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Viaje a Lesbos, el infierno en el paraíso para miles de refugiados: “Aquí mi guerra continúa cada día”

Una refugiada camina en el campamento de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos (Grecia).

Javier Gallego

Lesbos (Grecia) —

“Lesbos, todavía un paraíso”. Es el cartel que te recibe en la entrada del aeropuerto, en Mitilene, la capital de la isla de Lesbos. Pero cuando nos acercamos al campo de refugiados de Moria, lo primero que llama la atención es el olor a cloaca. “Sí, bienvenido, son aguas fecales y no hay ningún tipo de saneamiento. Cuando hay visitas de políticos se corta el agua de Moria para que no huela mal”. Habla Idoia Moreno, exenfermera jefe de la clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF) en este campo con capacidad para unas 2.000 personas en el que llegaron a hacinarse 10.000.

En enero de 2018, esta ONG abrió una clínica para las más vulnerables, menores y mujeres embarazadas. Está fuera del campo porque dentro solo actúan las autoridades griegas y Acnur. Actualmente viven allí unas 6.000 personas y la mitad son niños.

“La mayoría de historias son de gente que ha sido separada de sus familias durante el trayecto o personas que han llegado solas, como los niños no acompañados, que han hecho todo este viaje por sí mismos, completamente desprotegidos. No hablo solo de adolescentes, hablo de niños que no tienen a nadie que los cuide y proteja”, nos explica Katerina Katopodi, enfermera de MSF.

Muchos de esos menores sufren problemas psicológicos. “Tenemos casos de pesadillas vívidas, traumas e intentos de suicidio, también en niños pequeños, de 6 o 7 años, cortándose en las muñecas”, corrobora la pediatra de la misma ONG Carola Buscemi. Recuerda que vienen de contextos de guerra y violencia en los que han visto violar o torturar a miembros de sus familias. “Absorben la frustración de los padres, su falta de esperanza”. A la médico le marcó especialmente el caso de una familia iraquí con un menor que había intentado suicidarse después de que una bomba destruyera su casa y matara a su madre cuando él tenía cinco años. “Luego siguió intentando suicidarse aquí”.

También los adultos tienen problemas psicológicos que se suman a condiciones materiales penosas. Thanos Parachis es psicólogo de MSF y le cuesta elegir casos peores que otros. Recuerda a un hombre africano francoparlante. “Habían atacado a su familia, violaron a su madre y a su hermana y las mataron delante de él. Torturaron a su padre delante de él y estuvo a punto de ser asesinado. Consiguió huir y salvar su vida. Estuvimos tratándole en Mitilene porque tenía trastornos del sueño y síntomas psicóticos. Veía a su madre aunque no estaba aquí, claro, porque está muerta. Es la historia más dura que he escuchado”.

La desesperanza carcome al campo en el que malviven miles de personas en tiendas de campaña, en suelos embarrados, con un baño para cada 150 personas, sin acceso a agua corriente, bajo la lluvia y hasta la nieve. “Las condiciones de vida son penosas. Dormimos en tiendas y el invierno aquí es muy frío. Los niños se ponen malos y hay muchas bacterias y virus circulando, la gente enferma. Es muy difícil tener acceso a la atención médica, especialmente de la autoridad competente del campo, y la gente sufre mucho”. Lo cuenta Fardín, que llegó a Lesbos para pedir asilo en 2016 y aún espera.

“Ni siquiera está claro cuándo me van a dar una respuesta”. Algunos solicitantes prefieren no contar de dónde son para que no se les identifique, por miedo a que hablar de las condiciones del campo afecte al proceso de acogida.

Llueve cuando llegamos a Moria. “Hoy la gente no saldrá al exterior para no mojarse, porque si te mojas es muy difícil después lavar tu ropa, no hay suficiente agua caliente, a veces no hay ni agua para lavarte la cara. La tierra se embarra, los zapatos se manchan, pero no tienes otros, ni otra ropa para vestir. Además, tienes que ponerte como mínimo dos horas en la cola para conseguir comida que es de muy baja calidad. Da dolor de estómago y a veces diarrea”, explica.

Hablamos con una mujer afgana que tiene cuatro hijos y está enferma. No puede aguantar las horas de cola para obtener comida. “Estuve en cama 10 o 15 días y a mis hijos no les daban sus raciones en la cola porque son menores y solo sirven a adultos. Han comido lo poco que les han dado otras personas. Tengo dolores de espalda, de rodilla, de huesos, problemas de riñón y he perdido la vista en un ojo. Es muy duro. Esperaba salir de aquí para poder tratar mis problemas de salud. Pero ahora creo que moriré en Moria porque nadie se ocupará de mí”.

Nos cuesta creer que cientos de personas salgan adelante en esas condiciones durante años, pero no somos los únicos. “Nunca en mi vida vi algo así, honestamente. En los meses que llevo trabajando aquí he tenido la oportunidad de conocer a muchos colegas que han trabajado como personal médico en campos de refugiados de todo el mundo. Me sorprendió que estas personas que están acostumbradas a trabajar en estos contextos, me dijeran: 'Nunca me hubiera imaginado algo así en un país europeo”, cuenta la enfermera Katerina Katopodi. Hace una larga pausa antes de seguir. “Esto no es aceptable en Europa o Grecia, es un caos total y tiene lugar aquí, al lado de nuestra casa”.

