Gutmaro Gómez Bravo: “El caso Puig-Antich permite ver el final del régimen”
En Puig Antich: La transición inacabada Gutmaro Gómez Bravo, profesor de la Universidad Complutense, traza varias líneas que se alejan del discurso oficial, tanto del pasado como del presente. Por una parte el autor muestra con claridad cómo quiso alejarse la causa de la justicia ordinaria para privilegiar el control militar, tan característico de toda la dictadura franquista. Por la otra, en unas conclusiones letales por su contenido, critica el sistema judicial español, donde el continuismo es una característica que cancela la ilusión de una ruptura tras la muerte del ganador de la Guerra Civil de un país donde aun parece imposible cerrar viejas heridas entre politiqueos, inutilidades públicas y un sistema miedoso que se niega a que la Historia con mayúsculas emerja con su auténtica luz.
¿Sigues con el tema de Puig Antich aun habiendo publicado ahora el libro?
Sí, claro. Hay varios frentes. La figura de Puig Antich es una técnica de aproximación para reconstruir el final de una época. El caso Puig Antich permite verle todo.
Puig Antich como paradigma.
A través de esa madeja ves el final del régimen, las posturas de la sociedad civil, la pena de muerte y muchas otras materias. En el libro hay dos saltos. El que es hacia atrás consiste en explicar el Franquismo como un modelo con una continuidad lógica y planteada desde su propia coherencia. El salto hacia delante remite a la evolución de la sociedad hasta nuestros días.
En el libro dedicas un largo capítulo a situar muy bien el contexto del caso.
Sin un buen contexto pierdes muchos factores que son esenciales para entender la cuestión. Nos sitúa en 1973 y permite comprender todo desde otra perspectiva. Por ejemplo ayuda a entender que más que la pelea por un indulto, algo en lo que insistió el cine, lo interesante es saber las razones que impiden conmutar la pena. El gobierno de Arias parte del no y las cosas se reinterpretan fijando bien el contexto.
¿Crees que sigue existiendo una gran ignorancia colectiva en torno al final del Franquismo?
Totalmente. Y además hay una visión de la transición como un momento excesivamente plácido. Se ha fijado la secuencia a partir de la muerte de Franco, la coronación de Juan Carlos I y a partir de ese punto llegará Suárez y todo será estupendo. Pues no. Estamos en un proceso donde sólo, durante esos años, Italia tiene más muertos encima de la mesa. Con casi ochocientos muertos, conflictividad social, desestabilización y muchas incógnitas de futuro no podemos calificar el período de tranquilo. La policía y el ejército se mostraron con claridad y el régimen…
¿Se sentía muy amenazado en 1973?
Los telegramas norteamericanos, que siempre tienen una mirada muy fina, nos dicen que no es tanto el atentado de Carrero lo que altera el orden. La idea es que no debe repetirse un proceso como el de Burgos. El régimen cierra filas porque el cúmulo de factores abruma y encima se añade al todo la revolución de los claveles y las cosas se complican más y más. Si volvemos a lo que decías de la gran ignorancia hemos de remitirnos a cuatro décadas donde no se han reconocido dos de nuestras peculiaridades: tenemos el dudoso honor de ser el segundo país con más desaparecidos después de Camboya y al mismo tiempo ser el único país que no ha revisado las sentencias de los tribunales militares. España sigue siendo diferente.
Eso lo planteas más al final del libro y entra dentro del miedo que existe en España a cerrar las heridas del pasado.
Sí, claro que hay mucho miedo. El caso Puig Antich afecta a policía, jueces y ejército. Nos habla, y toca, a la estructura del sistema de poderes. El poder judicial no reconoce su papel en la represión franquista, que legitimó de principio a fin, y tampoco reconoce hoy en día que aquellos juicios fueron una farsa.
Y parte del poder judicial actual ya formaba parte del mismo durante el franquismo. La continuidad es clara.
Y así se ven los fallos del diseño. Tipos que estaban de jueces de instrucción en ese caso en 1973 luego están en el Tribunal Supremo de Madrid en 2012 revisándolo. ¿Cómo van a revisar un caso que ellos mismos instruyeron?
Parece que ahora nos demos cuenta de los fallos del sistema.
Exacto, ahora de repente salen todos los fallos y no pueden taparse así como así.
Si pensamos en otros ejemplos históricos es curioso comprobar que casi nunca, pienso en el caso italiano después del fascismo, se ha producido una ruptura completa con el pasado, siempre se ha dado una línea de continuidad como si se evitara el borrón y cuenta nueva.
