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La misma navidad de todos los años

Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena.
2 de enero de 2025 22:24 h

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Todos los años la misma historia. Las navidades se repiten con exactitud casi obsesiva, como un anual día de la marmota: desde el sorteo del Gordo hasta la mañana de reyes, todo vuelve a ser lo mismo de todos los años. Pura repetición. Los mismos gestos, las mismas frases, la misma decoración en casas y calles, el mismo menú de cada Nochebuena y cada Nochevieja, las mismas fotos de familia casi sentados en los mismos lugares, el mismo anecdotario contado con las mismas palabras como si recitásemos un papel teatral, los mismos chistes incorporados al léxico familiar, el mismo discurso del rey, las mismas películas navideñas mil veces vistas, las mismas campanadas televisivas y los mismos Cachitos, los mismos deseos y buenos propósitos, el mismo concierto de Viena con sus palmas en la marcha Radetzky, la misma resaca, el mismo empacho, el mismo roscón con la misma sorpresa que no sorprende. Incluso las “tradiciones” de nuevo cuño se convierten en parte de la gran repetición navideña: las mismas preuvas, la misma rave ‘Big Fucking Party’ con el mismo alarmismo porque la gente se lo pase bien donde no molesta.

No me quejo, todo lo contrario: me alivia la repetición, me reconforta que estas dos semanas sean tan previsibles y predecibles. Pensaba que me estaba haciendo mayor por apreciar las navidades, hasta que comprendí que no es emoción, ni ilusión ni nostalgia: es sobre todo repetición. Es su condición repetitiva, automática, ritual, invariable, lo que aprecio en las navidades. En un mundo agitado e incierto, estos pocos días son casi lo único que permanece. Y durante unos días siento el mismo placer que cuando mis hijas, de pequeñas, veían una y otra vez la misma película, sabiéndose de memoria los diálogos, anticipando los sustos y riéndose por adelantado de los chistes.

Somos animales de costumbres, obligados a vivir en un mundo agitado, cambiante, tecnológicamente acelerado. Nos tranquiliza saber lo que viene después, lo previsible, lo aburrido incluso, pero el FOMO no nos deja disfrutar, siempre deseamos estar en otro lugar. Querríamos quedarnos quietos, pero el suelo se mueve, y la bici se cae si dejas de pedalear. La navidad, aunque no es ajena a todo ello, permanece como un agarradero, tierra conocida, lugar seguro. Durante dos semanas recuperamos la sensación de control sobre nuestras vidas. Y sí, existe también el estrés navideño, pero es una broma comparado con el estrés laboral, el estrés inmobiliario o el estrés informativo con que vivimos todo el año.

Lo pensaba viendo Los años nuevos, la extraordinaria serie de Rodrigo Sorogoyen, Paula Fabra y Sara Cano. Durante diez años las vidas de sus protagonistas cambian sin cesar: la relación entre ellos pero también sus parejas, sus trabajos, sus ciudades, sobre todo en el caso de ella. Pero es que ni siquiera sus navidades permanecen, asistimos a diez nocheviejas y son todas diferentes: dónde, cómo, con quién. No sé si es intencionado, para subrayar la condición movediza e incierta, de vidas a la deriva, de su generación, pero me desconcertaba y entristecía que en sus vidas no se repitiera ni siquiera el único día del año que suele ser idéntico; no poder agarrarte ni a eso, no saber en qué mesa te sentarás a esa última cena del año, con quién te tomarás las uvas, a quién desearás feliz año.

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