Los aranceles de Trump amenazan con provocar un efecto bumerán en la industria de EEUU
La literatura económica y el doctrinario geopolítico llevan años incidiendo en las similitudes de los felices años veinte del siglo pasado, que desembocaron en el Crash de 1929, y esta década. Sobre todo, por la rampante disrupción económica instalada en un ciclo de negocios que ha alterado las cadenas de valor y ha provocado colapsos comerciales y logísticos, espirales inflacionistas y encarecimientos del precio de dinero. Como hace un siglo, se ha activado un elevado voltaje geopolítico, una oleada de nacional-populismo de extrema derecha y unas exigencias competitivas que amenazan la globalización.
Ya ocurrió durante el primer mandato de Donald Trump. Entonces, el próximo inquilino del Despacho Oval acababa de poner en liza dos signos de identidad de las presidencias republicanas desde Ronald Reagan: rebaja fiscal y cruzada arancelaria contra China, el gran rival geoestratégico de EEUU, y varios de sus aliados históricos. Ahora, la versión Trump 2.0 que va a aterrizar en su despacho en tres semanas y su política de volver a “hacer grande a América” va a dañar la economía, impulsar la inflación e introducir mayor cautela en los recortes de tipos de interés de la Reserva Federal, como muestran los resultados de una ncuesta realizada por Financial Times entre más de 220 economistas de Estados Unidos, Reino Unido y la Eurozona publicada este jueves.
Trump pretende llevar la guerra de los gravámenes a la importación, la mayor medida proteccionista en el terreno comercial, a una dimensión casi desconocida. O no tanto, porque analistas de mercado y observadores políticos coinciden en destacar que este as en la manga ya lo usó EEUU en los años treinta del siglo pasado.
La Tariff Smoot-Hawley Act, promulgada en 1930, fue para Steve Forbes, presidente y editor del grupo mediático americano, la principal causante de la Gran Depresión: “Fue la que originó la severa contracción global que duró desde 1929 hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial”. Se aprobó pese a las advertencias del entonces economista y senador demócrata, Paul Douglas, que llegó a implorar el veto presidencial de Herbert Hoover para evitar la debacle de la iniciativa legislativa del Grand Old Party (GOP), que ya dejaba sobradas reminiscencias económicas proteccionistas.
Las promesas arancelarias de Trump atormentan, incluso, a algunas conciencias neoliberales. Como las del Instituto Cato, con alma ultraconservadora, o el Centre for Trade Policy Studies, que no dudan en calificarlas de “serio error”. Quizás no tanto al valorar la embestida tarifaria que ha avanzado contra China, a cuyas rúbricas exportadoras a EEUU pretende aplicar unas tarifas del 60% -e incluso, hasta el 100% en ciertos bienes y servicios-, sino al interpretar el alza del 25% a sus socios del USMCA, Canadá y México, y que afectaría al 83% de las importaciones de su vecino del sur y el 75% del norte en 2023.
Colin Grabow, director asociado de Cato, lo expresa de manera rotunda: “Habrá daños sobre los consumidores, a través de repuntes inflacionistas, y las compañías americanas, que van a perder competitividad por la mayor imputación de costes que, inevitablemente, traerán aparejadas las nuevas tarifas”. Este escenario recuerda y define el proteccionismo de la Gran Depresión, concluye.
Herbert Stiefel, del think tank Center for Trade Policy Studies, resalta la “alarmante similitud” entre ambas épocas y el gravamen adicional, del 10%, sobre toda mercancía china que toque o amarre puertos internacionales. Hay que recordar que la Smoot-Hawley (auspiciada por dos acérrimos republicanos) “aumentó un 20% los aranceles sobre más de 20.000 productos”; teóricamente, lo hizo para “proteger a los granjeros e industriales americanos y a sus trabajadores de la competencia exterior”. Pero en la práctica redujo el volumen del comercio internacional un 66% desde 1929 hasta que en 1934 el demócrata Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia de EEUU y abolió la norma.
Escalada tarifaria contra el ‘business as usual’
La preocupación se ha instalado entre los empresarios aunque el futuro gabinete trumpista se haya configurado con millonarios y ejecutivos. Soterradamente, la mayoría de ellos han revisado las primeras decisiones corporativas para atender nuevos cálculos en el rango de suministro de manufacturas y materias primas que sus compañías e industrias van a demandar en los próximos meses. Y preparan medidas que amortigüen más que probables presiones en los precios y alteraciones (de costes, de recursos de capital y humanos) en sus cadenas productivas.
La nueva ronda de aranceles ya ha precipitado algún viraje estratégico. Stanley Black & Decker, por ejemplo, el mayor fabricante mundial de instrumental de bricolaje, ya ha mostrado su intención de sacar sus centros operativos del gigante asiático. Lowe’s, fabricante de electrodomésticos, critica que las barreras a la importación de bienes made in China del primer mandato de Trump ya les ocasionaron “múltiples problemas” de abastecimiento por las “notables tarifas” impuestas a numerosos catálogos de compras habituales con sus clientes de la segunda potencia económica global.
