Clare Hollingworth, la reportera de guerra que puso a las mujeres en el frente
Las crónicas de nuestros corresponsales de guerra preferidos nos permiten comprender el caos mundial. Sin embargo, los que ejercemos esta profesión no podemos competir con el reportaje enviado por Clare Hollingworth cuando trabajaba como reportera freelance en la Polonia de 1939, tras llamar a la embajada del Reino Unido en ese país para anunciar a los funcionarios que “la guerra había empezado”.
Hollingworth, que murió esta semana a los 105 años, cubrió los acontecimientos más importantes del siglo XX; informó de la ofensiva alemana tan pronto como se produjo, ayudó a comprender los entresijos del poder de la China de Mao, se enfrentó con el General Montgomery cuando este se mostró reacio a permitir que las mujeres estuvieran en el frente y tuvo la primicia cuando Kim Philby desertó y huyó a la Unión Soviética.
Todos tenemos un corresponsal favorito, al más puro estilo William Boot, el corresponsal de la novela ¡Noticia bomba! (Scoop). Hollingworth ha sido la mía. También admiro el estilo de Martha Gellhorn pero considero que esta corresponsal no le daba la suficiente importancia a la imparcialidad y que tenía la idea de que un gran reportero es, por definición, compasivo.
Hollingworth no quiso convertirse en una reportera que escribía sobre las tragedias humanas en torno a un conflicto, si bien siempre fue consciente del elevado coste humano de las guerras que cubrió. Estaba convencida de que las historias importantes estaban en el frente de batalla y que era allí donde se decidía el futuro. En la actualidad, los diarios creen que si solo informan de lo que ocurre en el campo de batalla están ofreciendo una visión parcial de la realidad de una guerra y están ignorando los intereses de sus lectores, que empatizan con la población civil. Y, no obstante, Hollingworth tenía razón.
¿Por qué es importante que haya mujeres corresponsales de guerra? No tiene nada que ver con proporcionar “un punto de vista femenino” del conflicto sino con el hecho de que el mejor periodismo es el resultado de la combinación de varios elementos: sensibilidad, experiencia, capacidad de reacción y meritocracia. Este último requiere el reconocimiento de que las mujeres pueden ser tan buenas periodistas como sus compañeros de redacción y subestimar su potencial sería una falta de inteligencia y de valentía.
Sus conocimientos de estrategia militar y de armamento le permitieron codearse, de igual a igual, con los reporteros que cubrían el frente. En su opinión, escribir desde el campo de batalla “es una de las tareas más importantes que puede tener un escritor”. En una ocasión le comenté que había estado observando los movimientos de los soldados rusos en la Alemania Oriental: “¡Excelente!”, exclamó con el entusiasmo de una experta.
En los últimos días he leído los obituarios que se han publicado sobre esta extraordinaria periodista y resulta evidente que se convirtió en un modelo a seguir sin pretenderlo.
Le gustaba ver que muchas periodistas jóvenes optaban por cubrir las noticias más duras y hacía comentarios mordaces sobre las mujeres que “terminan escribiendo las noticias más blandas”, en un contexto en el que los periódicos publican cada vez menos noticias duras y apuestan por reportajes y columnas sobre estilo de vida.
En una muestra de falta de juicio, en una ocasión afirmé que me parecía una buena idea escribir sobre alta política y control de armas por la mañana y sobre Abba o zapatos por la tarde. Le pregunté a Hollingworth qué tenía de malo escribir sobre zapatos. “¿Y por qué harías algo así?”, me respondió.
En parte, la dureza de la corresponsal se debía al hecho de que pertenecía a una generación de mujeres que creía que una carrera de éxito era una vocación excluyente. “¿Y ahora, dónde?”, solía preguntar a los jóvenes reporteros, como si el lugar donde iban a ser enviados y los reportajes que iban a escribir fuera lo más importante de sus vidas. ¿Moscú? “Es un sitio que está bien tener en el radar pero donde solo hay mucha actividad cuando sucede algo importante”. Nueva York. “Hmm (su expresión dejaba entrever que lo consideraba un cómodo refugio para los que no querían cubrir el frente). Recordé esta expresión cuando decidí cubrir la guerra de Yugoslavia, un país que ella también tuvo bajo su radar, en un contexto histórico distinto.
Hollingworth pensaba que el tipo de periodismo que hacía no era compatible con tener hijos. También creía que su vida amorosa tenía que adaptarse a su trabajo y no al revés. Los periodistas que tengan la tentación de pedir a sus jefes “más tiempo para su vida personal” nunca podrían haber aspirado a estar en el círculo de Hollingworth; su vida estaba al servicio del periodismo y creía que esto era un privilegio.
En la actualidad, una primicia ya no se consigue con los mismos métodos y las noticias tampoco se difunden como antes. Sin embargo, el lenguaje de las crónicas de Hollingworth sobre Argelia, China o Rusia es universal.
“Recuerda”, me indicó en una ocasión, mientras hablábamos de la Guerra Fría, un tema que nos interesaba a las dos: “Nunca tires tu libreta de contactos. La volverás a necesitar”. Y tenía razón; lo descubrí cuando Angela Merkel, la portavoz adjunta en Alemania Oriental, pasó a ser la canciller alemana.
Me siento orgullosa de todas las mujeres que siguen los pasos de Hollingworth. Antes se podían contar con los dedos las mujeres que cubrían el frente mientras que ahora son multitud y este es el mejor homenaje que se le podría hacer. Sin embargo, cuando estas mujeres deciden que ya no quieren seguir en el campo de batalla, son pocas las que encuentran trabajo como analistas de política internacional. Los editores valoran el atractivo que tienen las corresponsales competentes que cubren el frente con profesionalidad pero deberían reflexionar sobre cómo pueden aprovechar la experiencia de estas periodistas cuando estas deciden que ha llegado el momento de quitarse el chaleco antibalas y regresar a casa.
La batalla que libró Hollingworth para que las mujeres pudieran cubrir los conflictos internacionales ya se ha ganado. Sin embargo, aún tenemos que luchar para que se nos considere una voz con la autoridad suficiente para opinar sobre política internacional. Ella nunca perdió el tiempo con estas reflexiones. Para ella la gran pregunta siempre fue: “¿Y ahora, dónde?
Lo sigue siendo.
Traducido por Emma Reverter