Hay etapas y circunstancias en la vida de las personas que nos llevan a preguntarnos quiénes somos, qué somos. Momentos en los que nos invade una inevitable necesidad por reflexionar sobre nuestra propia identidad, una necesidad que surge de lo más profundo de nuestro ser y que, en ocasiones, puede resultar dolorosa.
La idea que tenemos sobre nosotros mismos y sobre la relación que mantenemos con nuestros semejantes y nuestro entorno se difumina, se distorsiona de tal manera que ya no somos capaces de reconocernos, de identificarnos con aquello que creíamos que éramos y necesitamos volver a mirar en nuestro interior para saber lo que somos ahora, en qué nos hemos convertido.
El detonante de esta necesidad de reflexionar, de reencontrarnos es muchas veces el simple hecho del paso del tiempo, la edad. El paso de la infancia a la adolescencia, la madurez; hay varias etapas vitales en las que pasamos de ser un yo determinado a ser otro yo diferente.
Otras veces esa redefinición personal se plantea o se produce por un acontecimiento o un hecho vital trascendente que remueve la idea que tenemos de nosotros, de nuestra identidad.
En ambos casos, edad o circunstancias, el proceso suele resultar difícil, largo y, muchas veces, doloroso. Y no en pocas de esas ocasiones necesitamos que alguien nos ayude a redescubrirnos.
Para algunos esa ayuda llega de forma natural, pero a otros les cuesta reconocer que sin ella siguen perdidos, se niegan a gritar socorro e incluso llegan a rechazarla y aun cuando finalmente les ayudan a reconocerse en su nuevo yo se niegan a aceptarse.
Yo era de estos últimos. Un accidente me provocó una tetraplejia que me ha dejado postrado en una silla de ruedas y tenía que volver a saber quién era y lo que era pero no pedía ayuda y no había sabido reencontrarme.
Ahora acabo de recibir una carta que por fin me ha abierto los ojos, ha derribado la barrera que yo mismo había construido frente al exterior y que me privaba de conocer la respuesta a la pregunta de quién soy, qué soy.
Se trata de la carta en la que el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz explica la nueva Ordenanza Municipal de bicicletas y que cordialmente firma la concejala de Medio Ambiente, Idoia Garmendia, para quien solo tengo palabras de gratitud.
Gracias a Idoia y a esa carta ahora sé que soy una bicicleta. Sí, Idoia Garmendia me ha hecho por fin descubrir qué soy, pero no sólo eso, además de resolver mi crisis de identidad me permite, como excepción, circular por los espacios peatonales de mi ciudad.
Nunca le estaré suficientemente agradecido.
Sobre este blog
Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
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