La semana pasada me sorprendió el tratamiento de un hecho importante de la ciudad relacionada con los malditos hoteles. El PEUAT impide que se construyan treinta y tres hoteles, pero en cambio no obstaculiza que setenta y cuatro más puedan edificarse en el centro de la ciudad. La información explica muy a las claras el cinismo de la administración anterior en esa diatriba entre BCN, su propuesta, y Barcelona, siempre más asfixiada por ese modelo salvaje que por su absoluto canibalismo inmobiliario que expulsa a los ciudadanos porque el dinero fácil de los visitantes es más rápido e instantáneo, algo muy en sintonía con la época.
Este aniquilamiento afecta a los alquileres en los barrios, que aun siguen siendo pueblos inmersos en el tejido urbano, y constituye una amenaza para muchos pequeños lugares con los días contados, siempre que no empecemos a valorarlos tanto desde múltiples puntos de vista.
Es lógico pensar que el paseante emprende sus recorridos más frecuentes desde un marco geográfico concreto. Desde pequeño el mío se mueve del Guinardó hasta Gracia. El punto de salida es mi origen y el de llegada mi adopción. Entre medias hay un inmenso territorio al que nadie acude porque pese a estar cerca del Hospital de Sant Pau y la Sagrada Familia es una sucesión de cuadrículas monótonas de la Dreta del Eixample sin atractivos turísticos ni festivos.
Resulta sencillo, las fotos nos ayudan, a imaginar esta inmensa tierra de nadie a principios del siglo pasado. Apenas había casas y seguramente las calles se estructurarían en función de pocas industrias, muchas de ellas destinadas al ladrillo, predominante en un amplio radio que alcanzaba hasta la actual ronda del Guinardó.
La mayoría de estas calles se vieron engullidas por el crecimiento del Eixample hasta su muerte en la frontera con el Camp de l’Arpa. Una de ellas, quizá la más antigua de la zona y de todo el orden matemático de Cerdà, es el pasaje de Conradí, cuyo nombre no evoca a un propietario, sino al Duque de Suabia de mediados del siglo XIII.
El pasaje de Conradí debió construirse a principios del 1800. Según un mapa de 1891 tenía forma de ele y ha sobrevivido a mil reformas. Ahora es un último mohicano ubicado entre las calles de Sicilia, Sardenya, Rosselló y Còrsega. Antes enlazaba Sicilia y Sardenya, pero en algún momento inconcreto, probablemente a mediados de los ochenta, los vecinos de esta última taparon su salida para poder aparcar mejor sus vehículos, lo que lo convierte en un peculiar sitio sin salida, olvidado, casi secuestrado.
Hace bien poco tiraron la casa que lo presidía y sólo queda una hilera de pequeñas viviendas que recuerdan mucho a otras igualmente antiguas del barrio de Gracia en las calles de Igualada y Fraternitat, núcleos de un mundo rural devorado por el crecimiento de la ciudad. El autor del blog Pla de Barcelona menciona que Conradí, llamada entonces calle d’en Peus, era la única calle del barrio del Poblet centralizado en la masía de Can Xirot, desaparecida en 1940. Eso reafirma su excepcionalidad pese a ser, en apariencia, uno más de los pasajes que pueblan el barrio de la Sagrada Familia.
Desgranada su cronología queda buscarle sentido a todo este entramado de referencias. Hablando con Jorge Carrión, que estos días pública su Barcelona. Libro de los pasajes (Galaxia Gutenberg), hemos coincidido en que cuándo hemos querido sacar fotos del pasaje los vecinos que salían a la civilización desde su refugio nos respondían con un rotundo no, como si inmortalizarlos los integrara en una realidad que no sienten al haber sido excluidos.
Esto nos lleva a la primera cuestión. ¿Quién se ha preocupado por estos ciudadanos? Viven en el centro de la sangría turística y sus coordenadas no figuran en las estadísticas de pobreza de un sector barcelonés de clase media que día a día ve afectada su normalidad por la transformación ejercida por la atracción del templo de Gaudí. Sin embargo no creo que los residentes pasen las penurias de sus vecinos de Conradí, una especie de irreductibles galos que me recuerdan un poco a los de Can Peguera, conjunto de casas baratas de Nou Barris que el ex alcalde Xavier Trías decidió proteger a nivel patrimonial.
Lo mismo debe hacerse con el pasaje Conradí para valorarlo en su justa medida, pero al mismo tiempo convendría, dado que se están activando medidas para disminuir la desigualdad entre barrios, proteger a sus habitantes y preguntarse si al final ser una rareza en medio de la homogeneidad ha dejado de ser una virtud para convertirse en un episodio descuidado de miseria. No estoy aquí para proponer soluciones, aunque detectando el problema creo que podemos avanzar desde un doble sentido que muestre lo anómalo de esa joya perdida en el Eixample antes del mismo y despoje de la marginalidad a los que dicen no sin rebelarse. ¿Cómo? Quizá las autoridades deberían pasear más.