Pero al menos se apartan o se depuran. En el caso de la policía la cosa clama al cielo. El jefe superior de policía de Barcelona después del caso Puig Antich es ascendido, lo mandan a Bilbao y termina de gobernador.
¿Por qué no se producen depuraciones?
Otro fallo del sistema visible en los Pactos de la Moncloa. El artículo diez desarrolla la ley de amnistía, que a medio plazo es un error fatal y a largo plazo tiene un coste muy caro. La tercera generación de nietos de la Guerra Civil ha exigido con fuerza y ha movida una serie de cosas que políticamente han tenido distintos efectos. En lo relativo a la transición hablamos de gente que aun vive, y eso también tiene un riesgo de manipulación, ya no se puede hablar de miedo o de peligros porque el ejército o la policía asuman sus responsabilidades. Politizar la memoria y politizar el asunto judicial tiene su coste, y este es que un montón de gente, no necesariamente conservadora, ha asumido eso de manera peligrosa, a la inversa, como un riesgo, como si fueran a alterar su cosmovisión.
Al final la clase política con estos mecanismos impide a la ciudadanía la libertad de entender verdaderamente la Historia reciente de España.
Memoria con Historia, porque si la Historia no tiene memoria es un panfleto.
El mismo caso Puig Antich es más un símbolo que un contenido.
Si se mantiene el mito se crean imágenes intocables e irreconciliables, de José Antonio a Puig Antich, y así la cosa no puede funcionar.
Y parece que los mecanismos textuales se desacrediten, casi parece que un libro como el tuyo sea algo peligroso, todo lo contrario que otros lenguajes como el audiovisual, aceptados porque son un relato fácil.
Y es complicado. Tiene qué ver con la inmediatez y la placidez hacia mensajes fáciles, cuando en realidad el caso Puig Antich es una secuencia compleja que no puede analizarse desde un único punto de vista. Para un historiador es un reto porque nos situamos en un momento de cambio donde no estaba claro el fin y hay un reverso tenebroso porque te pueden encasillar y determinados sectores se han apropiado del mito.
En el libro marcas claramente la secuencia, es tan complicado el proceso que necesitas desgranarlo muy bien.
El proceso judicial es muy complicado y enrevesado. La fase de 1973 a 1974 te permite ver el funcionamiento policial y eso es muy difícil, y aquí entra el tema de la protección de los archivos. Después de un año y medio te dan unos papeles tapados con típex, algo alucinante que contrasta por ejemplo con lo sencillo que resulta consultar archivos en el Foreign Office, donde puedes fotografiar lo que está desclasificado. En el libro intento contar el poder absoluto de la Dirección General de Seguridad, que funciona como policía científica y está por encima del poder judicial. Eso lo pensamos muchos historiadores, pero no siempre tenemos pruebas o evidencias para demostrarlo.
De hecho con Puig Antich ellos intentan evitar por todos los medios que el caso vaya a la justicia ordinaria.
El capitán general de Cataluña no ve que el caso entre en la órbita militar, pero Gil Mesas, jefe superior de policía, une las diligencias de los atracos del MIL con la muerte del subinspector Anguas y crea un delito de terrorismo. Hay muchas negligencias y tejemanejes, como cuando toman declaración a Puig Antich en el hospital y al día siguiente se repite la operación y se modifican una serie de cosas para que el caso caiga en el delito de terrorismo y se propicie la pena de muerte. Esto es más visible en delitos de la posguerra, pero claro, aturde ver cómo cuarenta años después se reproducen los mismos mecanismos de apaño.
¿Y cómo incide el asesinato de Carrero Blanco en el asunto?
En la rapidez del proceso. Un mes antes de lo de Carrero el fiscal ya había pedido dos penas de muerte para Puig Antich. El Estado superpone sus crisis con las ejecuciones, sobre todo en este caso la fusión se produce con la problemática con la iglesia, con el caso Añoveros.
¿Qué se pretende con la ejecución de Puig Antich?
Acelerar el proceso es algo ejemplarizante. La ley se cumple y cualquier asunto de orden público se controla desde lo militar cuando muchos grupos piden la prevalencia de la justicia ordinaria y reclaman derechos humanos. Todo esto ocurre durante el supuesto aperturismo del espíritu del doce de febrero, que algunos compañeros de profesión se han creído hasta hablar de Arias Navarro como un protodemócrata.
Algo que es de chiste, suena absurdo pensar en Arias desde esa perspectiva.
