Cómo las fiestas de los barrios construyen su historia desde el poder y desde el pueblo
Los meses de calor inflaman los termómetros y las multitudes. Son días de fiesta en los barrios, momentos para lo colectivo que vienen cargados con barros pisados por otros que habitaron esas calles u, ojo, que dan pátina tradicional a las construcciones del territorio que vamos haciendo sobre la marcha. La celebración es una institución social en cuyas dinámicas –de eso venimos a hablar hoy– entran en juego las producciones sociales del espacio desde arriba y desde abajo.
En Tetuán, el distrito que vamos a utilizar como ejemplo, empezamos la ronda de fiestas después de San Isidro, como es habitual en Madrid. El fin de semana del 21 de mayo se celebraron las de Bellas Vistas, unas pequeñas fiestas sin patrón ni matrona organizadas por los vecinos, que buscan reivindicar un barrio estigmatizado por los medios de comunicación; el domingo 29 llega el Día del Niño a Bravo Murillo, fecha en la que desde hace más de cuarenta años la antigua carretera que articula Tetuán es tomada por los peatones y los más pequeños, como de hecho sucedía en los inicios del suburbio, a finales del siglo XIX; del 1 al 3 de junio llegan las tradicionales fiestas de las Victorias, y después las de Radio Almenara, que algunos consideran, de facto, las de la Ventilla desde hace algunos años.
La fiesta articula la comunidad y en su devenir intervienen los intentos de conformarla institucionalmente y desde sus propios habitantes rasos. Hoy pensaremos esa dicotomía desde el momento en que Tetuán y Cuatro Caminos estaban naciendo hasta la actualidad.
Las fiestas como vehículo de articulación del naciente arrabal
Para empezar, conviene recordar que lo que hoy es Tetuán fueron en sus inicios, y hasta mediados del siglo XX, dos realidades administrativas distintas. Cuatro Caminos y Bellas Vistas nacieron como arrabales de Madrid, mientras que Tetuán (entonces llamado de las Victorias) lo era del pueblo de Chamartín de la Rosa. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que, unidos por la carretera de Francia (hoy Bravo Murillo), se trataba de realidades socioeconómicas próximas que ya en los años treinta presentaban un continuo urbano.
A finales de los 70 del siglo XIX ya se había celebrado en la zona de Cuatro Caminos la Virgen de las Mercedes (en septiembre) y, posteriormente, una verbena después del 15 de agosto, punto álgido de las fiestas en numerosas localidades. También se habían celebrado fiestas de Bellas Vistas en enero coincidiendo con San Antonio Abad (al menos en 1891), y debía acudir considerable gente pues sabemos que había tranvías especiales.Tras estos primeros años de cierta indeterminación, se establecerá como advocación definitiva del arrabal Nuestra Señora de los Ángeles (el 2 de agosto), en correspondencia con la parroquia del mismo nombre que se establecerá a partir de 1892 en Cuatro Caminos, y que aún existe.
En Manuel Sánchez Capuchino, primer párroco de Nuestra Señora de los Ángeles, encontramos un buen ejemplo de notable que aprovecha un espacio por hacer, abierto a la posibilidad de impulsar su institución y su propia figura. Cuando es designado para echar a andar la parroquia en 1892, ha salido del seminario y se encuentra con una ermita venida a más. Hará de la edificación de un gran templo para la barriada la obra de su vida, y para lograrlo habrá de entablar todo tipo de relaciones políticas con distintas instancias del barrio y de Madrid.
Aquel joven párroco fue capaz de reunir en una comida, ya el primer 2 de agosto, al teniente de alcalde del distrito de Universidad y al delegado de Hospicio, en una jornada con la Glorieta de Cuatro Caminos engalanada. Durante los siguientes años se puede intuir una lucha continua por la influencia en el territorio a través de las cabeceras de diferente tendencia. En los diarios católicos y tradicionalistas, como El Siglo Futuro y El Correo de España, se suceden las noticias de donativos de personas pías para la construcción de la iglesia, que parecía eterna. Por otro lado, la prensa republicana, como El País, hizo de Capuchino –como solían denominarle–, blanco de sus dardos. El cura era constantemente tachado de avaricioso y explotador, y en 1905, con motivo del trágico derrumbe del Tercer Depósito del Canal, es acusado de no ayudar a los heridos e interceder para que tampoco se les atendiera en el El Porvenir, colegio evangelista contiguo a la iglesia donde se instaló un pequeño hospital de campaña.
