A favor y en contra del vuelo reguetonero de Rosalía
Cada nuevo lanzamiento de Rosalía se convierte en un fenómeno de masas. Ya con El Mal Querer fue capaz de mantener en vilo a medio mundo con la presentación de sus temas, publicados con cuentagotas y viralizados rápidamente a través de las redes sociales y un board gigante en Times Square. Ahora, la artista catalana vuelve a estar en el ojo del huracán con el acercamiento a un género urbano por el que no había transitado hasta este momento: el reguetón playero.
Con Altura ronda los tres millones de visitas en YouTube, una onda expansiva que, como suele ser habitual, también ha generado una división entre sus adeptos. Esta vez colabora con J Balvin y El Guincho, también productor del álbum que la impulsó al estrellato con Malamente por bandera. Además, la realización del videoclip ha recaído en Director X, encargado de los de músicos como Drake, Rihanna o Nelly Furtado, entre otros.
Rosalía califica este tema como “un ritmo pop barcelonés-estadounidense-latino”. “Estoy muy orgullosa de esta canción y tengo mucha fe en ella, porque hay inspiración en un género como el reguetón, pero a nivel subjetivo y personal, desde un lugar de poder y fuerza”, añade. Pero ¿se estrellará su avión tras este viraje? Repasamos puntos a favor y en contra del aterrizaje en un género nunca explorado por la cantante.
A Rosalía no se le perdona que toque unas palmas por bulerías porque “en el flamenco no pinta nada”. Tampoco que desacralice los símbolos taurinos y gitanos, que monte a un penitente en un monopatín de espinas o que toree unas motos tuneadas, porque “eso se llama apropiación cultural”. Pero si hay algo que esta sociedad es del todo incapaz de perdonar es que una mujer joven y con buen gusto musical dentro de los cánones académicos escuche, baile y cante reguetón.
Que ella, licenciada en la cátedra de Flamenco por la Escuela Superior de Música de Catalunya, admita que en su adolescencia mezclaba a Don Omar con Enrique Morente es una vergüenza. ¿Cómo se atreve a traicionar todas esas mayúsculas con un género menor y, encima, machista? Pero Rosalía solo ha puesto en palabras lo que piensa toda una generación amordazada por sus propios prejuicios y les ha compuesto una canción.
“Si no puedo perrear no es mi revolución”, escribió la periodista especializada en género June Fernández al regreso de su viaje a Cuba. Allí aprendió a desinhibirse en una pista de baile y a entender que es una música tan sexista como cualquier otra. Tuvieron que llegar grupos feministas para explicar que el reguetón no hipersexualiza a la mujer ni la usa para el placer del hombre: es ella la que viste como le apetece y baila como quiere sin invitaciones sexuales de ningún tipo. Quizá haya letras repugnantes, pero no es ese el caso de Con Altura (y cada vez el de menos canciones).
En las primeras estrofas, la artista catalana se vanagloria de sus escapismos. Tan pronto versiona a Los Chunguitos acompañada de un coro como se enfunda unos pantalones de chándal de Louis Vuitton para cantar “el dembow con holgura”. Viene decir a que puede poner “rosas en el Panamera”, “palmas sobre la guantanamera”, sonar en las listas de reguetón y seguir llevando a “Camarón en la guantera”. Rosalía es un prototipo de artista ambiciosa al que no estamos acostumbrados, y por eso la suya es de lejos la carrera más inteligente de nuestra industria. De ahí su caché.
La catalana analiza el mercado musical con la precisión de un bróker de bolsa y toma las decisiones que le alejan de la irrelevancia. Los ritmos latinos son más que una moda, la estética urbana lo impregna todo, la nostalgia es un factor que vende y ella ha sabido mezclar los tres conceptos en una canción que no pretende empañar ni sustituir a esa obra maestra que es El mal querer.
No ha venido a revolucionar el reguetón (eso se lo deja a su colega J Balvin) porque su cruzada es el flamenco y así lo canta en la canción. Ahora que ella marca el ritmo, solo ha querido aportar su granito a uno de los géneros más escuchados en todo el mundo asegurándose un billete directo al primer puesto de las listas de éxitos y sabiéndose libre de volver a lo suyo sin sufrir las consecuencias. Si eso no es estrategia de mercado, que vengan los lobos de Wall Street y lo vean.
“Existe un tipo de elitismo musical social que dice que debe gustarnos Aretha Franklin, los Beatles y tal; que hay cánones invariables de gusto y apreciación de la música popular que no pueden ser desafiados”, dijo a eldiario.es Clinton Affair, compositor madrileño de una corriente musical conocida como Vaporwave que trae al presente elementos desprestigiados en el pasado. Juegan con gifs, con cintas VHS, con el tiempo, el gusto y la memoria, entre muchas otras cosas. Es, a grandes rasgos, dadaísmo puro llevado a la música
No es de extrañar que cantantes como Yung Beef se hayan nutrido de esta estética para temas como CUTE. El vídeo pasa por una pátina vieja para remontarnos a la era de Pokémon, de los Nokia o de Windows 95, pero, cuando llega el primer verso, lo primero que escuchamos es “lo ves puta”. Es el ejemplo de que no bastan imágenes pixeladas y cutres para evocar ese supuesto espíritu contracultural. Tiene que estar acompañado de un discurso auditivo más allá del apartado visual, del vídeo en formato 4:3 y de las referencias a Toxic de Britney Spears. Y, lo nuevo de Rosalía, aprovecha la etiqueta de parodia para quedarse en la purpurina.
Por supuesto que estará en todas las listas de las discotecas y que la bailaremos hasta altas horas de la madrugada. No es eso lo que se juzga. Tampoco el que Rosalía haga lo que quiera y cuando quiera, aunque algunos se empeñen en cuestionar su caché. El problema es que todo lo que hizo que El Mal Querer marcara un antes y un después se pierde en este tema. Aquí la catalana no reinventa ni desafía ningún tipo de canon sonoro, sino que mira al pasado, al reguetón playero que según ella le gustaba escuchar cuando era joven.
“Llevo a Camarón en la guantera”, dice Rosalía para reivindicar el flamenco. Pero el autor de La leyenda del tiempo, un disco revolucionario que cambió el género y desató la ira de los puristas, tal y como hizo El Mal Querer, reescribía la música sin preocuparse por los cánones impuestos por la industria del momento. Con Altura, en cambio, es un hit conformista que no reformula nada. Es poco probable que un “purista” del reguetón lo vea como un giro a las tornas de este estilo. El hablar de “noches de travesura”, como dice uno de los versos, es algo que se lleva haciendo desde 2007 con Héctor el Father.
Rosalía es más que una canción bailable. Le exigimos más porque nos ha demostrado que, independientemente de la promoción y de la atención mediática, es capaz de hacer obras maestras con lenguaje propio. Consigue lo que nadie porque a nadie se le había ocurrido adaptar una novela anónima del siglo XIII en forma de disco uniendo el trap, el R&B o el pop con el flamenco. Cada canción suya es solo la punta de un iceberg lleno de significados, como puede ser el supuesto alegato contra la violencia machista de Pienso en tu mirá, pero Con Altura es una nebulosa sin consistencia.
Perrearemos este tema como antes lo hicimos con muchos otros, como Lo malo, Ya no quiero ná o Sin Pijama. Y, como ellos, tendrá una fecha de caducidad marcada por el tiempo que esté en el top 40 de éxitos. Ahí es donde radica la diferencia entre un producto fast food y otro memorable. Será entonces cuando al pensar en Rosalía no se nos venga a la mente el “esto vamo a arrancarlo con altura”, sino el “tra, tra” de Malamente.