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La religión entre nosotros

Suso de Toro

El reciente funeral por las víctimas del atentado en Madrid hace diez años oficiado por Rouco Varela, un personaje de la reciente historia política de España, resultó un rito demoníaco. Rouco consiguió transformar la ceremonia en una expresión personal, una misa de autor, y consiguió mezclar dolor, muerte y violencia. Lo que ya era algo reprobable, una ceremonia religiosa de Estado de una única confesión religiosa, se transformó en un acto verdaderamente partidista, sectario y excluyente. Algunas cosas quieren ser una expresión de prepotencia y en realidad hacen visible lo contrario, una debilidad latente. Cuanto más la Iglesia romana abuse de su poder y patrimonialice el Estado más se desautoriza ante la sociedad.

Con una Iglesia católica como la española, con el papel que jugó a lo largo de su historia en el sostenimiento e implicación en la Corona, en España es imposible no identificar religión con esa institución. Pero llegará un día en que se pueda hablar de religión sin pensar inmediatamente en personajes como Rouco ni siquiera en la Iglesia católica. La religión es algo demasiado importante para dejárselo a los curas.

Si tenemos la humildad de considerarnos como lo que somos, una especie animal, comprobaremos que la inmensa mayoría de los especímenes de nuestra especie que poblaron y pueblan este planeta son seres religiosos. Partiendo de esa constatación, y dejando de lado por un momento la conciencia eurocéntrica y el patriotismo de élites intelectuales que se consideran superiores a los demás, deberíamos inferir que el ateísmo es una peculiaridad ideológica muy infrecuente y muy localizada en ciertos lugares y en ciertas épocas de la historia de nuestra especie.

En el caso español, precisamente por el papel que la Iglesia católica jugó en la historia, el anticlericalismo es un rasgo constitutivo de del progresismo. Todas las corrientes regeneracionistas tropezaron en mayor o menor medida con el poder de la Iglesia, sus intereses y sus maniobras políticas. Aún hoy, ahí están las recientes manifestaciones de la ultraderecha católica, o sea el grueso de la derecha, contra el malvado Zapatero. Pero quedarse encerrados en esa dialéctica con la Iglesia como institución es caer en su trampa.

Alguna vez leemos a católicos afirmar que esos obispos tan reaccionarios políticamente, tan alejados de la sociedad y tan insensibles no son la Iglesia o no la representan. La verdad es que no creo que tengan razón, hoy por hoy ésa es la Iglesia, esas son sus autoridades, sus estructuras de poder, su agenda política y también su interpretación de la historia, de la sociedad y del ser humano. Sin embargo esa reclamación de que el cristianismo es o puede ser otra cosa sin duda tiene todo el fundamento y hay religiosos a nuestro alrededor y por el mundo ofreciendo consuelo y ayuda a oprimidos y marginados. No cabe aquí dilucidar el mensaje de Cristo, aunque si le quitásemos de encima la evolución de la iglesia y, sobre todo, el sesgo que le imprimieron Saulo de Tarso y Agustín de Hipona, descubriríamos una doctrina tan contradictoria y abierta como desconcertante, la de aquel que, según Lucas, no vino a establecer la paz en la Tierra, sino la disensión. Sin embargo no podemos explicar la cultura europea, la occidental si se quiere, sin el cristianismo, esa herejía del judaísmo. Es nuestro patrimonio y nuestro fundamento. El judaísmo fue una religión que creó un sujeto que carga tanto con su libertad individual como con la cadena de la culpa, el cristianismo extendió ese gen de un pueblo a todos los “goyim”, los pueblos “gentiles”. Fue ese sujeto libre, tenso, agónico el que creó la modernidad europea. Bento Espinosa, hijo de judía gallega y judío portugués, exiliado entre exiliados, es el primer intelectual europeo con toda su alegría y desesperación. Si existen el concepto de dignidad personal y el concepto de derechos humanos es porque nacieron del cristianismo.

El Vaticano, esa criatura monstruosa nacida de la coyunda de la política y la religión, tiene una historia verdaderamente curiosa y estrambótica que nos debe llevar a ser tan precavidos sobre sus intenciones como escépticos sobre sus admoniciones, pero hace unas décadas se sentó allí un hombre, Angelo Giuseppe Roncalli, de quien Hannah Arendt escribió una aguda semblanza, que arrojó una piedra a un lago de aguas estancadas. La inmovilidad volvió al estanque hasta hacerse hediondo. Este papa Francisco por ahora podemos pensar aún que es un enigma, aunque dudemos mucho de que sea alguien que vaya a arrojar otra piedra a un estanque de aguas ya pestíferas, pero dado el poder que aún tiene la Iglesia romana es inevitable que atendamos más o menos a lo que viene de esa corte.

No hace muchos años el Vaticano pretendió que un texto constitucional de la Unión Europea señalase al cristianismo como inspirador de la legislación. Es una pretensión fundamentalista y con trasfondo político, pero también sería absurdo ignorar que nuestra moral, y por tanto nuestras leyes, se basan en la tradición cristiana europea; no en las “Analectas” de Confucio, por ejemplo. Sin embargo el cristianismo no es ni la única tradición, está el judaísmo, el Islam y el pensamiento filosófico con su independencia y su crítica de la religión, ni tampoco una realidad tan actuante como lo fue ni tan exclusiva, pues tras las limpiezas étnicas contra judíos y musulmanes, el Islam es nuevamente una realidad social europea.

Quien cree en que las personas tienen dignidad por sí mismas, con independencia de que crea que ésta proviene directa o indirectamente de un dios, quien cree en la democracia, por fuerza aborrecerá el nacionalcatolicismo español o cualquier otra forma de teocracia. Ninguna religión debe imponerse o condicionar la vida de la ciudadanía. Sin embargo creo que se debe pensar cual es el papel lícito de la religión, las religiones, en la sociedad. Por todo lo escrito, creo que tampoco es completamente acertado resumirlo en que la religión es algo puramente particular, de algún modo ha de reconocerse su existencia. Aunque, desde luego, no en una constitución, como es el caso de la actual y obsoleta constitución española.

Convendría discutir el mismo término de religión y su vecindad con el de “religiosidad” pero también se sale de este lugar. Sin embargo las mismas artes nos acercan, y en parte sustituyen, la búsqueda de trascendencia en nuestras vidas, como evidenció Rudolf Otto o como nos muestra el pensamiento, que es una búsqueda poética, de María Zambrano.

Que este diario haya editado un número en papel dedicado a este tema, "Qué está pasando en la Iglesia", no es baladí.

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