Muy comentado fue en el Madrid de la época un supuesto milagro ocurrido en 1906, que ayudó a avivar la campaña de donaciones para la parroquia. Tenía el párroco que hacer unos pagos de la obra del templo para los que no tenía suficiente dinero cuando, según dijo, apareció en un cajón cerrado un sobre con 3.000 pesetas. Un pago que algunos atribuyeron a la propia virgen y que fue tratado en prensa con sorna. El periodista Mariano de Cavia daba noticia de la aparición en la serie irónica llamada Postales ilustradas:
“Un millón de dólares, firmado por Rockefeller —(Para Don Manuel Sánchez Capuchino, cura párroco de Nuestra Señora de los Ángeles, en Madrid.) Sírvase V. añadir esta cortedad a las 3.000 pesetas milagrosas que se han encontrado en el cajón de su mesa, sin saber cuándo, cómo, ni quién las había puesto; pero refuerce V. la cerradura del cajón, porque los dineros del sacristán, cantando se vienen, cantando se van. Sobro todo, cuando son de milagro” (El Imparcial 15-10-1906 ).
El nuevo templo se inauguró en 1913 y Capuchino siguió vinculado a la preparación de las fiestas, junto con lel resto de vecinos notables del arrabal, hasta su muerte en 1921. Era común que en las juntas de festejos coincidieran los pequeños notables del extrarradio. Paradigmático es el caso de Ramón Pulido Fernández, presidente de la Asociación de Propietarios, Industriales y Vecinos de los Cuatro Caminos. Desde su faceta de artista, se ocupó de pintar personalmente los frescos de la nueva iglesia, en lo que se antoja una buena imagen de la alianza entre las élites de un barrio en construcción.
O Canuto González, famoso tabernero de la barriada con tendencias republicanas, a quien le debemos un artículo. En su merendero, lo mismo se organizaban mítines políticos de izquierda, que hacía tiempo en su huida Mateo Morral después de atentar contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia. También era un activo defensor del extrarradio y organizador de sus fiestas. Con motivo de las fiestas de Nuestra Señora de los Ángeles de 1916, Ramón Pulido publicaría en El Norte de Madrid un sentido recuerdo del ya fallecido Canuto:
“En época de festejos era el alma de ellos, y siempre acompañado de su ayudante, el gran Velilla, dirigía los ornamentos, cargaba con los palos que habían de servir para poner banderolas y gallardetes, contrataba la pólvora y la música y disponía la iluminación”.
Advertía el pintor liberal que, habiendo coincidido una vez en una comisión de fiestas, casi acaban ambos en la cárcel y linchados por una arenga de Canuto. No está de más tomar en serio la anécdota, puesto que, si bien las fiestas de Nuestra Señora de los Ángeles pueden entenderse como un ejercicio de normalización del extrarradio, atravesado por los estamentos de poder de la ciudad (el Ayuntamiento o la Iglesia católica), y como escenificación de poder de las fuerzas locales (como la pequeña burguesía residente), no cabe entender aquellos días de agosto como una coreografía en la que los vecinos eran meros figurantes.
Buena prueba de ello la tenemos durante los primeros días de agosto de 1897, cuando se convocó una huelga en todo el extrarradio madrileño con motivo de que el Ayuntamiento había arrendado el cobro de los Consumos (un impuesto muy impopular y que se cobraba en los fielatos, aduanas fiscales omnipresentes en la vida de los vecinos de las afueras).
