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La última pelota de goma de la Ertzaintza mató a Cabacas: “Era como si nos estuviesen fusilando”

La abogada Jone Goirizelaia, durante la investigación de la Policía Nacional en el lugar de los hechos

Iker Rioja Andueza

La última carga con pelotas de goma que realizó la Ertzaintza hirió de muerte a Íñigo Cabacas un 5 de abril de 2012, Jueves Santo. Aquella noche el Athletic venció en el viejo San Mamés de Bilbao al Schalke 04 alemán. Pero casi nadie recuerda el resultado de aquel partido europeo de “alto riesgo”. Tras el encuentro, las celebraciones continuaron en las zonas habituales de poteo, incluida la plazoleta junto a la calle de María Díaz de Haro. La centralita de la Policía vasca recibió avisos de incidentes en aquel lugar y no dudó en emplear material antidisturbios en un lugar con solo un callejón como salida. Fue una ratonera que acabó con la vida de un joven aficionado rojiblanco que entonces apenas contaba 28 años. Murió unos días después en el hospital de Basurto. Todo cambió para su familia, que sigue rota y clamando justicia, y para la propia Ertzaintza, cuya contundencia quedó al desnudo para siempre y se vio obligada a reinventarse.

Este lunes, seis años, seis meses y diez días después, arranca en la Audiencia Provincial de Bizkaia el juicio contra seis ertzainas. Se exponen a cuatro años de cárcel y a seis de inhabilitación por “homicidio imprudente”. La única acusación la ejerce la propia familia de Cabacas, representada por la letrada y también parlamentaria de EH Bildu Jone Goirizelaia, histórica dirigente de la izquierda abertzale. La Fiscalía, siempre en segundo plano, interpreta que los hechos probados en la larga y compleja investigación dirigida por la juez Ana Torres no son constitutivos de delito.

Se sientan en el banquillo el oficial con número profesional 3389, el agente con más galones en aquella intervención en la zona de María Díaz de Haro, y los suboficiales 5351 y 1283, al mando de dos de las furgonetas (cada una de ellas de seis agentes) que fueron movilizadas. Los otros tres son agentes que empuñaron escopeta aquella noche y que, en la investigación interna llevada a cabo por la Ertzaintza, admitieron haber usado pelotas de goma: 15248, 11066 y 10216. Ha quedado probado que más policías dispararon, principalmente porque ellos tres iban de rojo y todos los demás de azul y hay testigos -policías y civiles- que así lo atestiguan. Este agujero de la investigación siempre ha impedido conocer al autor material.

De hecho, en un primer término sólo se iba a juzgar a los tres mandos intermedios, pero un recurso de la familia permitió corregir a última hora esta decisión de la juez Torres. Según la magistrada, lo verdaderamente punible es la negligencia y desproporcionalidad con la que se actuó. El oficial está procesado por “inacción”, por haber tolerado las cargas. Los suboficiales, por su parte, por haber dado la orden de intervenir con material letal en un lugar inapropiado y provocando “atrapamiento”. “Los referidos disparos se efectuaron con infracción de los principios básicos de proporcionalidad, prudencia, necesidad y seguridad”, dictaminó la instructora, que durante la causa llegó a solicitar escolta y a denunciar “espionaje” en sus equipos informáticos, sin que quede muy claro el motivo.

“Salgan de las furgonetas y despliéguense”

Según la reconstrucción de los datos recogidos en el sumario del 'caso Cabacas', al que ha tenido acceso este periódico, la carga con pelotas de goma que hirió al joven duró un mínimo de tres minutos. En su momento, algunos sindicatos policiales plantearon dudas de si la causa de la muerte fue realmente una bola de caucho. Sin embargo, la autopsia recoge que la víctima recibió en la cabeza el fuerte impacto “de un proyectil esférico de unos 55 milímetros” y los proyectiles tienen un tamaño exacto de 54,72 milímetros.

La Ertzaintza había diseñado un operativo especial para aquel Jueves Santo. El partido era de “alto riesgo” y en eliminatorias anteriores de la UEFA Europea League se habían registrado importantes altercados (que se han ido repitiendo hasta la temporada pasada). Cabacas estaba con amigos en una pequeña plazoleta con jardineras ubicada a un lado de María Díaz de Haro y que termina en un callejón que comunica con Licenciado Poza. Allí se ubican varios establecimientos. Uno de ellos es una 'herriko taberna' o sede social de la izquierda abertzale, sector que ha dado connotaciones políticas a este caso.

