Cuando la extrema derecha ocupa espacios de la izquierda en Madrid: de Falange en el Cine Europa a Vox en Vallecas
“Hemos 'pasao'”. Así comentaba uno de los conductores del programa y podcast ultraderechista Terra Ignota el estreno de su documental contra el indepentismo catalán El gran engaño en el Teatro Pavón, histórico e icónico espacio en el corazón de Lavapiés. El barrio, en el centro de Madrid, es el mayor feudo de la izquierda en la capital: PSOE, Sumar y Podemos rozaron el 65% de los votos en las últimas elecciones europeas. El pase de la película, cuyos responsables han apoyado públicamente o incluso colaborado con la organización HazteOir y el movimiento Noviembre Nacional, provocó que los humoristas Facu Díaz y Miguel Maldonado se desvinculasen del Pavón y trasladen su podcast Quieto Todo El Mundo al Palacio de la Prensa.
No es la primera vez que la extrema derecha explota la organización de eventos en lugares vinculados a la izquierda en busca de visibilidad, conflictos o triunfos morales. De hecho, es una historia de tensión centenaria. Uno de los casos más paradigmáticos, por su carácter netamente electoral, fue el acto de campaña de Vox en la Plaza Roja de Vallecas antes de las autonómicas de 2021. “Vallecas también es nuestra”, gritó Santiago Abascal en una jornada que acabó en cargas policiales contra los personas que protestaban frente al mitin de la formación ultra. Antes, el propio Abascal bajó del estrado para dirigirse a los manifestantes.
“Buscan visibilidad y victimismo. Cuando hay disturbios es contraproducente para las izquierdas”, explicaba en declaraciones a elDiario.es el historiador Steven Forti, autor del libro Patriotas indignados. En la misma línea exponía su visión el investigador Guillermo Fernández Vázquez, autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional: “Lograr visibilidad yendo a sitios en los que sabes que probablemente va a haber incidentes y a partir de ahí adoptar una actitud victimista es algo bastante común en las derechas radicales europeas”.
“Ese tipo de actos generan contramanifestaciones y disturbios. Con ello obtienen visibilidad mediática y lanzan el mensaje de que los intolerantes son los izquierdistas. Vox no innova y lo ha convertido en una práctica habitual. Abascal no va a buscar a Vallecas el voto de los vallecanos, sino más bien va a generar visibilidad para el resto de España y a buscar la simpatía de la derecha cuando vea esas imágenes”, añadía Fernández Vázquez.
De la política a la calle y las salas
Además, según muchos analistas, esas acciones ayudan a legitimar y fomentar otras más drásticas. En septiembre de aquel 2021, una concentración neonazi sacudió Chueca al grito de “fuera maricas de nuestros barrios” y “fuera sidosos de Madrid”. Las banderas de España se alternaron con saludos fascitas y abundante simbología ultra. La Fiscalía abrió diligencias ante estos hechos por un posible delito de odio, aunque la primera respuesta vino por parte de unos vecinos que abuchearon y recriminaron su actitud al grupo de neonazis. Una reacción que recordó a la que recibió la manifestación de Hogar Social Madrid en Malasaña en 2016. Frente a la presencia de simbología nazi en la plaza del Dos de Mayo, dos chicos se besaron en respuesta a unos manifestantes que antes les habían llamado “maricones y sidosos”.
Más allá de la calle, el auge del partido de Abascal en 2019 (año de la foto de Colón) les dio una visibilidad que, a su vez, les permitió ocupar espacios que distintos colectivos dejaron de considerar seguros. Fue el caso del Teatro Barceló, en Malasaña. Vox organizó ahí Cañas por España, en el segundo aniversario de sus juventudes. Una fiesta repleta de banderas rojigualdas en la que el reguetón se dio la mano con el himno nacional o el Que viva España de Manolo Escobar.
La connivencia del espacio con la formación ultraderechista provocó que distintas iniciativas de carácter LGTBIQ+ se desvincularan del Barceló. “El acto de Vox es completamente incompatible con los valores y filosofía de la fiesta, donde se respete la diversidad y la individualidad de cada uno, donde el público se se encuentre a gusto y en libertad”, manifestaron en un comunicado los responsables de una de estas fiestas (trasladada más tarde a la cercana sala But).
En diciembre de ese mismo año 2019, un mes después de que Vox lograse su mejor resultado en unas generales con 52 escaños, otra sala de la ciudad se vio envuelta en una controversia similar. La Caracol tuvo que emitir un comunicado de disculpa por acoger el concierto de dos bandas de extrema derecha, Brigada Totenkopf e Iberian Wolves. “Tierra de lobos, tierra de sangre y oro, bendecidos por la noche, amparados por el odio”, dice esta última banda en uno de sus temas. Los responsables del espacio de Palos de la Frontera (en el distrito de Arganzuela) aseguraron que fueron “engañados” por los organizadores del evento, de los que afirmaban desconocer su ideología cuando les alquilaron la sala.