Además de por el miedo a que aumentara el celo de los consumeros, se protestaba por el acuerdo sobre las cuantías de los tributos del extrarradio, alcanzado entre el Ayuntamiento y un pequeño número de industriales. Entre estos estaba, precisamente, Canuto González. A pesar de ser un personaje con influencia social entre las clases populares del arrabal, en aquella ocasión el establecimiento de Canuto y su arrogante figura recibieron las pedreas de las mujeres amotinadas y en huelga. Con arreglo a las fechas festivas (la celebración se había anulado por la huelga), las socarronas vecinas de Cuatro Caminos cantaron coplas sobre el tabernero en su ronda, con alusiones a la festividad:
“La Virgen de Bellas Vistas se ha quedado sin corona/
porque se han llevao el dinero/
los ladrones de las zonas“
Las descripciones con las que contamos de las fiestas certifican un dibujo estratificado socialmente. En 1895 el periódico El País relataba que al amanecer una banda recorrería el barrio tocando a diana para que los vecinos estuvieran puntuales a las 10 en la misa oficiada por el párroco Capuchino. A las cinco, se celebraría una procesión por todo el barrio “acompañada con un piquete de la benemérita”.
A los bailes, cucañas, carreras de cintas, de gallos, concursos de balcones, dianas gigantes, fuegos artificiales y partidos de balompié en descampados, siempre les acompañaron las procesiones presididas por las autoridades o las demostraciones caritativas, como la tradicional comida para niños pobres en el Colegio de las Maravillas.
Esta fue la tónica general durante las primeras décadas del siglo XX. Sin ser este itinerario simbólico de los espacios de poder una característica exclusiva de las fiestas patronales del extrarradio, su implantación desde la nada, simultáneo a la construcción de la parroquia y de los distintos capitales sociales de la barriada, hacen de las fiestas de Nuestra Señora de los Ángeles un texto con más información que la habitual descripción costumbrista de aquellos días de vino y pólvora.
En Tetuán de las Victorias, por su parte, las fiestas servían para subrayar el relato simbólico construido desde arriba acerca del nacimiento de la población: su supuesto origen en el campamento militar establecido por las tropas vencedoras al regreso de la guerra de Marruecos en 1860. De ahí el apellido “de las Victorias”, el nombre de algunas calles (Castillejos o Wad-Ras) y la instauración de la propia matrona.
Según relata Félix Morales Parra en el libro Tetuán de las Victorias (1960) las primeras fiestas de la Virgen de las Victorias se llevaron a cabo en febrero de 1870 (hasta los años veinte no se trasladan a junio) con unos arcos que ocupaban el ancho de la carretera de Francia, espacio central en la vida de una barriada que no tenía plaza, pero tenía carretera. Ya en aquellas primeras veces, del arco adornado con ramas de la Dehesa de la Villa colgaba el retrato del general Prim arengando a las tropas en la batalla de Castillejos. En el programa figuraba el lema “para conmemorar la entrada victoriosa del ejército español en Tetuán de África el 6 de febrero de 1860”.
Aunque en aquella ocasión y en las siguientes los elementos centrales eran la procesión y la misa, en el barrio pugnaba por obtener preeminencia social también un grupo activo de republicanos, librepensadores y anarquistas, a los que unía, precisamente, su anticlericalismo.
En el mismo libro al que hemos aludido se cuenta que, con motivo de la procesión de la Virgen del Amor Hermoso, algunos de estos vecinos hicieron sonar unos cencerros y extendieron el rumor de que había vaquillas sueltas, ocasionando un gran caos y la desbandada de los feligreses. Décadas después, cuando Morales Parra escribiera su libro durante el Franquismo, la anécdota seguía escociendo en la narrativa oficial de las fiestas.
Aunque no nos extenderemos en ello, cabe decir que el modelo de intento de articulación social alrededor de una parroquia, con una advocación y unas fiestas, se repite en otros barrios. En el de Castillejos, a finales del XIX se celebrará Nuestra Señora del Rosario (7 de octubre), matrona costeada por el párroco de la zona cuya imagen portaba la bandera vencedora en Lepanto, con un turco yacente a sus pies
Celebrando las primeras fuentes públicas del suburbio
A finales del siglo XIX se empezaron a celebrar en los barrios de Almenara, Huerta del Obispo y La Viña las fiestas de San José (19 de marzo). También en este caso encontramos una alianza entre élites e Iglesia, tratando de construir la feligresía del arrabal. El 19 de marzo de 1896 el obispo de Madrid se desplazó al entonces recóndito rincón para bendecir un solar, donde se habría de construir una capilla y escuela para niños pobres “con el auxilio de la infanta doña Isabel, los señores marqués de Cubas y Moreno, el intendente de la real casa y otras personas piadosas”, según se puede leer en la prensa de la época. Hay que tener en cuenta que se trata de espacios donde la influencia de las Iglesias y las autoridades era menor menor de lo habitual porque los nexos no estaban aún constituidos y el control social era más débil. La instauración de unas fiestas con el nombre de la iglesia en ciernes (la de San José, entre las actuales calles de Panizo y Sauco) es claramente una manera de conseguir agregación social alrededor de la religión.
