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4D y la linterna del futuro
El año 1977 sí que fue el año clave de la Transición política. La semana trágica de enero que culminó en la matanza de los abogados laboralistas de CC.OO. en el despacho de la calle Atocha, pasando por las elecciones constituyentes de junio, las primeras elecciones libres desde 1936, hasta llegar al 4 de diciembre de 1977 donde Andalucía se echó a la calle pidiendo autogobierno.
El tiempo le da sentido a las conquistas sociales y también a las derrotas. Ese 4 de diciembre, con un aparato franquista agonizante, casi dos millones de personas se echaron a la calle exigiendo autogobierno para Andalucía, en una especie de renacimiento andaluz, buscando las primeras claridades de la libertad.
Si la Transición fue un relato en general diseñado por los poderes políticos junto a la Monarquía y los representantes del capital, a la espera de instalar un neoliberalismo a sus anchas en este erial autárquico que era la España franquista, lo cierto fue que la ciudadanía lo vivió con el espejismo de las libertades que por fin se conquistaban pero con una débil y peregrina hoja de ruta política. Los andaluces sabían lo que querían: trabajo; regreso de los emigrantes; reforma agraria; alfabetización. Y todo ello vehiculado a través de unas instituciones democráticas que representaran a Andalucía y gestionaran su futuro. Pero esa Transición había que currársela. Desde arriba no habían previstos regalo alguno. La UCD, como partido instrumental diseñado para gestionar el tardofranquismo en democracia, no era capaz de entender la envergadura de la arquitectura política que este país exigía. A Andalucía se le negaba su condición de territorio histórico. En realidad la derecha rancia sigue sin entender esa complejidad de nuestro Estado. Y los partidos a la izquierda, el PSOE postSuresnes y el PCE, en plena reconstrucción interna, lidiaban por la linterna que alumbrara el futuro.
Los andaluces sabían lo que querían: trabajo; regreso de los emigrantes; reforma agraria; alfabetización. Y todo ello vehiculado a través de unas instituciones democráticas que representaran a Andalucía y gestionaran su futuro.
Pero el relato que tenían preparado desde el poder establecido para una Transición de salón, se enturbió con el ímpetu y la sangre de los andaluces. Ese 4 de diciembre, mientras el joven Manuel José García Caparrós moría en la Alameda de Colón malagueña, se abría para siempre en Andalucía la dignidad de los que siempre fueron eternos perdedores. La dignidad de un pueblo andaluz harto de ser comparsa de tramoya de otros poderes, de otros territorios. Salíamos del olvido.
Es cierto que fue espeso el proceso para llegar a forzar un referéndum que llevara a Andalucía a la vía rápida del artículo 151 de la Constitución. La efervescencia con que la ciudadanía andaluza estaba clamando identidad propia se incardinó con el movimiento obrero que, recién legalizados los sindicatos, imprimió sus reivindicaciones por todo el Estado. Ya estaba claro que la Transición no iba a ser un dulce paseíto para quienes simplemente querían, a propósito de una democracia, endosarnos al sistema capitalista puro y a su hemisferio militar. El pueblo en la calle enseñó que no sólo queríamos instituciones democráticas sólidas y con señas de identidad, queríamos compartir el pastel de la riqueza del país.
Visto desde hoy, es triste que después de 43 años de aquel 4 de diciembre, sigamos pidiendo reducción del paro, reforma agraria para dejar atrás al terrateniente, industrialización y salir de la dependencia masiva del turismo para mantener la renta per cápita en Andalucía. No es cualquier derrota.
Pero en esto que aparece Podemos en el tablero político. Tanto por hacer, tantos anhelos acumulados y frustrados necesitan un nuevo período donde se ensanchen las alamedas, un instrumento para reescribir nuestra historia y alcanzar por fin el sueño republicano de igualdad y solidaridad. Andalucía sigue siendo la linterna del futuro.
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