Sí, pero esa visión sirve para crear antecedentes y generar más puntos del relato hacia la democracia. Según esto Suárez es prolongador de algo que ya se había empezado y bien, creo que conviene revisar la cuestión.
Y la transición hasta hace bien poco ha sido intocable. Será mi generación la que deba dar un golpe en la mesa.
Quizá la literatura ha roto más ese paradigma. En Historia España no es el epicentro del cuestionamiento. Hay que alejarse de visiones oportunistas.
El descrédito de la transición surge por una lógica natural de los acontecimientos.
Y ahí el fracaso de la memoria tiene mucho que ver. Es poner puertas al campo. El relato ha perdido credibilidad.
El relato era clave en la vertebración de la idea de España que teníamos hasta hace bien poco.
Es el orden de las cosas. La Constitución y la Ley de Reforma Política fueron buenos mecanismos, pero fueron grandes pasos que ensancharon el sistema sin profundizar en la calidad democrática, la descentralización y los derechos sociales, por eso hablo de una transición inacabada.
¿De verdad crees que podemos completar esa transición?
Desde el punto de vista judicial debemos, y no pasa nada porque unos señores acepten su parte de responsabilidad en el Franquismo, ya lo hizo la iglesia y no pasó nada. En el tema de partidos políticos es más complicado, tanto PP como PSOE deberían dejar que se revisen sentencias y haya un debate abierto en las ciencias sociales con, entre otras cosas, comisiones de la verdad.
En Sudáfrica la comisión de la verdad se hizo para el ciudadano, y aquí seguimos a ciegas.
Y en ese sentido estamos fatal. No se pueden consultar documentos y no es concebible que el archivo de Asuntos Exteriores esté siempre en obras para que no puedes consultarlo.
Chapuzas queridas.
Es alucinante.
Y no eres el primero que me habla de esta obstrucción en la consulta de archivos, sean de la Guerra Civil o de la transición.
Y además impiden ver datos que están comprobados, como expedientes de policías. No tiene sentido tapar con típex el domicilio de un muerto, es todo muy paranoico.
Y mientras dices todo esto pienso un poco demasiado en la casta, que se protege a sí misma.
Miedo, miedo a la inversa. Miedo a un mayor desprestigio. La cúspide actual del poder judicial empieza en los años setenta, y claro no es lo mismo decir que empezaron en la dictadura, es algo que huele mal. Deberían poner en todos lados La vida de los otros, es lo que deberíamos hacer aquí. El Franquismo no era tan perfecto, pero…
No eran alemanes.
Pero tenían fichado a todo el mundo, era un totalitarismo de la vida cotidiana con un control social importante. Los sectores hegemónicos de hoy en día proceden de ahí.
De todos es sabido que esto es así.
Pero piensa en la dimensión del tema. Imagina que la casa de tu abuelo no fuera suya, que procediera de otra gente a través de incautaciones. En este país se han creado fortunas con las manos manchadas de sangre, y en ese sentido el pacto sigue vivo. Con la sangre de Puig Antich y otros se advierte que ese dominio de ciertos grupos de la dictadura sigue muy vivo.
Y luego una vez muere Franco el proceso hacia la democracia es el maquillaje de esta perpetuación.
Y la ley de amnistía lo consagra. Tres décadas de incomprensión en ese sentido generan un intento de solución política, la Ley de la Memoria Histórica, con mala viabilidad técnica y sin respaldo en el poder judicial. No se puede desarrollar esa ley con la gente que está ahí dentro, no se podía desarrollar.
Casi parece que debamos esperar otros treinta años para solucionarlo, se tendrán que morir todos para poder hablar claramente.
O un cambio de imagen o de gobierno que abra balcones y archivos.
Y eso sólo podría ser mediante una tercera vía, porque ni PP ni PSOE querrán hacerlo.
Salvo que quieran sobrevivir. No sé qué les dirán sus asesores, pero el tema del pasado es muy importante para las identidades, y ahí se la juegan. La identidad española es una identidad no resuelta, entre otros asuntos como el de la guerra, asunto poliédrico por excelencia donde el nacionalismo juega un papel no muy claro, lo que implica que el problema no es sólo de los dos grandes. Los ejemplos para solucionarlo están ahí. Alemania, Colombia, Sudáfrica y Camboya han abierto archivos, han depurado responsabilidades judiciales y comisiones de la verdad para unificar los relatos y pasar página.
¿No lo hacemos porque no queremos?
Modelos no nos faltan, y ya no podemos decir que los españolitos no sabemos idiomas.