Begoña Méndez, escritora: “La sexualidad femenina sigue estando fiscalizada por el pensamiento masculino heterosexual”
Begoña Méndez (Palma, 1976) es licenciada en Lingüística General y Filología Hispánica. Remasterizada en Literatura Digital y más tarde en Humanidades, es profesora y colaboradora en las revistas El Cultural, Cuadernos Hispanoamericanos y Pliego Suelto. Ha publicado Una flor sin pupila y una mujer de nieve (Sloper, 2019), Heridas abiertas (Wunderkammer, 2020) y El matrimonio anarquista (H&O, 2021). El próximo sábado, 4 de junio, presentará en Libros Traperos su última obra: Autocienciaficción para el fin de la especie (H&O, 2022).
Autocienciaficción para el fin de la especie es tu cuarta obra en cuatro años, sin contar las publicaciones que realizas en otros medios. Es impresionante, una etapa de gran creatividad que te convierte, para mí, en uno de los mejores referentes de nuestra generación. ¿De dónde sacas la energía?
Esa energía sale, en realidad, de un enorme cansancio que, sin embargo, no se resigna a no escribir. Desde que tengo uso de razón la literatura ha sido para mí una de las pulsiones y necesidades más punzantes, pero por miedos (propios y heredados), circunstancias vitales y decisiones personales y laborales (todavía no sé si buenas o malas) no empecé a escribir para ser publicada hasta los 36 años; en cuanto eso ocurrió, me di cuenta de que ya no había marcha atrás. Y, bueno, he tenido la suerte de que, gracias a esas primeras colaboraciones en revistas, las editoriales se han acercado a mí interesándose por mis proyectos de escritura.
Cuando te ofrecen la posibilidad de escribir y publicar un libro, no puedes decir no: la cabeza se pone a mil y entonces aparece la idea de un libro y el editor dice adelante y la literatura se activa. Hasta ahora he trabajado así (ojalá trabaje siempre de esta manera) y en ese sentido me siento una privilegiada porque trabajar con un editor, publicar, ser leída y recibir reacciones lectoras es una fuente de aprendizaje increíble, desbordante. Así que la energía sale de querer aprender, de no querer renunciar a la literatura, pese al agotamiento; también de negarse a vivir con pavor ante el abordaje de la escritura: tengo la sensación de haber perdido un tiempo de escritura valiosísimo por miedosa; de ahí que en cuanto me he liberado un poco de ese lastre del miedo (un poco), ha habido cuatro obras en cuatro años. Cuatro obras que cierran un ciclo. Ahora estoy embarcada en un proyecto con fecha casi inminente, pero después voy a tomarme un respiro para poder resituarme y ver por dónde quiero seguir con mi trabajo literario.
Una flor sin pupila ya revelaba a una autora lírica y amante del arte visual, después te adentraste en el terreno del ensayo, donde nunca desapareció tu voz poética, intensa y creo que muy visceral, con Autocienciaficción rompes los moldes del género otra vez.
Sí, así es: hay una voz poética ingobernable que emerge en mi escritura, aun dentro del género del ensayo; más que visceral, yo diría que se trata de una poética corporal, que nace del pasmo de ser carne atravesada por la palabra. En Auto-sci-fi (es cierto que en Heridas abiertas ya se intuía, pese a ser un ensayo contenido, en absoluto académico, pero sí, creo, “de empollona” o de “niña buena”) propongo un tipo de libro donde las ideas sobre las que quiero reflexionar (límites corporales y humanos, feminidades y arquetipos, sexualidades torcidas o dicotomías de género) se ponen al servicio de lo literario y no al revés; en ese sentido, hay pasajes líricos muy exaltados, hay pequeñas narraciones, hay reflexiones acerca de lo humano y de lo no humano, hay autoficción, hay ciencia ficción, hay textos en los que hibrido mi escritura con la escritura de otras poetas…
Mi intención era ensayar esas cuestiones que me interpelan desde una voz en el delirio, una voz en primera persona que se interna en otros textos, en seres reales y de ficción, en figuras literarias o en escritoras que admiro para tentar los límites de las identidades, para pensar los cuerpos como instancias culturales, como convenciones que nos recortan pero que también pueden cederse o reventarse. Eso mismo es lo que he intentado hacer con el género del ensayo: buscar sus fronteras para forzarlas y agrietarlas, para hacer del género algo más amplio, más habitable. Lo rompo para que la escritura pueda respirar de otras formas menos convencionalmente pautadas.