Mattel, fabricante de las muñecas Barbie, o Whirlpool, otra marca de electrodomésticos, tienen factorías en México y han manifestado estas fechas que la medida tarifaria de Trump les parece devastadora. Casi tres quintas partes del aluminio que compra EEUU procede de Canadá y más de la tercera parte del acero que solicitan sus industrias y empresas, de México. El banco Citigroup cifra entre un 25% y un 30% la subida del precio de estos metales para el sector manufacturero estadounidense.
Las tarifas a los automóviles son otra obsesión de los halcones comerciales que se han adueñado de la política comercial de Trump. Aunque será él en persona el que asumirá las riendas de su gestión federal favorita. General Motors adquiere la mitad del equipamiento de sus famosos pickups de los socios aduaneros norteamericanos. Para Nomura, banco de inversión japonés, están en juego cuatro quintas partes de los beneficios operativos de esta multinacional estadounidense en 2025.
También los ingresos de Toyota caerían sustancialmente con aranceles específicos a esta industria. La décima parte del valor de los componentes y materiales del segmento automovilístico de EEUU proceden de Canadá y México.
Los topes de aranceles a países, sectores o servicios y manufacturas concretas están por determinar y se irán desvelando en los próximos meses. Un reciente análisis de The Economist anticipa las tácticas defensivas de las empresas americanas.
La primera es acumular inventarios, como admiten que harán Dell, HP o Microsoft y, en general, la industria tecnológica, en línea con lo que ocurrió durante la Gran Pandemia por las disrupciones en las cadenas de valor globales. JP Morgan Chase asegura que, en 2024, la ratio de capital humano destinado a ventas entre las 1.500 empresas con mayor valor del país fue la más elevada de la última década, con la excepción del ejercicio en el que se reanudó la actividad tras la Covid-19. El dato desvela la propensión a acumular stock a lo largo del ejercicio.
Otra estrategia, más compleja, es reconfigurar las cadenas de valor con nuevos suministradores y renegociar contratos en vigor, un proceso más exigente y que llevaría años. Pese a ello es la opción favorita entre las firmas con presencia en China.
El archienemigo comercial
El gigante asiático es el rival a batir. Es la herencia que Trump rescata de su primera legislatura. China fue también el azote de la política comercial de la Administración Biden, que vetó transferencias de tecnología al sector exterior, exigió ese mismo bloqueo a empresas de sus socios europeos, asiáticos y anglosajones y elevó tarifas a la importación de chips de alta gama para industrias de innovación y renovables y de materiales y componentes para vehículos con sello de fabricación en la Gran Fábrica Global.
El efecto se ha apreciado con suma claridad. La consultora Kearney precisa que la importación de productos y servicios manufacturados del gigante asiático entre 2018 y 2023 pasó del 24% al 15%; especialmente en los segmentos tecnológicos, apunta la Reserva Federal. Y, aunque la ira trumpista se dirige de manera directa a China, la preocupación de los CEO es mundial. Para Cindy Levy, de McKinsey, los aranceles “son la máxima prioridad en la mente de los ejecutivos”. Varias de sus últimas radiografías de situación revelan que este escenario les “genera ansiedad” por su incertidumbre y “están convencidos de que han venido para quedarse”.
La opinión general entre directivos de multinacionales, especialmente las de EEUU, es que será necesario “modificar las estrategias corporativas para adaptarse a las ambigüedades de 2025”. Y “recomponer carteras de inversión, revisar tácticas operativas, optimizar las cadenas de valor, perfeccionar la atracción de talento y destinar inversiones a la tecnología y el Big Data”. Porque mantener los negocios con China será “bastante diferente”.
En esta ocasión, Pekín “ha preparado el retorno de Trump”, advierte Lizzi Lee en Foreign Policy. Ya entre 2018 y 2020 el gigante asiático logró “minimizar las vulnerabilidades” de su sector exterior y las “presiones comerciales” en un ejercicio de resiliencia. En la versión 2.0 de Trump, el poder de las turbulencias y el riesgo a una insolaciones en su opinión mayor, con el riesgo de que las debilidades de la segunda economía global sigan propagándose por la atonía del consumo.
El líder chino, Xi Jinping, “continúa creyendo en su visión global” y en la capacidad de sus empresas para modificar sus estructuras productivas y “adaptarse a un mercado mundial sin dependencia tecnológica”.
Su confianza en que los amplios estímulos fiscales y monetarios catapulten el PIB es plena, afirma Lee. Casi tanto como su esperada reacción contraria a la obstrucción comercial y al abandono del multilateralismo de Europa o aliados como Canadá, Reino Unido o Japón, por mucho que 2024 haya sido un mal año bursátil, con fugas masivas de capitales, o que se perfilen salidas de multinacionales occidentales: americanas, como Apple, Starbucks, Eli Lilly o Walmart, y europeas, como Volkswagen o LVMH.
En paralelo, China ha contraatacado una investigación por prácticas monopolísticas a Nvidia que no esconde motivos geopolíticos. Es la réplica al veto de la Casa Blanca a sus chips a través de prohibiciones a la exportación de galio, germanio y antimonio, claves para los circuitos integrados, tecnología de infrarrojos o fibra óptica. Pero también tiene visos de encontrar acusaciones fundadas contra la libre competencia del gran emporio del chip y la firma de mayor capitalización del planeta durante buena parte de 2024.
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