50 días confinados en un colegio mayor
Nerea Román cumple 23 años este sábado, pero será una celebración diferente. No habrá ni besos ni abrazos y tampoco estará rodeada de su familia y amigos. Nerea, una estudiante de Gandia que cursa un doble grado en Derecho y Criminología en la Universitat de València, lleva cincuenta días confinada en el colegio mayor Rector Peset de la capital valenciana junto a una treintena de estudiante de diferentes puntos de España y de quince países de América y África y el director del centro, Carles Xavier López. Desde que se decretara el estado de alarma por la COVID-19, a mediados del pasado mes de marzo, apenas han pisado la calle. Algunos, como la propia Nerea, ni siquiera han salido: “Nos turnamos para que solo salgan una o dos personas como máximo cada vez a hacer la compra, de modo que se asuma el menor riesgo posible de contagio”. De momento, han conseguido esquivar al virus y no se ha registrado ningún contagio.
El colegio mayor Rector Peset cuenta habitualmente con 153 estudiantes, aunque actualmente son 30 personas las que siguen conviviendo en este espacio: 27 estudiantes (21 de ellos becados), dos investigadores y el director –cuando comenzó el confinamiento eran 33, pero tres de ellas pudieron regresar a sus casas–. El colegio mayor pudo permanecer abierto porque la Universitat de València lo declaró servicio esencial, debido a sus particulares características.
¿Pero cómo es la convivencia de una treintena de personas en un mismo espacio que deben guardar unas reglas de distanciamiento social? Desde el primer momento, explica López, se establecieron las medidas preventivas recomendadas por las autoridades sanitarias y el comité de emergencia de la Universitat. Cada estudiante dispone de una habitación y un baño individual, se ha establecido una distancia de seguridad en los espacios comunes, como el comedor o el gimnasio, y se ha reforzado la limpieza. También se redujo la presencia en otros servicios –cocina, limpieza, seguridad, mantenimiento, recepción o control de acceso– para minimizar los riesgos, pero siempre garantizando la atención de los residentes “de manera satisfactoria”.
“No éramos conscientes de que esto se iba a alargar tanto”, reconoce el propio director del colegio mayor sobre el momento en que se desató la pandemia. Ahora, después de más de un mes y medio 'encerrados', López se muestra muy satisfecho y alaba el esfuerzo de los estudiantes e investigadores allí confinados: “Están actuando con mucha responsabilidad y prudencia, teniendo en cuenta la situación. Sobre todo, hemos sido capaces de establecer un buen ambiente”. Y como reconocen los propios estudiantes, que mantienen sus clases a distancia o están inmersos en la elaboración de sus trabajos final de máster o final de grado, estas condiciones tan especiales también les ayudan a centrarse en sus obligaciones.
Por lo que respecta a cómo se vive en estas condiciones, López, que comenta que decidió quedarse con los estudiantes por responsabilidad, cree que “tocaba estar aquí” y apunta que se siente una “sensación extraña” que se combate centrándose en la cotidianidad. “Una vez pasados los primeros días, en los que cualquier circunstancia te hacía sospechar de que se hubiera producido algún contagio, la verdad es que lo llevamos bastante bien”, sostiene.
Lejos de casa
Lo peor de este confinamiento es vivir lejos de casa. Entre los residentes hay estudiantes procedentes de Argelia, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Egipto, Guatemala, Haití, Honduras, Marruecos, México, Perú, República Dominicana o Senegal. Precisamente de Senegal es Elimane Nguirane, que está realizando su trabajo final de grado de Trabajo Social: “Lo llevo bien, pero es realmente duro”. Se da la circunstancia de que Elimane tiene también familia en Bérgamo, la 'zona cero' de la pandemia en Italia, una de las ciudades más azotadas por el virus: “No puedes evitar estar preocupado, aunque nadie de mi familia se ha contagiado”. Y a esto se le suma la carga emocional de tener que acabar los estudios en unas circunstancias extraordinarias y con una situación de absoluta incertidumbre. No obstante, en ningún momento se planteó regresar a su país: “Por ahora me tengo que conformar con ver a mi familia por videoconferencia”.
Elimane ha tenido que salir en dos o tres ocasiones, para ir a la farmacia o al médico, y reconoce que le impactó ver la ciudad –el colegio mayor Rector Peset está ubicado en pleno centro de València– completamente vacía, sin gente: “Conozco València, siempre llena de gente y de vida, y cuando salí a la calle no me lo podía creer, era como si me la hubieran cambiado. Tuve una sensación muy triste”.
Una sensación parecida sintió Roger Yance Pelaez, un boliviano que está cursando un máster en Derechos Humanos, Paz y Desarrollo Sostenible, la única vez en todo este tiempo en la que tuvo la oportunidad de salir a la calle: “Es impactante ver la ciudad desértica, me sorprendió”.
Sobre su experiencia, relata: “El tema emocional y psicológico es el que más te afecta, el tener que vivir esto lejos de la familia”, a la que no visita desde que llegó a València el 1 de septiembre del pasado año. “Entre nosotros nos apoyamos y tratamos de hacer el día a día un poco más ameno, aunque tengamos que mantener las medidas de distanciamiento social”, apunta. Así, destaca cómo uno de los estudiantes allí confinado, que cursa un máster en filología, les está dando clases de valenciano.
Roger en ningún momento se planteó regresar a Bolivia: “Primero pensé que se podría volver a la normalidad después de Fallas y luego consideré que era mejor quedarme y evitar el riesgo de llevarme el virus conmigo”. En este sentido, reconoce que su familia y amigos están realmente preocupados por lo que se dice de la virulencia del coronavirus en España: “Ahora tenemos más llamadas y videoconferencias que antes”.
Miedo a contagiar a sus familiares
El caso de Nerea es diferente, ella es de Gandia y está a tan solo unos kilómetros de casa. Sin embargo, decidió permanecer en el Rector Peset por responsabilidad: “Yo estuve en contacto con focos de contagio y en casa tengo familiares que son población de riesgo, así que decidí priorizar la salud, quedarme aquí y evitar cualquier posibilidad de transmitir el virus si lo tuviera, aunque de momento seguimos todos bien”.
En estas condiciones, echa de menos a la familia y salir a la calle, pero aprovecha para centrarse en el trabajo final de máster y en la memoria de prácticas: “Es nuestra vía de escape”. Aun así, el deseo de Nerea, compartido con sus compañeros, es que todo esto pase lo antes posible para volver a estar como antes. Mientras esto sucede, habrá que conformarse con la 'nueva normalidad'.
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