El triunfo de la cultura “bro”
En una entrevista con Carles Francisco en La Ventana, la cómica Henar Álvarez hablaba de cómo los hombres se han adueñado de los podcasts y dejan solo “una esquinita” a las mujeres en el panorama cultural audiovisual. Recordó cómo en septiembre de 2022, las podcasters de Estirando el chicle, Carolina Iglesias y Victoria Martín, reunieron en el Wizink de Madrid a 12.000 personas y 16.000 por ‘streaming’ en el mayor show cómico jamás celebrado en España, con la asistencia de Yolanda Díaz incluida. Dos años después, aquella explosión de comedia dirigida por y para mujeres se ve casi como una ilusión pasajera y no ha abierto grandes caminos de financiación ni visibilidad para el talento femenino en las plataformas. Henar Álvarez es casi una excepción, porque ha conseguido estrenar su late en RTVE Play, aunque en esta oportunidad tenga mucho que ver con ir de la mano de la productora de Jordi Évole.
Gran parte del entusiasmo que surgió en la pandemia y que tuvo su auge hace dos años por los podcasts hechos por mujeres se ha visto arrasado por los 'brocasters', como los denomina la periodista tecnológica Taylor Lorenz, autora del libro Extremely Online y culpable de que se popularizara la expresión “ok, boomer”. Los brocasters forman parte de la manosfera, ese ejército de podcasters, youtubers y streamers de Twitch muy influyentes y en su mayoría jóvenes, blancos y de derechas que están copando la industria online americana y buena parte de la española.
Un ejemplo: Rumble, la plataforma de videos similar a YouTube que financia Peter Thiel, gastó cientos de miles de dólares en 2021 en influencers de extrema derecha y creadores de contenido antivacunas. Fue el inicio de un movimiento que ha culminado en un poderoso ecosistema online de derechas. Hace pocas semanas, Pew Research Center publicó un informe de 122 páginas que concluyó que el panorama de influencers de noticias se inclina mayoritariamente hacia los hombres y hacia la extrema derecha, creando un desequilibrio preocupante en los sesgos informativos que tiene profundas consecuencias políticas.
Este triunfo de la cultura “bro” incluye también a David Broncano y los suyos, a pesar de los intentos de polarización política de su programa por parte de sus competidores. Broncano es uno de los ejemplos españoles más talentosos e inteligentes de esa forma de hacer humor que nace de la complicidad entre colegas universitarios y que poco tiene que ver con la mesa política de su máximo rival televisivo Pablo Motos, pero mucho con la desacomplejada masculinidad reinante. Lo realmente novedoso es que es el colegueo masculino que también respiraban programas como La Hora Chanante o Muchachada Nui y que eran odas al lowcost, al humor desvergonzado y al absurdo se ha escorado a la derecha más extrema.
Minutos después de que Donald Trump fuera declarado ganador de las elecciones presidenciales, el presidente de la UFC Dana White subió al escenario que los chicos MAGA habían montado en Mar-a-Lago, la nueva Versalles ubicada en Palm Beach (Florida). Desde allí agradeció a los influencers que llevaron en volandas a Trump a la Casa Blanca, “los Nelk Boys, Adin Ross, Theo Von, Bussin' With The Boys y, por último, pero no menos importante, al poderoso Joe Rogan”. Aquello fue el reconocimiento de la alianza entre Trump y la manosfera, un paso más de la relación entre la derecha populista y los medios alternativos, y el espaldarazo a la cultura “bro” liberal y antifeminista que triunfa en todos los canales online.
Uno de los temas populares en medios americanos después de las elecciones estadounidenses fue si los demócratas podrían captar a votantes masculinos cultivando una manosfera de izquierdas. ¿Sería posible la existencia de un Joe Rogan “rojo”? El debate tiene su miga porque expresa una creencia que ya ha cristalizado en EEUU, y es que el contenido creado por mujeres solo atrae a mujeres y, de hecho, repele a los hombres, mientras que el hecho por hombres, aunque se base en códigos exclusivamente masculinos, es mucho más transversal. El podcaster Jeremy Kaplowitz lleva varias semanas buscando a ese “influencer que liderará a los jóvenes estadounidenses hacia la revolución izquierdista” y apunta a cómicos como Conner O'Malley, cuyos personajes llevan años riéndose de los complejos de la masculinidad estadounidense y pueden ser absurdos, patéticos, fracasados y hasta repulsivos pero muy graciosos, en la línea del humor chanante de Raúl Cimas, Ernesto Sevilla o Joaquín Reyes.
Sin embargo, aunque sean hombres, los influencers de izquierda carecen de las ventajas estructurales en materia de financiación, promoción y apoyo que tienen los medios conservadores “independientes” en EEUU. En un artículo reciente en su medio User Mag, Taylor Lorenz asegura que millonarios, comités de acción política (PAC) e instituciones con un interés particular en expandir las políticas conservadoras invierten estratégicamente en canales de medios de derecha y en creadores de contenido emergentes.
Esto crea un ecosistema muy bien engrasado para los influencers de derechas: jóvenes tiktokers, youtubers, livestreamers o podcasters son descubiertos, desarrollados y empujados a plataformas más grandes, a menudo con el respaldo financiero de millonarios conservadores y organizaciones de derecha. Renee DiResta, autora de Invisible rulers: The people who turn lies into reality, asegura que comprar influencers auténticos es una estrategia de la ultraderecha mucho más exitosa que invertir en medios tradicionales. Además, el ecosistema de creadores de contenido de derechas es muy colaborativo, como demuestran los vídeos entrevistándose entre sí de youtubers como Wall Street Volverine y Un tío blanco hetero, y su sinergia con los programas de la televisión generalista preferidos por la “fachosfera” como Horizonte de Iker Jiménez o El Hormiguero de Pablo Motos.
El hecho de que se tache a David Broncano de sanchista cuando conduce un programa en el que apenas se habla de la actualidad política y los líderes de los diferentes partidos solo aparecen ocasionalmente en el contexto de un chiste demuestra el sesgo en la percepción del entretenimiento y los contenidos online en España. No sabemos si será posible una manosfera de izquierdas, pero lo que ya es una realidad es que, en este duelo por las audiencias que es también duelo por los votantes, las mujeres han desaparecido (han vuelto a desaparecer) del escenario.
1