En aquellas fiestas se vivían los habituales fuegos artificiales y decoraciones de las calles, con arcos y gallardetes, pero también juegos que recuerdan la fisonomía rural del extrarradio, como las carreras de pollos o de burros. Pero es interesante atender a cómo aparecen en el barrio de Almenara a la vez otras fiestas, cuya inspiración es distinta.
En 1902 se conmemora la colocación de la primera fuente pública. Aunque coincide también con San Juan, las notas de prensa inciden durante las tres siguientes décadas en esta conmemoración civil. Se habla del aniversario de aquella primera fuente pública y se hace coincidir la celebración con la inauguración de nuevos puntos de agua potable por parte de las autoridades de Chamartín de la Rosa. En estos mismos años, anteriores a la República, ya se celebraban, por cierto, en La Ventilla las fiestas de Nuestra Señora del Carmen.
El Franquismo: fiestas de sotana, tricornio y caridad
Durante los años de la República habían seguido celebrándose algunas verbenas y fiestas con motivo de las fiestas patronales, aunque su presencia en la prensa del momento languidece en comparación con las distintas verbenas de agosto, que se celebran en todos los distritos de Madrid. En estas celebraciones de los barrios se ponen muy de moda la elección de misses locales –¿sino de los tiempos o paralelo con la representación femenina de la República– y abunda la presencia de las casas de socorro como vector benéfico de la festividad en detrimento de las parroquias. También se trasladaron los elementos de la fiesta –los fuegos o el baile– a algunos actos civiles, como el que se produjo en 1931 para celebrar la urbanización de parte de La Ventilla. No cabe duda de que en un proceso de profunda redefinición nacional como aquel, la nueva simbología republicana debió inundar todos los aspectos de la vida pública, aunque no hemos sido capaces de reconstruir en profundidad, de momento, las implicaciones en las fiestas populares de los barrios. Por otro lado, es bien conocido el proceso de laicización que se produjo en España, el anticlericalismo –que en los suburbios tenía gran tradición y desembocó en episodios de ira popular como las quemas de mayo del 31– y la identificación creciente de la iglesia católica con las derechas.
El Franquismo supo desde el primer momento que la intervención en el calendario festivo era una buena oportunidad para imponer su ideario a la población. Desde el nacionalcatolicismo, se apropió del ritual simbólico católico, muy arraigado en las costumbres populares. Su estrategia fue prohibir fiestas paganas, como el Primero de Mayo o los Carnavales, e incorporar las fiestas patronales al universo de su estado corporativo. La primera sistematización, con forma de calendario oficial, llegó en guerra, en abril de 1937.
Según cuenta Félix Morales Parra, el 24 de septiembre de 1939 volvió la imagen de Nuestra Señora de las Victorias a Tetuán. Se organizó una procesión con la imagen al frente que llegó a cada rincón del barrio durante cinco horas, cuando las procesiones de antes de la guerra apenas duraban una.
Aunque no encontramos rastro en prensa de las fiestas durante los primeros años de la posguerra, las noticias sí permiten reconstruirlas a partir de 1946. Tenían como ejes la misa, la procesión en honor a Nuestra Señora de las Victorias, la formación militar en el cuartel de La Remonta, la comida privada de las autoridades y los actos caritativos, como el reparto de comida a los niños pobres del barrio.
En los años cincuenta, con Tetuán ya absorbido por Madrid, fueron añadiéndose elementos más propios de la fiesta pagana, como los gigantes y cabezudos –retratados por Santos Yubero y que son muy recordados por los vecinos de tiempo–, las kermesses, la carrera de camareros, los fuegos o la verbena. Sin embargo, aún encontramos al final de la década una gran centralidad de los actos caritativos.
