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“El cine documental experimental se puede hacer solo, con poco dinero y mucha imaginación”

La cineasta lorquina afincada en Madrid, Silvia Rey

Elisa Reche

Blanca —

Silvia Rey ha vuelto a Murcia. Desde Madrid, esta joven cineasta ya se dirigió a su Lorca natal para grabar su primer largometraje –Dios sabe- sobre las consecuencias del terremoto que sufrió la ciudad en 2011. En esta ocasión seleccionó siete cortos y documentales dentro del programa 'Cine sin pantalla' que se celebra los viernes de julio en el Centro Negra en Blanca. Las rocas donde se erige el castillo de Blanca hicieron de proyector, la terraza del Centro se conviertió en un cine de verano y los filmes seleccionados en esta sesión indagaron en entornos rurales o urbanos en proceso de declive. O reinvención.

¿Cuál es el hilo conductor de los cortometrajes que seleccionaste, y que vimos en el Centro Negra?

Son documentales cerca del cine experimental y también hay un falso documental. Es donde creo que se están haciendo cosas más interesantes porque es un cine que se puede hacer con poco dinero, lo importante es la imaginación, y lo puede hacer una persona sola. Me pareció interesante porque reflexionan sobre el hombre en el paisaje y la sostenibilidad. Hay varios que tratan sobre diferentes propuestas para espacios abandonados, como los que abundan en nuestra región. Hay mucha variedad, desde los más estéticos hasta la diversión del falso documental. Y la idea es que los comentemos al tiempo que vamos viéndolos. También estará presente uno de los cineastas, Miguel Aparicio, con su corto Los Guardianes, sobre un pueblo abandonado.

¿Por qué te interesa esta temática de zonas rurales o abandonadas?

Me interesa mucho el tema de cómo se pueden conservar los pueblos de la forma más auténtica posible, al mismo tiempo que se integra gente joven y modernidad, como es el caso de Blanca y de este centro. Yo soy de Lorca, así que valoro mucho todo lo que tenga que ver con mi infancia y con la vida más rural. Mi padre es militar y con 13 años nos fuimos a Madrid. Lorca tiene una identidad muy fuerte y nunca dejas de ser de allí. Mis padres se fueron hace 25 años y todavía les llaman si se ha muerto alguien que conocían. Nos desligamos de la ciudad al morir mi abuela y ya en mi vida adulta he vivido en México, Portugal y Barcelona y cuanto más viajas más te das cuenta de lo que es la identidad propia.

¿Cómo te surgió la idea de rodar tu primer largometraje sobre las consecuencias del terremoto de Lorca, Dios sabe?Dios sabe?

Quería rodar en Lorca, pero ya no tengo familia directa, entonces se creó una relación extraña. Yo sentí como que ya había perdido a Lorca y que con el terremoto la gente del pueblo la perdía también. Me sentía identificada de alguna manera al haber perdido el vínculo con la infancia. Lorca iba a dejar de ser la ciudad que fue, sobre todo al marcharse tanta gente. Había muchos desplazados y eso te cambia la manera de pensar. Te das cuenta de la fragilidad de la existencia. Venimos de una sociedad en la que todo parece estable y de pronto viene un terremoto y cambia todo. No hay nada perpetuo y esto a veces se nos olvida. En un pueblo cuando llevas toda la vida viviendo en la misma casa, que fue de tus abuelos, etcétera, el shock es más grande.

¿Fue duro el proceso de grabación?

Fue duro sobre todo el primer viaje, a las dos o tres semanas de ir a la ciudad. Era una situación de pesadilla tranquila que nunca terminaba y que espero que eso esté reflejado en la película. Había muy poca gente en la ciudad y quienes estaban tenían miedo, necesitaban comunicarse. La mayoría eran inmigrantes y ya racialmente o culturalmente no identificabas tu ciudad. Es que no había ni policía y había días enteros sin agua. Durante ese tiempo se rompieron las barreras de raza y clase y, cuando pasó, la ciudad volvió a ser la que era antes. Los inmigrantes aceptaron con más facilidad la situación porque entienden que la vida es fluctuante. Cuando estaba haciendo la película tuve un flechazo y pensé hasta quedarme a vivir allí. Lo que recuerdo bastante fuerte es el cambio físico que habían dado los personajes de la película. En dos o tres años se transformaron, como el sacerdote que era un señor muy fuerte y tres años después casi no podía ni hablar.

¿En qué estás trabajando ahora?

Ahora estoy haciendo un segundo largometraje sobre los ciudadanos chinos en Madrid. Además de la fascinación que siento por China desde niña, al introducirme en el círculo me he dado cuenta de que volvía a grabar la misma situación que los ciudadanos de Lorca. Al igual que ellos se sintieron fuera del mundo real, y dentro de una forma de vida no elegida, sino donde te colocan las circunstancias. Cómo una gente casi instigada por su Gobierno se va a todas partes del mundo a conseguir dinero y cumplir sus sueños en China y cómo las circunstancias han cambiado y no tienen cabida en China, pero tampoco están en España. Se han quedado en un territorio de nadie, fuera de la sociedad china y de la española. Ese tipo de desarraigo me interesa porque es el que llevo yo y varias generaciones de mi familia, sentir que te sentías un poco fuera de la fiesta. No es culpa de nadie, pero ha sucedido algo trágico. Yo no busco culpables en la película, de ahí el título de Dios sabe.

Existe esa similitud del destino en ambas temáticas.

Hay una filosofía antigua aquí en Murcia, mediterránea o árabe que también se ve en Oriente, que es esta cosa de generosidad e invitar a todo el mundo que en Madrid o Barcelona no sucede. En Lorca todavía son importantes estos valores del respeto, hacer sentir bien al otro, ser generoso. Esto genera una mejor posición social que tener dinero. Ahora mismo en la cultura occidental es al revés: cuanto más cutre y más listillo seas, más vas a salir en la tele y te van a envidiar. Y nosotros todavía no tenemos esa cultura. Es mucho mejor para la sociedad en general. También he visto esa hospitalidad en la sociedad china.

¿Cuál fue tu posición a la hora de contar el terremoto diferente de la ofrecida por los medios de comunicación?

Tenía miedo por la reacción de los lorquinos porque no aparece el terremoto, y prefería que fuera una metáfora de nuestro terremoto interior, de no saber qué va a pasar con nuestro futuro.

¿Tienes miedo del futuro?

Sí, porque como chica joven me cuesta mucho conseguir el dinero y va pasando el tiempo, ya tengo 37 años y veo a mis amigos que tienen 45 y no creo que vaya a cambiar. Vamos a vivir eternamente en una precariedad. Nosotros somos una generación que se ha quedado en mitad de la nada. Recuerdo la frase de una política que dijo que saldríamos de la crisis, pero se sacrificaría a una generación y esos somos nosotros.

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