mapa de la tragedia. Recordaba escenas concretas: lugares por donde escaparon vecinos o testimonios de quienes intentaron salvar su ganado. Todo eso ayudó a construir el libro, donde intento transmitir no solo el impacto inmediato, sino también las causas y las consecuencias de lo ocurrido.

¿Qué quieres contar con este libro?

El objetivo es simple: contar lo que pasó. No es solo una crónica de los días del incendio, sino una radiografía de los factores que lo precedieron y de las respuestas —o la falta de ellas— que vinieron después. El libro refleja las carencias en prevención, la precariedad de los bomberos, y cómo un contexto de despoblación y abandono institucional agrava este tipo de catástrofes. También busca dar voz a las víctimas, los bomberos, y otros afectados. No pretende imponer juicios, sino ofrecer los elementos necesarios para que cada lector saque sus propias conclusiones.

¿Crees que la administración ha cambiado algo tras el desastre?

La Junta ha anunciado algunas medidas, como inversiones en equipos y la renovación de planes de emergencia, pero son cambios insuficientes. Los bomberos siguen trabajando en condiciones precarias, con contratos temporales y bajos salarios, lo que genera una alta rotación que dificulta la profesionalización. Además, la actualización del plan Infocal —vigente desde 1999— sigue pendiente. El cambio climático obliga a adaptar los dispositivos de emergencia a nuevas realidades, como incendios fuera de temporada, pero la respuesta institucional aún no está a la altura.

¿Qué papel juega la despoblación en este tipo de tragedias?

La despoblación es una de las causas principales. Antes, el ganado extensivo limpiaba los montes de forma natural, reduciendo el riesgo de incendios. Ahora, con la desaparición de este modelo y el auge de macrogranjas, los montes están abandonados. Además, al haber menos gente en estas zonas, hay menos capacidad de presión social y política para exigir recursos. Todo esto crea un círculo vicioso: la falta de inversión y atención institucional alimenta el abandono, y este, a su vez, aumenta la vulnerabilidad de los territorios.

¿Cómo afecta la resignación de la población rural a la capacidad de reacción ante estos problemas?

La resignación es un rasgo cultural que dificulta la movilización social. Muchos habitantes aceptan lo ocurrido como inevitable y sienten que nada cambiará, incluso si exigen soluciones. Esta actitud, que puede entenderse tras décadas de abandono, es un obstáculo para construir el músculo social necesario para reclamar derechos. En regiones con más peso político y económico, como Cataluña o el País Vasco, estas tragedias generan respuestas más contundentes por parte de la ciudadanía y las autoridades.

¿Qué fue lo más difícil de escribir el libro?

Hablar con las familias de las víctimas fue moralmente desafiante. Como periodista, resulta complicado abordar el dolor ajeno sin sentirte intruso. Fue esencial ganar la confianza de las personas, explicándoles que mi objetivo era contar su historia de forma honesta. También fue difícil estructurar el relato mientras se contrastaban datos y se enfrentaban las declaraciones oficiales con los hechos. Sin embargo, ese rigor era necesario para que el libro tuviera credibilidad.

Como periodistas estamos acostumbrados a cubrir miseria llega un momento que sale costra, a veces me a mí me da rabia sentir que me deshumanizo, no queda otra, porque es que si no a ver cómo duermes tú por la noche. Moralmente yo me he sentido un poco intruso preguntándole a la esposa de Daniel Gullón, el brigadista fallecido ¿Con qué cara voy yo decirle cuénteme usted cómo supo que fue el fallecimiento de su marido? Para llegar hasta allí tengo que hacer un trabajo de confianza con esa persona.

¿Cómo están al día de hoy las familias de las víctimas?

De los cuatro fallecidos, solo uno, la familia de Gullón, el bombero, han recibido fondos o un dinerillo por el deceso. A veces tenemos que recalcular cuán fría es la administración. Yo entiendo que fríamente es así, a mí me parecería fenomenal que mis impuestos vayan para que esa familia del humilde del pastor que lleva cincuenta y cinco años en Escober deTábara, pues que le den un dinerillo, pues que su hermano, que está durmiendo con medicación y que está todavía pastando con las vacas, pues pueda descansar tranquilo.

Hablas de frialdad en la administración

Para mí uno de los episodios de más frialdad del libro, es el más frío de todos, es una entrevista que tuve con José Ángel Arránz, el responsable de política forestal de la Consejería de Medio Ambiente Me pareció asombroso la capacidad, la frialdad, y remitirlo todo a los números, que es verdad. Pero a ese componente tienes que añadirle cierto factor humano. Frialdad extrema, comprensible pero extrema. Hubo tres segundos que lo marcaron todo, que le pregunté, oiga, ¿y usted qué le gustaría que su hijo trabajara como bombero? Me dijo: sí, pues mi hijo es forestal en Segovia. Ahí dije: vale. ¿Y a usted le gustan las condiciones laborales que tiene su hijo?

Dudó tres segundos hizo, se trastabilló tres segundos, que no lo había hecho en toda la entrevista, y luego ya soltó el carrete, pero para mí esos tres segundos es una respuesta de la calidez que le falta a la administración.

¿Qué te explico el responsable de política forestal? Porque la realidad es tozuda

Lo que hay que entender, lo que decíamos antes, que estamos en un clima que antes no existía, este modelo no existía. A lo mejor en su día, no te lo niego, mantener el operativo es como si fueran las vacaciones escolares de los chavales a lo mejor resulta que ahora hay que tenerlo en abril. Estamos viendo que las posturas rígidas no se adaptan a esta realidad, que es tan exigente y tan desbordante.

Todo bebe de lo que hemos aprendido de incendios como el de Navalacruz, en Ávila, el año anterior, que fue nada. Hubo momentos en que el 20% de los actuantes eran de Castilla y León, el resto eran de Portugal, de la UME, de Cantabria, de La Mancha, de Extremadura, de la Comunidad de Madrid. Pues oye, es es significativo

¿Qué opinas de iniciativas como los conciertos que se querían haber organizado y que se tuvieron que cancelar?

Estas propuestas, aunque bien intencionadas, suelen ser un fiasco. En el caso de la Culebra, la idea de organizar conciertos no resolvió nada y solo alimentó el descontento. La población necesita soluciones reales, como inversiones sostenibles en el territorio, no gestos simbólicos que terminan siendo contraproducentes.

Tras el incendio, ¿cómo percibes el ánimo de la gente respecto al futuro?

La mayoría siente que el futuro es incierto. Las personas mayores ven la recuperación como algo inalcanzable en su tiempo de vida. Los jóvenes, por otro lado, no encuentran razones para quedarse, lo que perpetúa el éxodo rural. La falta de un plan de reactivación económica y social deja a la zona en un estado de vulnerabilidad extrema.

¿Por qué hay tanta desconexión entre las administraciones y estos territorios?

La brecha entre las administraciones y las comunidades rurales es enorme. Décadas de promesas incumplidas y falta de inversión han generado una desafección mutua. La administración ve estas zonas como secundarias, y los habitantes sienten que no vale la pena exigir nada porque nunca obtienen respuestas.

¿Qué balance haces de la gestión territorial en Castilla y León?

La comunidad está marcada por la falta de cohesión entre sus provincias. Cada territorio se ocupa de sus propios problemas sin una visión unificada. A pesar de décadas de un mismo gobierno, no se han implementado políticas eficaces para combatir la despoblación ni para fortalecer las áreas rurales. Esta fragmentación agrava el abandono y dificulta una gestión eficiente de los recursos.

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