Como en otras ocasiones, la polémica derivó en la retirada del lugar por parte de entidades que quisieron desvincularse de la ultraderecha. El grupo Valira y el promotor Guacamayo Tropical cancelaron sus respectivos eventos. La banda gallega Stoned at Pompeii mantuvo su actuación, aunque explicó los motivos de su decisión a través de un vídeo en redes: “Valoramos todas las opciones, incluyendo reubicar el concierto. Pero lo que no vamos a hacer es condenar una sala de conciertos con 27 años de historia que ha sido engañada en vez de condenar a los propios nazis. Si supiésemos que los responsables de la sala estaban al tanto del evento no tocaríamos bajo ningún concepto dinero. No hay dinero que esté por encima de nuestros principios”.
Desde la Sala Caracol explicaron que habían pedido el cartel y el link de las entradas anticipadas a estos organizadores, quienes dijeron que solo se trataba de un evento privado al que acudirían amigos y familiares y que no podían proporcionarles más información. Una vez conocieron el verdadero carácter del evento, en Caracol anunciaron acciones legales y la donación de lo recaudado. Su justificación para no cancelar el acto fue que así se lo recomendó la Policía Nacional para “evitar altercados violentos”.
La historia de la lucha por el espacio urbano contra la extrema derecha
La lucha de la extrema derecha por conquistar espacios de la izquierda en la ciudad (a veces más como intento de expansión y otras como provocación) tiene una largo recorrido histórico. Es cierto que durante los años de la República era habitual que un mismo teatro o cine fuera escenario de mítines de derechas o de izquierdas, dependiendo únicamente de qué organización alquilara el espacio. Sin embargo, también lo es que aquellos fueron años muy intensos de lucha por el territorio y el espacio urbano.
De ello nos habla una famosa fotografía, tomada en febrero de 1936 en la calle de Bravo Murillo. En ella se puede ver a a José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda, Manuel Mateo o Raimundo Fernández Cuesta, entre otros falangistas, dirigiéndose a un mitin en el Cine Europa, donde se habían producido muchos encuentros de anarquistas, republicanos o comunistas. Uno de ellos se lleva la mano a la pechera, seguramente para tener a mano la pistola, lo que da una idea clara de que estaban atravesando territorio enemigo.
El acto, enmarcado en el comienzo de la campaña electoral, subrayaba el intento de atraerse a la población obrera que habitaba el extrarradio norte: la jornada comenzó en el cine Padilla (Barrio de Salamanca), desde donde acudieron andando hasta el coso de los Cuatro Caminos. Un episodio más de lucha por el territorio obrero, como las trifulcas en Cuatro Caminos entre vendedores de prensa falangista y militantes de izquierda, una réplica en el extrarradio de las cuitas de la Puerta del Sol.
Los años del franquismo fueron, por definición, de primacía de la extrema derecha en el espacio público. La izquierda tuvo que reducir sus espacios a la clandestinidad o a ser ella, en todo caso, la que reclamaba un sitio. Pero con la transición la lucha por el espacio público volvió al primer término.
Fue, por ejemplo, en la zona de El Rastro, que se estaba convirtiendo en centro del underground artístico y en un espacio efervescente de la política radical de izquierdas a pie de calle. Originalmente, los puestos de libros políticos que vemos cada domingo de Rastro en Tirso de Molina estaban situados en la plaza de Cascorro e incluían los de partidos minoritarios de la izquierda revolucionaria junto con los ateneos libertarios, colectivos de barrio y organizaciones marxistas que aún hoy se pueden encontrar. A la altura de 1977 se hizo frecuente que acudieran al lugar también miembros de Guerrilleros de Cristo Rey o FET y de las JONS, que hacían incursiones violentas que se extendían también por La Ribera de Curtidores, General Vara del Rey o Campillo Nuevo.
Tal y como reflejan las crónicas de la época, fue habitual que los guerrilleros hicieran asaltos a los tenderetes del popular mercado armados con barras de hierro y pistolas, provocando carreras violentas por todo El Rastro. Por un lado, los miembros de las organizaciones políticas se organizaron para defenderse y, por otro, el Ayuntamiento de Tierno Galván decidió trasladar los puestos a la plaza de Tirso de Molina en 1978. Los puestos continuaron su actividad, no sin nuevas tentativas de la extrema derecha, como el ataque de Bases Autónomas el 20 de noviembre de 1988, que fue rechazado por un grupo de militantes autónomos armados con palos y tirachinas.
Y al otro lado de la Gran Vía, tres cuartas partes de lo mismo. El barrio de Malasaña era a finales de los setenta y principios de los años 80 un lugar cultural y políticamente connotado por la izquierda. Por ello, Fuerza Nueva y otras organizaciones de extrema derecha llevaron a cabo una estrategia de implantación e intento de control del territorio, como si de una campaña militar se tratara. Cabe recordar que en 1979 Fuerza Nueva abrió una sede en la cercana calle de Mejía Lequerica, lo que coincidió con las incursiones violentas en Malasaña. Durante las fiestas del Dos de Mayo de ese mismo año se presentaron en la plaza del mismo nombre con brazaletes de FN, armados de palos y cadenas, pero la Comisión de Defensa de Malasaña, creada para la ocasión, consiguió expulsarlos.
