¡Lo que más necesita hoy la izquierda son unas primarias!
No sé si os pasa, pero cada vez que oigo pronunciar la palabra “primarias” se me dispara un tic en la cara: se me afloja la mandíbula, se me descuelga, se me abre la boca exageradamente y se me achican los ojos. Lo que comúnmente llamamos bostezo, vale. Mi caso es leve, pero tengo colegas que estuvieron implicados en el último ciclo político, participaron en unos cuantos procesos internos, y que al oír hoy “primarias” en boca de según qué dirigentes (o ex dirigentes), fruncen el ceño, aprietan los dientes, sufren brotes de narcolepsia, escalofríos o directamente lloran.
Es curioso el fenómeno, porque hace años nos sucedía lo contrario: oías “primarias” y se te alegraban los ojillos, se te dibujaba una sonrisa, te subía un cosquilleo y te entraban unas ganas locas de votar, militar, acudir a mítines y manifestaciones, incluso ganas de participar en esas mismas primarias. Eran los años en que la “nueva política” era nueva de verdad, y llegaba para sacudir el anquilosado sistema de partidos. Primarias equivalían a democracia, regeneración, participación, power to the people. Ilusión incluso, sí. Eran un talismán, solo nombrarlas ya cogía la política otro color; eran la piedra filosofal capaz de convertir en oro democrático el plomo del “régimen del 78” (otra expresión muy del momento). Qué tiempos aquellos, eh.
¿Qué pasó para que en menos de una década las primarias dejasen de ser la seña de identidad de la nueva política y un potente factor de movilización de los votantes, y se convirtieran en elemento sospechoso y generador de rechazo en los mismos votantes? Lo que pasó, lo saben bien quienes participaron en muchas de esas primarias: listas plancha, circunscripción única, sistema Desborda, listas patrocinadas por el líder, cambios en el sistema a medida de las necesidades internas de cada momento, y primarias usadas para resolver batallas internas por goleada, dejando fuera de juego a los discrepantes y permitiendo a la dirección acaparar todo el control orgánico con el aval de “las inscritas e inscritos”. Además, los simpatizantes fueron sometidos a decenas de procesos internos y electorales, unas primarias sin fin, con cada vez menos participación, que casi siempre resultaban en lo que desde el principio quería la dirección, y que por el camino dejaban dramáticas tensiones, rupturas y la salida de gente derrotada, desencantada o directamente agotada. Muchos de ellos, por cierto, estarán el domingo en el acto de Sumar.
Pensar que a estas alturas es buena idea invocar las primarias para resolver luchas de poder, o que pueden ser un elemento de presión para negociar posiciones, es propio de quien vive en una burbuja, una cámara de eco. Las mismas primarias que en su día movilizaban votantes, avalaban procesos, reforzaban liderazgos y hasta generaban ilusión, pueden provocar hoy lo contrario en no pocos votantes de izquierda. Desinterés, en el mejor de los casos. Excepto entre los más fieles a Podemos, muy movilizados por su propia supervivencia como organización, y que sí acudirían a unas primarias mañana mismo, de ahí su exigencia para que haya primarias “abiertas” en Sumar: su último cartucho para lograr una representación que no deja de menguar en cada proceso electoral.
Llegado el momento, por supuesto serán bienvenidas unas primarias, a ser posible mejoradas respecto a las anteriores. Pero sospecho que los asistentes al acto de Sumar del próximo domingo no van a gritar precisamente “¡pri-ma-rias, pri-ma-rias!”. Y tampoco creo que en la calle hoy provoquen más que esos tics de los que hablaba en el primer párrafo.
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