En 1960, con motivo de la celebración del centenario de Tetuán, se editó el citado libro Tetuán de las Victorias. Era la ampliación de un folleto publicado por su autor en 1948 que iba a servir de pregón de fiestas, pero creció demasiado y se convirtió en libro. En él se abunda en la mitología del barrio nacido del campamento militar y en la importancia de su advocación mariana para el desarrollo del barrio, como hemos visto.
Poco a poco, aquellas fiestas, anunciadas con motivos castizos en sus carteles, fueron modernizándose. Llegaron las atracciones, primero al solar de la antigua plaza de toros y luego a la Plaza de Castilla; se organizaron concursos de arte desde Tenencia de Alcaldía –la actual Junta Municipal, a su vez antiguo Ayuntamiento de Chamartín–, pero había poco espacio para el desborde y la participación fuera del cuerpo social promovido por el Franquismo.
Nuevas institucionalidades de arriba y de abajo durante la Transición y la Democracia
Con la llegada de la democracia y los nuevos ayuntamientos, otra vez asistimos al recurso de la fiesta como elemento de construcción institucional. El Ayuntamiento de Tierno Galván era especialmente activo en la promoción de fiestas patronales y, aunque son más conocidos el impulso de los San Isidros y sus bandos municipales, también se vio al viejo profesor en las fiestas de los barrios, donde en ocasiones ejerció de pregonero. Pero también eran tiempos de pujanza del movimiento vecinal, así que las nuevas fiestas se convirtieron en foros de la política desde abajo.
En 1979 ya encontramos una comisión de fiestas en Tetuán, en la que intervenían los partidos políticos y asociaciones del distrito. Los temas de la vivienda y las infraestructuras estuvieron muy presentes en la programación de aquel año. Además de los gigantes y cabezudos, los habituales pasacalles o la verbena –que esa vez se colocó en la calle de San Germán–, tuvieron lugar actos de política vecinal. En el colegio público Zumalacárregui (actual Jaime Vera) se debatió sobre los problemas del distrito; en Tenencia de Alcaldía se montó una exposición sobre el mismo tema, con un punto de información urbanística para los vecinos; se organizaron charlas sobre la remodelación del barrio de Garibaldi en Milán o sobre la política de vivienda tras la Revolución de los Claveles en Oporto.
Certificando la importancia de la iniciativa popular durante las fiestas de aquellos años, y su entendimiento con el Ayuntamiento, en 1981 se llevó a cabo una lectura poética en el nuevo parque situado entre las calles de Tenerife y San Raimundo. El espacio, que hasta la fecha había sido un solar, se convirtió en zona verde con la participación de los vecinos. Se había inaugurado solo unos meses antes con la presencia de Tierno y en la velada intervinieron actores conocidos como José Luis Pellicena, Pablo Sanz, Berta Labarga y Julieta Serrano.
En aquellas fiestas latían el estado de las barriadas, la efervescencia vecinal y la necesidad de las nuevas instituciones democráticas de llegar a la ciudadanía. Pero otras realidades de Tetuán también pujaban por estar representadas en las nuevas fiestas. En 1980 El Corte Inglés instaló frente a su sede de la calle Orense una feria con atracciones –“pequeño parque de atracciones”, dijo la prensa–, a cuya inauguración asistieron las autoridades públicas. Las atracciones funcionaban con corttys, la peculiar moneda de la casa, aunque el primer día fueron gratuitas.
También es en los años ochenta, y medida que la piqueta y los planes de rehabilitación van cambiando el paisaje de Tetuán, cuando empiezan a celebrarse las fiestas en la nueva Plaza de la Remonta, donde Tierno leerá el pregón en 1985. Siguen organizándose exposiciones institucionales, como la que se llamó Dos años de gestión municipal (1985), pero la verdadera propaganda por el hecho del Ayuntamiento socialista fue la promoción de la cultura de masas. En 1986, en una explanada junto a la Remonta –pues esta estaba pavimentándose– se llevaron a cabo unas fiestas con cartel de peso: Ramoncín, Micky, Beni de Cádiz, Azul y Negro, El Lebrijano o Tip y Coll, entre otros.
