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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Europa, un negocio criminal

Alberto Carrio Sampedro

El dinero europeo ha perdido todo su interés. Así de rotundo lo anunció Mario Draghi hace apenas un par de semanas. Si la situación no fuera tan patética, sería de agradecer el esfuerzo poético con el que Draghi describe el profundo descrédito en el que se sume Europa. La crisis migratoria que las instituciones europeas se han negado continua e irresponsablemente a afrontar es mucho más sostenida y terrible que la económica. Pero las carencias de la economía doméstica, aunque matan menos, asustan más.

Bien lo sabe Draghi, que sin rubor aparente nos invita, una vez más, a ser convidados de piedra en el esperpéntico banquete de la liquidez total. Dinero gratis para los bancos a cambio de que sigan insuflando valor a esta crisis estructural. A fin de cuentas, no es más que la confirmación de lo que siempre intuimos pero nos empeñamos en ignorar: el valor del dinero cotiza únicamente al alza en el mercado de la estabilidad social. Pensemos primero en nosotros y veamos después si queda algo que repartir entre los demás. Esta máxima, que hoy recorre Europa por las vías de la alta velocidad, es la demostración palmaria de nuestra genuina deflación moral. Bien está ser interesados y competir de igual a igual. El problema se encuentra en habernos desentendido de quien se encuentra en desventaja debido a la miseria que hemos contribuido a generar.

Aquí radica la parte más oscura del éxito de la integración europea. De otra forma hubiera resultado imposible mantenerse unidos ante tamaña iniquidad. El asentimiento paciente de la ciudadanía se ha hecho descansar en un cálculo de utilidad. Un cálculo por definición errado si se desconoce el valor de cambio de la lealtad institucional.

Hubo, claro está, razones poderosas para la sospecha: la orgía financiera de los mercados, el acoso y derribo de la escasa resistencia estatal a una política vergonzosa de austeridad económica, el delirio del denominado Tratado de Libre Comercio cuya negociación es confidencial o, en fin, las numerosas hazañas bélicas en las que Europa nunca perdió la ocasión de participar. Pero todas estas razones apuntaban en una misma dirección: la confianza en que, mal que bien, las cosas tenían una finalidad justificada, o si se prefiere moral.

Los millones de personas que claman hoy desesperadas a las puertas de Europa nos sitúan ante la confirmación más terrible de la sospecha. Pero como ciudadanos prudentes nos protegemos de los rigores del invierno poniendo la razón a hibernar. Nada hicimos, poco más hacemos que asistir impertérritos a la desidia que se acumula en el patio trasero de nuestra confortable pasividad. Asusta pensar que tenemos sus vidas en nuestras manos y las dejamos escapar. No puede negarse que hay razones poderosas que deben ser consideradas a la hora de abordar una crisis humanitaria como la actual. Pero no vaya a ser que de tanto pesar razones se nos olvide que el fiel de la balanza debe situarse precisamente en el respeto de la dignidad de los demás.

Las palabras de Draghi no hacen más que confirmar la renuncia definitiva de Europa a su compromiso moral. Aquel que se puso por escrito en solemnes Tratados que dotaban de sentido a una Unión que aspiraba a ser mucho más que comercial. La crisis que ahoga Europa ha obligado a poner en venta el solar en el que enraizaban aquellos ideales que aspiraban a borrar fronteras exportando solidaridad. La realidad se ha empeñado en demostrar que lo mejor de Europa se asentaba sobre los cimientos de la volatilidad comercial. Es normal que unas bases tan endebles se hundan hoy en el mismo fango en el que se arrastran miles de personas hacinadas entre la desesperanza y la crueldad. Seres humanos sumidos en una pesadilla dantesca de la que despiertan aterrorizados ante una Europa que externaliza la desidia al tiempo que leva el ancla de la legitimidad.

Seamos claros, la lógica de la eficiencia no entiende de dignidad personal. Si el dinero no vale nada, mejor emplearlo en pagar a otros que quiten de nuestra vista lo que nos negamos a mirar. Expertas en gestionar de forma óptima las crisis de identidad, las mafias siempre han tenido muy claro que el valor de la mercancía se encuentra en función de la demanda social. El uniforme oficial que visten los gestores de este sustancioso negocio no debe hacernos perder de vista su naturaleza criminal.

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