Enamorarse en Francfort: la feria del libro
“Es un mundo de libros, tienes que ir, son carreteras de libros”, me dijo en alguna esquina de los años noventa Maite Ercoreca, que entonces trabajaba en Temas de Hoy. Y unos días después había sacado un billete joven y estaba sin habitación de hotel dispuesta a vivir entre libros. Trabajaba como periodista, entrevistaba a autores, a veces con mejor y a veces con peor suerte, como la que le hice a Tom Sharpe, o la de aquel escritor alemán de moda que me empeñé en hacerla en inglés, sin intérprete, y que me gustaría recuperar para ver si hoy me entiendo.
Ya en el avión había conseguido que me llevaran hasta la Feria y me sugirieran alojamiento seguro y barato. Aterricé en la carretera de los libros e inmediatamente me sentí en mi cuna natural. Caminaba y caminaba, tocaba distintas pieles, el tacto de distintas grafías, miraba distintas voces que no podía entender. Caminaba, caminaba.
Aquel primer Francfort es para siempre mi Francfort, el que hice antes de ser editora, cuando el deseo se fraguaba sin saberlo entre mis pasos por casetas en las que se celebraba un Premio Nobel, entre copas de champagne, zumos… Allí encontré a un jefe de prensa que me regaló la suite de un gran hotel porque la editorial bloqueaba muchas habitaciones, pero no las utilizaba todos los días. Y a partir de entonces, con el sueño asegurado, sentí la libertad de conocer a los editores, de cotillear qué hacían, de charlar con ellos, de asistir a las fiestas de la tarde y madrugar para volver al mundo literario.
Un año después ya había cambiado el periodismo por la edición y mi Francfort era con agenda de citas. Cada media hora una, es decir, cada veinte minutos, porque hay que descontar a buen ritmo lo que se tarda en recorrer pasillos, escaleras mecánicas y pabellones. Citas en casetas de editores internacionales, donde te cuentan lo que han editado o te dicen lo que van a editar. Y citas en tu caseta, donde les cuentas lo que tienes, lo que vas a publicar. También citas en las casetas de las agencias internacionales y encuentros sonrientes con las agentes españolas. De entonces, tengo muy vivas a las Balcells, de día y de noche, y a Raquel de la Concha; y menos a las que yo conocía poco porque aún no trabajaba con ellas: Anne Marie Vallat, Elizabeth Atkins, Antonia Kerrigan.
Francfort de día y Francfort de noche. Sin duda, nuestro mejor Francfort fue aquel en que el equipo de Ediciones B alquilamos una furgoneta con la que nos perdimos varias noches tratando de aprovecharlas al máximo para terminar, como todo el mundo, en el Francforter Hof, donde se terminaban de cocer todas las salsas.
Pero no recuerdo todas las anécdotas, porque las hubo y muy suculentas. Me acuerdo de una agente española que vio cómo a altas horas de la noche entraba en su habitación un hombre desnudo. Así eran nuestros desayunos hacia las seis y media de la mañana, con los sobresaltos de quienes no habían podido pasar la noche leyendo, o los que tenían las ojeras enamoradas de algún texto. Y los que mostraban como tesoros alguna edición bellísima para copiar el formato, el papel, la tinta, el diseño.
En los últimos años, los grandes fenómenos editoriales están vendidos antes de llegar a Francfort, antes incluso de que el avión sea tomado por editores pertrechados con tablets y originales –alguno queda–. Pero el ritual se mantiene porque es importante verse la cara, convencerse desde la emoción, con argumentos. Y editar es tanto leer como enamorarse, por eso Francfort es el lugar donde se produce el encuentro, donde las páginas pasan de unas manos a otras, donde se afina al escuchar la voz del que ha leído las páginas que le diste la noche anterior… Donde, en fin, esquivarse en un pasillo es una pésima señal o todo lo contrario, si se está negociando.
Francfort sigue siendo un universo de libros, carreteras dentro de los pabellones, y para cualquier editor, cualquier lector, la irresistible tentación de que puede haber un tesoro por descubrir sólo al alcance de su astucia, de su dedicación, de su amor y de su búsqueda.
Es la ciudad de las ferias, pero para los amantes de los libros no hay otra igual. Si hay menos negocio ahora que antes, aún parece más atractivo, más romántico, más pausado. Es más necesario que nunca, en los tiempos que vivimos, poner cara a quien te cuenta un libro para encargarte de sus cuidados en un país o en una lengua tan enorme como la española, y distribuirlo en muchos países. De eso se trata Francfort: una frontera clave para un sector esencial en la industria española.
Mucha suerte a las agencias y editores españoles. Nuestros libros os necesitan. Hoy más que nunca. También los autores, los traductores, las librerías, los distribuidores y las bibliotecas. Y los lectores.