A las fiestas de Tetuán siempre le seguían las de La Ventilla, que se celebraban por la Virgen del Carmen (16 de julio). El barrio de Almenara es sin duda el que más ha cambiado desde entonces, merced de su gran proceso de remodelación urbana, y el que tenía entonces una mayor pujanza asociativa. La asociación vecinal había pedido la inscripción a finales de 1975 y decidió retomar en 1976 la vieja fiesta patronal del barrio, despojándola de simbología religiosa. Se hicieron rifas en los bares, murales reivindicativos y se contó con la colaboración altruista de actores de pasacalles y músicos. Se organizó un paseo por las calles de La Ventilla que hizo resonar en ellas coplillas reivindicativas y burlescas hechas para la ocasión. La experiencia se repitió en años posteriores, pero las fiestas de la Plaza Norte fueron, poco a poco, institucionalizándose y haciéndose equiparables a las de otros barrios, aunque siempre con el poso del movimiento vecinal. Si actuaba el rockero Moris, por ejemplo, también se llevaba a cabo un mural bajo el lema Barrio y juventud. Finalmente, las fiestas del Carmen dejaron de celebrarse.
Poco a poco, la gestión de las fiestas de los barrios fue quedando más atada a los contratos menores de las juntas de distrito, y la pérdida de presencia del movimiento vecinal las acompañó en el viaje hacia su institucionalización creciente. Sin embargo, en las distintas fiestas de hoy continúan encontrándose rasgos continuistas de los sesgos de la construcción desde arriba y desde abajo del barrio.
En el Día del Niño, que celebra hoy precisamente su cuarenta edición en Bravo Murillo, es fácil rastrear la articulación oficial de la ciudanía hecha celebración. Entre los patrocinadores, encontramos invariablementea los mismos grandes almacenes que en 1980 instalaran aquella moderna verbena durante los días de fiesta. A lo largo de la calle se suceden demostraciones de los servicios públicos: la policía municipal, los camiones de la basura o el cuerpo de bomberos.
Sin embargo, a la hora en la que los bomberos alivian el calor sacando las mangueras y los niños del barrio se bañan en espuma, el Tetuán más popular y mestizo toma la calle, habitualmente reservada a los coches. Los miembros de las asociaciones vecinales merodean entre los puestos y, de vez en cuando, hay algún conato contestatario. En la edición del año pasado, sin ir más lejos, las familias de la Escuela Infantil Los Ángeles montaron una sorpresiva manifestación de niños para protestar contra la decisión del gobierno Ayuso de eliminar el modelo de 0 a 6 años, al que pertenece su escuelita.
Fiestas de la Ventilla ya no hay, pero desde principios de los años dosmil Radio Almenara, la emisora libre del barrio, celebra en verano un festival en el Parque Rodríguez Sahagún que es de facto su festividad popular y contestataria. Durante años fue costumbre que las semanas anteriores algunos jóvenes habituales del barrio adecentaran, colocando ladrillos, el anfiteatro del parque donde se celebran. Una demostración de La Ventilla tropical y rebelde (le dicen ellos) que recuerda la mejor tradición de la pulsión de construcción del barrio desde abajo dentro de la fiesta.
El ciclo de fiestas, patronales y ateas, de Tetuán ha empezado. Lo hizo con las vecinales de Bellas Vistas; se viste hoy inocencia y pillería con la celebración del Día del Niño; empalma en junio con las tradicionales de las Victorias, y cruza el verano con el Festival Almenara. Son, como todas, fiestas atravesadas por la confirmación simbólica de las estructuras de poder que articulan el territorio pero, lo sabe bien la historia, también días en los que merece la pena estar atentos porque cualquier cosa inesperada puede suceder.
PARA SABER MÁS:
HERNÁNDEZ QUERO, Carlos. El desborde de la ciudad liberal: cultura política y conflictos en los suburbios de Madrid (1880-1930). 2020.
MARTÍN, Brisset; DEMETRIO, E. La Fiesta, función integradora y manipulación política: el caso de La Ventilla. Ene, 2019, vol. 8, p. 16.
MORALES PARRA, Félix: Tetuán de las Victorias, Madrid, Gráficas Onofre Alonso, 1960
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