La Santa Vaquilla vs. los ultras de Torquemada
Cada noche en el último año una iglesia católica en Gaza ha recibido la llamada por videoconferencia del Papa Francisco. Su objetivo es interesarse por la situación de los centenares de palestinos cristianos refugiados en la iglesia de la Sagrada Familia desde que comenzó la invasión de Gaza. “Calma nuestro miedo y nos hace sentir que alguien se preocupa por nosotros. El Papa nos da sus bendiciones y reza con nosotros si la conexión es buena”, dijo un médico jubilado al Financial Times. “Esto es crueldad. Esto no es una guerra”, afirmó el pontífice en su último mensaje de Navidad refiriéndose a la destrucción de Gaza por el Ejército israelí y la muerte de miles de niños.
La jerarquía católica española también ha denunciado la matanza. “Es necesario un alto el fuego y la libertad de los rehenes para edificar una paz justa desde la condena del terrorismo y una guerra con rasgos genocidas. Hagamos presión moral para conseguirlo”, escribió el presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, en noviembre. Fue en un tuit y es difícil no pensar en que la Iglesia española debería haber mostrado una actitud más firme y de forma continuada ante esta guerra, como también en la lucha contra la pobreza, por mucho que al Gobierno le pudiera molestar esa intervención en la medida en que cuestione su mensaje optimista sobre la economía. Por ejemplo, un poblado de Madrid afronta su quinto invierno sin luz eléctrica por una decisión de una empresa que ha recibido el apoyo del Gobierno de Madrid. Allí viven 4.500 personas de las que 1.800 son menores de edad.
Lo que ocurre es que la jerarquía siempre es más rápida cuando se trata de defender la simbología religiosa de supuestos ataques a los que se denomina de blasfemos. No es que le tengan que gustar, pero no es demasiado pedir que los coloque en el contexto adecuado. Por ejemplo, que no se defiende la fe cristiana en los juzgados cuando organizaciones de extrema derecha intentan convertirlos en una operación de propaganda en favor de sus intereses económicos e ideológicos. No son buenos compañeros de viaje para la Iglesia, pero la jerarquía no piensa igual.
La exhibición de una estampita de la vaquilla del programa 'Grand Prix' –incluido el corazón de Jesús– en las campanadas de TVE ha provocado la ya habitual amenaza de querellas por estas organizaciones ultraderechistas. Se supone que irá dirigida contra 'Lalachus', David Broncano y RTVE. De momento, va en la misma línea de algunas declaraciones de los dirigentes eclesiásticos. “Hasta cuándo se aprovecharán de nuestra paciencia”, ha dicho el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz. ¿Y qué pasará cuando se les acabe la paciencia? ¿Tan débiles son sus creencias religiosas que las sienten perturbadas por el humor salvaje o por una simple estampita? ¿No hay otros temas en la sociedad que les deberían indignar más?
Tan rápido como el arzobispo estuvo el ministro de Presidencia. Félix Bolaños prometió que el Gobierno impulsará este año “la reforma del delito de ofensas religiosas para garantizar la libertad de expresión y creación”. Esta es una promesa que ya se hizo varias veces en la anterior legislatura y que nunca se cumplió, quizá porque iba en un paquete que podía incluir o no las ofensas al rey. Ahora estamos en las mismas y los denunciados dependerán de que no caiga en manos de un juez con ansias de crear titulares.
Lo cierto es que casi todos los juzgados han rechazado este tipo de querellas con el argumento de que debe existir una auténtica y demostrable intención de ofender los sentimientos religiosos. No vale el argumento de que alguien se haya sentido ofendido. Eso introduciría un elemento de subjetividad que el Derecho no debería aceptar. Si el baremo jurídico fuera que alguien se siente ofendido en sus creencias, habría más gente en España dentro que fuera de la cárcel.
La supuesta polémica cayó de lleno en el territorio del humor en el momento en que muchas personas mostraron en redes ejemplos de personajes reales a los que les pusieron el corazón de Jesucristo como forma extrema de admiración sin provocar ningún escándalo. O de idolatría, que diría algún fundamentalista religioso. Eso incluye hasta jugadores de fútbol, lo que le da a la cuestión un delicioso toque surrealista. ¿Qué haría Jesucristo ante tal dilema? ¿Apoyaría a Messi o a Ronaldo?
Hablando de fútbol, otro de los ultras que quiso mostrar su indignación fue Javier Tebas, presidente de La Liga, que ha defendido que, para ser competitivo, “tienes que tener acuerdos con Arabia Saudí”. En ese país no hay muchas ofensas al cristianismo porque la práctica pública de esa religión está sencillamente prohibida. Quizá esa sea la ofensa definitiva.
Un concejal del PP en Madrid también se sintió ofendido. Otro del PSOE le recordó que no se le recuerda que estuviera molesto cuando un grafiti mostró en su mismo distrito a Isabel Díaz Ayuso en calidad de virgen con aureola como “Santa Isabel, protectora de la familia”. Como la homenajeada de forma tan excéntrica era la jefa, ni se le ocurrió abrir la boca.
“Una vez más, la banalidad nos rodea”, lamenta pesaroso el arzobispo Luis Argüello. La misma banalidad que reacciona con más dolor y rapidez ante una estampita satírica que ante el escándalo de la pedofilia en la Iglesia.
La lectura recomendada para todos ellos no es el artículo 525 del Código Penal, sino Mateo 23: 27-28: “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que sois como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muerto y podredumbre! Así también vosotros: os hacéis pasar por justos delante de la gente, pero vuestro interior está lleno de hipocresía y maldad”.
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