No fue la única acción llevada a cabo por la extrema derecha en el barrio. Durante un tiempo, empezaron a hacer razzias, obligando a cantar a el Cara el sol a los viandantes, llegando incluso a desalojar el Café Comercial y a romper sus cristales. Esto hizo que los vecinos hicieran una manifestación no autorizada que recorrió el barrio rechazando su presencia.
También en 1979, el Frente de Juventud, una escisión de Fuerza Nueva, colocó una bomba hecha con goma-2 en un contenedor de basura junto a El Parnasillo, un café de Malasaña donde se reunían personas de izquierdas. La niña Salomé Alonso Varela resultó muerta por la explosión del artefacto. El objetivo de tomar Malasaña siguió siendo una obsesión para distintos grupos de extrema derecha durante los noventa, como los neonazis que se reunían en la cercana plaza de los Cubos, lo que hizo frecuente que se corriera la voz de alarma muchas noches en el barrio.
Tintes trágicos tomó el intento de penetración en Vallecas del año 1980. El 10 de febrero de 1980 la Fuerza Nacional del Trabajo (grupo afín también a Fuerza Nueva) convocó un mitin en el Cine París, con el que organizaciones de izquierda y vecinos no tardaron en mostrar su desacuerdo, convocando una manifestación en las inmediaciones del cine. Apenas unos días antes, la extrema derecha había asesinado a la joven Yolanda González, que estudiaba en Vallecas.
A pesar de que el acto había sido desautorizado por el gobernador civil, el partido de Blas Piñar siguió adelante con él y acudieron unos 150 militantes de la organización. Durante la manifestación de repulsa, la policía cargó contra los vecinos y los afines a Fuerza Nueva, que habían acudido armados, propagaron su terror. Aquel día fue asesinado de un disparo Vicente Cuervo Calvo, militante de la CNT.
En los años ochenta y noventa el grupo de extrema derecha Bases Autónomas fue, seguramente, el que más presencia tuvo en la calle. Eran especialmente fuertes en algunos barrios como Argüelles (en cuyos bajos, con bares de rock, también hubo auténticas batallas por el territorio) o el Barrio del Pilar. El interés por hacer patente su presencia en la ciudad era muy obvia por la estrategia de bombardearla toda con pintadas con su característico punto de mira y las siglas BBAA.
Herederos en cierta forma de la estética y los postulados nacional-revolucionarios de los anteriores encontramos hace ya pocos años al Hogar Social Madrid, que hizo de la lucha por el territorio uno de sus ejes. La primera vez que escuchamos hablar de ellos fue en 2014, cuando ocuparon un inmueble vacío en la calle Juan de Olías, en el distrito de Tetuán. La elección de este distrito era muy consciente. Si a la generación anterior de grupos de extrema derecha les había dado por apalear guarros y toxicómanos, la nueva, en la onda de los nuevos fascismos que habían hecho fortuna en Europa, ponía el foco sobre los migrantes. Y Tetuán, al menos algunos de sus barrios, era identificable como espacio migrante.
Como los de José Antonio en los años treinta, intentaron ensanchar su base de seguidores entre la población blanca y española de Tetuán. De hecho, llamaron a su centro social, sede de caridad “solo para españoles”, Ramiro Ledesma Ramos, un exponente del fascismo obrerista que fue vecino de Tetuán. El tejido vecinal y los movimientos sociales de Tetuán se organizaron en tiempo récord para hacer frente a los nuevos vecinos. Por otro lado, no tardaron en sucederse agresiones fascistas en las cercanías de la calle Juan de Olías, por lo que el centro fue desalojado rápidamente.
Estos son solo algunos episodios de defensa y lucha por el territorio urbano contra la extrema derecha de las últimas décadas. Ha habido, a lo largo de la historia, múltiples manifestaciones de lucha contra su extensión territorial y la presión a los caseros dispuestos a darles cobijo, con que abríamos este artículo, ha sido uno más de sus recorridos posibles. El movimiento Rock Against Racism así lo hizo también a finales de los años setenta en Inglaterra. Cuando un grupo de extrema derecha organizaba un concierto o un acto en algún pub los militantes se encargaban de ir antes para convencer al dueño de que lo abortara si no quería que su local tuviera una publicidad negativa.
Llegaron, incluso, a celebrar conciertos en los mismos sitios donde querían hacerlo los grupos de extrema derecha, tal y como explicaba el pasado mes de marzo el músico y activista Rick Blackman en la presentación de su libro Arde Babilonia. Música, subculturas y antifascismo en Gran Bretaña de 1958 a 2020. Todos los conflictos ocurren en algún lugar, todas las ciudades crecen sobre el conflicto y todas los movimientos políticos, desde luego los de extrema derecha, quieren ocupar el suyo.
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