Fue a las 23.25 horas de ese 5 de abril de 2012 cuando la base de operaciones, situada en la comisaría del barrio de Deusto, en la plaza de Ugarteko, recibe un primer aviso de la existencia de incidentes. Las llamadas al 112 refieren una “pelea”, una “batalla campal” e incluso de un grupo de “15 ó 20 cabezas rapadas encapuchados”, de los que luego no hubo más reseñas. El jefe de operaciones de Deusto, apodado 'ugarteko', decide enviar alguna furgoneta, llamadas en las conversaciones de radio como “francias”. Las lecheras 1 y 6 fueron las primeras en llegar. Dirigidas por el jefe de patrullas -que acude en el coche 32- practican una detención pero no en la plaza, sino en su acceso derecho. El arrestado había arrojado objetos a la Policía y les había increpado.

Pero la Ertzaintza no dio por resulta la incidencia. Según sus informaciones, había un herido sangrando dentro del callejón y había que despejar la zona para que accediera la ambulancia. Evidentemente no se trataba de Cabacas. Un sanitario confirmaría después que ellos también tuvieron la misma alerta “a las 23.30 horas”. Al llegar, reseña, “se amontaba una gran cantidad de gente que lanzaba objetos” a los policías desplegados y no se pudo estacionar la ambulancia. Aparecieron entonces las furgonetas 12, 13 y 14, todas ellas de la unidad de Seguridad Ciudadana, no especializada en actuaciones antidisturbios.

El responsable de la furgoneta 14 (suboficial 5351) informó por radio al 'ugarteko' de que era imprescindible “limpiar” la zona. Desde comisaría, le responden así a las 23.37 horas: “Bien, hágalo usted [...]. Salgan de las furgonetas y despliéguense en la herriko”. A partir de ahí, el suboficial transmitió la orden a los tres escopeteros de su unidad de seis agentes, que eran los únicos que visten de rojo en el lugar, un elemento de gran relevancia. [Los antidisturbios trabajan en binomios, uno porta la escopeta y el otro le cubre con un escudo. Primero disparan una salva –ruidosa pero inofensiva– y luego emplean pelotas de goma].

Al menos ocho pelotazos

Aquella carga duró “tres minutos”, según 5351. Sus tres escopeteros son los imputados, El primero asume que disparó “unos cuatro disparos de disuasión con pelota”. El segundo realizó otros cuatro “a 35 metros”. El tercero, en cambio, dijo no haber disparado en ese momento, sino en la carga posterior que se registró. Las distancias mínimas de seguridad en aquella época eran las siguientes: 25 metros en posición suave, 35 a intensidad media y 50 en modo fuerte. Nunca se sabrá a qué potencia se intervino porque no hay datos.

Los testigos situaron a esos agentes de rojo detrás de los coches aparcados. Desde donde cayó abatido Cabacas al final de la acera hay 22,8 metros, más los tres metros aproximados del 'parking' en batería arrojarían una distancia cercana a los 25 metros, la misma que fijó la Policía Nacional como probable en el informe pericial que hizo a instancias de la juez Torres. La magistrada optó por encomendar parte de la investigación a otro cuerpo distinto a la Ertzaintza para evitar posibles interferencias. Estos agentes, que reconstruyeron los hechos 'in situ', comparecerán en el juicio.

Una joven malagueña con conocimientos de primeros auxilios se encontraba cerca de Cabacas y pudo taponar las hemorragias que sufría. Su testimonio en vídeo acompaña a esta información. En él, manifiesta que “un hombre de rojo” disparó “todo el rato” en línea recta hacia donde se encontraba la víctima, que estaba en el lado izquierdo del callejón. “Me sentí como si nos estuvieran fusilando”, enfatiza. Sus “¡No disparéis, no disparéis!” no sirvieron de nada. Otras personas hicieron lo mismo. Los agentes lo oyeron, pero no hicieron caso. “Unas jóvenes subidas en unas jardineras levantaban las manos y gritaban que parasen los disparos”, admitió una agente no imputada, que vestía de azul.

Los agentes desplegados ya sabían de viva voz en ese momento que había un herido tendido en el suelo. Alguien, además, avisó al 112 exactamente a las 23.40.31. De hecho, el suboficial 1283 había ordenado: “¡Que no dispare nadie más y todo el mundo detrás de las furgonetas!”. Se estaba disparando en ese momento desde “varias furgonetas” y sólo una llevaba encima del buzo azul una chaqueta roja. “Había otros cinco o seis ertzainas vistiendo buzo azul”, contó 15248.