La lectura de este ensayo me ha recordado a veces a Women Make Film, la road movie documental donde la voz susurrante de Tilda Swinton recorre la historia de las mujeres en el cine deteniéndose en mil detalles. Tú también haces un recorrido por referencias cinematográficas, literarias o pictóricas.
Sí, como te comentaba hace un momento, en el ensayo habito o me dejo habitar por otras mujeres, por personajes de ciencia-ficción, por seres extraterrestres, por escritoras, por textos, por figuras bíblicas y, en fin, por diferentes arquetipos femeninos de diversas manifestaciones artísticas. Este hecho, como explico en el prólogo de Auto-sci-fi, procede de una decisión derivada de un primer fracaso de escritura. Yo quería escribir una novela de ciencia-ficción donde una serie de arquetipos femeninos se pusieran en movimiento para poner en duda y reventar los moldes convencionales de la palabra mujer y, de paso, para acabar con la humanidad.
Esa primera tentativa no cuajó, pero la pulsión de la escritura continuaba muy viva, así que decidí aprovechar todas esas figuras femeninas que ya han sido dichas y apropiarme de ellas, adentrarme en sus cuerpos, tratar de comprenderlas, buscar entres sus carnes la semilla de una posible disidencia, tratar de comprender sus deseos, sus encuentros con los otros. Ser su médium, darles voz. Pero no se trata, en absoluto, de “un libro femenino” o “un libro para mujeres”, sino que el ensayo está atravesado por la voluntad de reivindicar que los universales humanos también pueden ser encarnados por otras existencias no heteromasculinas. De hecho, la recepción lectora me confirma, felizmente, que algo de eso he conseguido, porque es increíble la diversidad de personas de identidades y géneros diferentes que han encontrado algo valioso en mi ensayo y se han acercado a decírmelo, a agradecérmelo.
También pienso la preciosa voz en off de Hiroshima mon amour, con guion de la diosa Marguerite Duras, una de las autoras a las que citas en el libro.
Cuando escribía Autocienciaficción para el fin de la especie tenía bastante presente La vida material de, como dices, la diosa Duras, porque en ese libro la autora realiza un ejercicio escritural de género difuso, a la vez autobiográfico y autobibliográfico, de reflexión cultural y de autoficción. Ese tipo de escrituras híbridas me interesan mucho porque ponen en juego materiales culturales de diversa naturaleza que permiten, desde la primera persona, salirse de un yo autárquico y reflexionar acerca de cómo nos relacionamos nosotros mismos y con el afuera, tan extraño e incomprensible, sin renunciar a la exaltación poética o al lirismo más intenso.
Hace unos días, siguiendo la lectura de Autocienciaficción, vimos Solaris y Under the skin. Es fascinante como asimilas a las dos protagonistas femeninas, la espectral Hari y la alienígena Laura, para hacer tuya su extrañeza ante este mundo.
Hace poco alguien me dijo “la vida es imposible” y pensé que esa sentencia resumía de manera precisa, exacta, la forma que tengo yo de estar en el mundo: una extrañeza ante el hecho de ser un cuerpo arrojado al mundo, un cuerpo que se esfuerza en otorgar cierto sentido, cierta coherencia, al hecho increíble que es existir, estar viva. Adentrarme en los universos afectivos de esas dos féminas extraterrestres que mencionas me permitía instalarme en esa grieta identitaria, en ese no comprender nunca del todo qué es esto que se supone la vida, qué es eso que se llama deseo, qué es el amor y de qué modo construimos lazos con los otros, con todo lo ajeno que no alcanzamos a entender y que está fuera de nosotros pero que también nos habita y nos configura. Los personajes extraterrestres me han permitido indagar en esa extrañeza fundamental que el yo experimenta ante el hecho de estar vivo y de ser una entidad material, palabra y carne, que se vuelca a los otros a través del deseo y del amor, del dolor y la violencia.
En el libro relatas experiencias personales, comenzando con una memorable narración del despertar de la sexualidad femenina, un temazo que todavía lastra antiguos prejuicios.
Si buscas en el DRAE el adjetivo ‘sexual’ verás que procede del latín tardío ‘sexualis’, que significa “propio del sexo femenino”. No sé, me parece que la sexualidad femenina sigue estando fiscalizada (a veces incluso confiscada) por el pensamiento masculino heterosexual y que sigue habiendo mucho tabú al respecto.