Las expectativas y la desesperanza

La espera que no acaba choca con la idea de Europa que tienen muchas personas que huyen de la guerra y la pobreza. “Vienen aquí con la expectativa de encontrar mejores condiciones de vida, pero es todo lo contrario. Cuando llegan a Moria, sobreviven como pueden en este lugar que les hace revivir lo que les ha ocurrido en otros países y tienen que quedarse aquí, a veces hasta dos años, sin nada que hacer cada día. Pasan todo el tiempo intentando subsistir en estas condiciones sin caer en la obsesión, la ansiedad y todas las complicaciones derivadas de un sitio como éste”, explica el psicólogo Thanos Parachis.

Nos trasladamos al campo de Kara Tepe, que, a diferencia del de Moria, está gestionado por la administración de Lesbos y no por el Gobierno central. Para los cooperantes, representa la acogida de la comunidad y el pueblo de Lesbos. “Es mucho mejor. Mucho más humano. También tiene módulos de obra como vivienda, pero tienen calefacción, agua caliente, aseo, electricidad. No tiene una gran capacidad, caben entre 1.200 y 1.300 personas, pero la gente vive en condiciones mucho mejores. No hacinan a las personas. Un módulo, una familia. No más. En Moria hay tres o cuatro familias en cada módulo”, nos cuenta Ihab.

Su director es Stavros Myrogiannis, que nos recibe. Es muy crítico con la situación pero no quiere señalar directamente a otros responsables o políticos griegos. Le preguntamos por el director de Moria. “Conozco bien al comandante del campo y a su equipo y trabajan muy duramente, pero ¿es suficiente? No soy la persona para decirlo. Déjame hablarte de lo que hacemos aquí. Y por supuesto, si puedes encontrar diferencias, encuentra las diferencias”.

El gestor de Kara Tepe pide más medios, pero sobre todo demanda una estrategia. “Soy un ser humano y soy de aquí. Y después, soy el director de este campo. Como local y ser humano, necesito más. Debemos hacer más por otros seres humanos. Las tiendas de campaña y las instalaciones, en mi opinión, no son suficientes. Los campos, ¿son temporales o permanentes? ¿Qué son? ¿Cuál es el plan?”.

El plan es, según cuenta Ihab, “que están dando citas para entrevistas de asilo para 2024”. Continúa el director de Kara Tepe: “Podemos acoger toda la vida. Pero queremos hacerlo de la mejor manera. No queremos ser un almacén de cuerpos y almas. Y nadie tiene el derecho de convertir nuestra isla en un almacén de cuerpos y almas. Ni Lesbos, ni Quíos, ni Samos ni cualquier otra isla, ni tampoco mi país”.

“Vamos a seguir luchando”

“Podría hablarte durante horas del inmenso dolor y trauma, pero prefiero hablarte de las sonrisas, los abrazos, la empatía. Incluso las mujeres que vinieron pidiendo socorro, cuando les anuncié que estaban embarazadas, por supuesto que se alegraron, aunque vayan a tener un bebé en un lugar tan terrible”, expresa la enfermera de MSF Katopodi.

Nos recuerda que la mayoría, sobre todos los más jóvenes pero también niños, a menudo solo necesitan alguien con quien hablar, que se preocupe por ellos, que les diga “sois supervivientes, lo habéis conseguido. Habéis pasado por todo eso y estáis aquí ahora. Así que seguid adelante”.

Yannick nos cuenta que huyó de la guerra y el horror más absoluto. Que en un viaje crítico hasta Europa solo pensaba en un paraíso. “Pero al llegar es como si nos hubieran dado la bienvenida al infierno”.

“En nuestro país ves cómo degüellan a la gente o la mutilan con el machete delante de ti. Se llevan a tu madre delante de ti, la violan delante de ti, matan a tu hermano delante de ti... Ponen minas en tu puerta, a izquierda y derecha”.

Este joven africano de casi dos metros y menos de 20 años encontró una forma de escapar y cambió la guerra por Moria. “Aquí mi guerra continúa cada día. Sé que debo dar lo mejor de mí mismo, sé que debo conseguir mis papeles para poder vivir por fin en paz. Si yo os contara lo que hemos pasado en Moria, todo lo que hemos tenido que tragar. No soy el único que no tiene un aseo. Llevamos siempre la misma ropa. Es asqueroso”.

Pero se recompone para enviar su mensaje: “Lo que pedimos al mundo entero, al gobierno de España, de Francia, a todos, es que nos ayuden. Dicen que existen los 'Derechos del Hombre' en Europa y hemos llegado aquí, pero en algunos sitios no hay derechos ni hay respeto. Por eso contamos con vosotros para que vengáis a ayudarnos, para que nos ayudéis. Nosotros vamos a seguir luchando desde aquí para mejorar la situación. En cuanto a mí, saldré adelante. Se resolverá. Ya está”.

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El programa se ha realizado gracias a la financiación de sus oyentes. Con la colaboración de Idoia Moreno Olabuenaga, exenfermera jefe en el campo de refugiados de Moria y la participación del equipo de Médicos Sin Fronteras en Lesbos.

Con la locución y doblaje de Rocío Gómez, Manu Tomillo, Eva López, Pepe Macías, Isabel Cadenas, Carlos Pérez, Jesús García, Elena Gómez, Toño Pérez y Eloy de la Haza. Dirigido y realizado por Javier Gallego Crudo.

Dedicado a las personas de los campos de refugiados de Europa y a quienes trabajan para ayudarlas.

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