Varios ertzainas de rojo y un mando de azul se acercaron hasta el lugar en el que había sido abatido Cabacas. La testigo asegura que le agarraron del brazo con el que apretaba la herida del herido. Se dirigió también a un agente y le pidió “el número de placa”. Entonces el código profesional no era visible, ahora sí lo es. “Con la mano en la porra me dijo que si no quería más problemas que me fuera”, relata. No niega que insultó por instinto a los funcionarios. En el callejón se escucharon muchos más improperios dirigidos a ellos. Por la radio, desde comisaría descartaron la tesis de que hubiera sido herido: “Se habrá desmayado”.

El subjefe de la comisaría, presente de paisano en el lugar, ordenó replegar la fuerza y formar un cordón en la entrada del callejón. Pero, como continuaban lanzando objetos a los agentes desde el fondo de la plazoleta, el 'ugarteko' dio la polémica orden de “entrar con todo” a las 23.40.26, ya con Cabacas malherido. Ahí empezó una segunda carga muy intensa. Muchos presentes indicaron a la juez que en aquel momento el callejón estaba mucho más oscuro que al principio, aunque no se conoce la explicación de la falta repentina de iluminación.

Los agentes dispararon detrás de donde estaba tendido Cabacas y quienes le auxiliaban recuerdan el sonido de las detonaciones. Los de rojo dispararon de nuevo, pero también un miembro de la furgoneta 22 –cinco veces– y otro de la Brigada de Refuerzo, que habían llegado de apoyo. La unidad antidisturbios (Brigada Móvil) no intervino en ningún momento, ya que estaba en San Mamés controlando la salida del estadio. La Ertzaintza persiguió a los alborotadores hasta Licenciado Poza y allí continuaron los incidentes. Está registrada la quema de contenedores. Entretanto, a las 23.58, aproximadamente, una ambulancia trasladó al joven gravemente herido al hospital de Basurto, donde moriría cuatro días después.

A 360 kilómetros por hora

El entonces consejero de Interior, Rodolfo Ares, compareció de urgencia en el Parlamento una semana después. Pidió perdón a la familia y anunció unas primeras medidas para restringir el uso de pelotas de goma. Se enfatizó la importancia de respetar las distancias y las potencias de un material que alcanza los 100 metros/segundo de velocidad (360 km/h). Durante 24 horas llegó a estar prohibido el uso de este material porque se sometió a revisión en su totalidad. Aparecieron nueve cartuchos impulsores con más pólvora de la permitida, lo que puso en evidencia la falta de control del armamento en la Policía vasca.

Algunos datos: las pelotas no habían sido revisadas desde 1998, cuando se compró una partida de 75.000 bolas a Manufacturas del Tormes, una empresa de Castellanos de Moriscos (Salamanca). Los cartuchos habían pasado una última inspección cuatro años antes, en 2008. Peor era el caso de las bocachas de las escopetas lanzapelotas, muchas de las cuales no funcionaban correctamente y no permitían cambiar la intensidad del disparo. La última revisión databa de 1995: el informe estaba escrito a máquina de escribir.

La muerte de Cabacas -y el final de ETA y la 'kale borroka', paralelos en el tiempo- han supuesto un cambio radical en la manera de intervenir de la Ertzaintza, con competencias exclusivas en el control de orden público. El uso de pelotas de goma está prohibido a las unidades de Seguridad Ciudadana que intervinieron entonces y sólo portan las escopetas la Brigada Móvil y su equipo de apoyo (la antigua Brigada de Refuerzo). Pero nunca ha vuelto a disparar una sola bola de caucho. El material empleado es un lanzador alternativo que se presupone más preciso y que arroja proyectiles viscolásticos. Además, los despliegues son ahora más numerosos para sofocar los incidentes, si es posible, cuerpo a cuerpo y no con armamento.

Asimismo, en los uniformes aparece ahora el código profesional de los ertzainas y se ha redoblado el control de las intervenciones. Y es que en los informes del 5 de abril de 2012 de la comisaría de Bilbao muestran que es imposible saber cuántas armas se utilizaron, con qué potencia y cuántas bolas se usaron. “En caso de haber sido utilizado el material, se limpian las escopetas y se reponen tanto los cartuchos como las pelotas de los peloteros y se procede a precintar de nuevo las bolsas desprecintadas, no realizándose ningún registro al respecto por escrito, por lo que en este caso no se puede saber cuáles fueron las bolsas que efectivamente se utilizaron. Respecto de las escopetas, tampoco queda registro de cuáles estaban usadas”, se puede leer en el informe que entregó la Policía a la juez Torres. Es más, el 'número dos' del consejero Ares, Miguel Buen, llegó a reconocer que la cúpula policial había sugerido a la dirección política que no se habían usado pelotas aquella noche. El entonces comisario de Bilbao, Jorge Aldekoa, es en la actualidad el jefe del cuerpo.

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