Recuerdo a los niños de mi clase en EGB hablando sin tapujos sobre sexo y deseo, y nos recuerdo a nosotras siendo niñas mudas en ese sentido, como si nos envolviera un halo de misterio y de silencio que cancelaba en las niñas la posibilidad de ser cuerpos deseantes, que insistía en la sexualidad femenina como algo sucio que deja marcas visibles. Escribir sobre los cuerpos de las mujeres me exigía despejar toda esa niebla discursiva que, creo, todavía nos rodea. Como dices, nos lastran antiguos prejuicios e imaginarios que hacen del deseo femenino algo oscuro, algo despreciable, algo que debe mantenerse en el secreto, y esa idea era la que quería invalidar en el ensayo. He intentado abismarme en ese legado oscuro y sucio que hemos heredado para, desde ahí, reivindicar los cuerpos deseantes de las mujeres en toda su luz.
La metáfora de la serpiente interior nos devuelve al edén y allí encontramos dos modelos femeninos, no sé si antagónicos o complementarios, Eva y Lilith.
En la Biblia a la serpiente le aplastan la cabeza y la condenan a reptar por emerger como símbolo de lo demoníaco vinculado al pecado femenino, un pecado que consiste en tener hambre, ahí donde hambre significa deseo y conocimiento. Exactamente lo mismo que históricamente han hecho con las mujeres, aplastarles el hambre y el anhelo de conocer, pisar el deseo femenino por peligroso o pecaminoso. En el ensayo afirmo que Eva y Lilith no son dos modelos diferentes sino dos rostros diferentes de nuestra madre primera, donde Eva encarna la culpa y la sumisión femeninas a los hombres y a Dios, mientras que Lilith representa la vida interior de las mujeres, una zona íntima y de resistencia donde es posible desplegar en toda su complejidad el deseo, el hambre, libre del gobierno de los hombres.
«En la pintura de Datzov, Dios no deslegitima los anhelos femeninos…».
Ah, sí, la primera vez que vi la versión de María Magdalena del pintor búlgaro me quedé hondamente impresionada. Me pareció evidente que Datzov defiende en su obra que ni Cristo fue un santo ni Magdalena, una prostituta, sino que fueron dos personas que se encontraron en una relación de amor y de erotismo muy hermosa donde el deseo no es culposo ni pecaminoso, sino una “divina oscuridad”. Lo que me interesaba aquí era señalar que la juntura sexual entre Dios y Magdalena, lejos de constituir un escándalo, permite reinterpretarla como una celebración de las sexualidades como instancias sagradas.
Todo el mundo conoce el sentido de la expresión matar al padre, pero, ¿qué significa matar al NIÑO?
Esta idea procede de mis lecturas de los textos xenofeministas. El NIÑO, así escrito en mayúsculas, es, evidentemente una metáfora. Querer matarlo significa poner en duda los discursos que convierten a los niños en imagen del porvenir esperanzado, como si el NIÑO fuera capaz en sí mismo de traer un futuro mejor. Una idea peligrosa cuando sirve para que nos desentendamos de los trabajos por el ahora, trabajos necesarios para que el presente deje de ser un lugar tan poco vivible, tan poco habitable, tan hostil e hiriente, tan experto en producir de forma masiva existencias precarias.
La narradora de Autocienciaficción es una mujer rebelde, explosiva, nos habla de los cuerpos, pero también de trascenderlos: es metafísica y mística, pero también sensual y terrenal; ama la vida, pero anhela su completa aniquilación, ¿se trata de una mirada nihilista o vitalista?
Creo que hay un vitalismo esencial que tiene que ver con la aniquilación de lo humano. Se trata de una reivindicación de la existencia desposeída de la conciencia entendida como una instancia cultural que insiste en que debemos buscar la felicidad, en que debemos alcanzar no sé qué tipo de superación personal… El libro defiende la vida que puede experimentar un ser de otro planeta, un animal marino, la materia mineral. Es algo así como la negación del concepto de libertad entendida como responsabilidad individual, y es la defensa de un amor místico que anhela escapar del dolor que significa ser parte de lo humano y que desea trascender los discursos de género que nos lastran y nos empobrecen. Algo así, creo…
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