Esther López Barceló, escritora: “La justicia para las víctimas del franquismo sigue siendo un capítulo olvidado”
Cuando ya no quede nadie (Grijalbo, 2023) es un canto de amor a los abuelos y padres de Esther López Barceló, pero también a las mujeres que organizaron las asociaciones de memoria histórica, a las supervivientes de la dictadura. Es, en palabras de su autora, “una épica de las vencidas”. López Barceló, que fue diputada por Esquerra Unida en el Parlamento valenciano, es experta en memoria histórica, antropóloga, docente, y acaba de debutar como novelista con esta primera obra de ficción, que ambienta en la Alicante de la posguerra hasta 2007, a través de la vida entrelazada de varias mujeres y sus pérdidas. En conversación con elDiario.es, aborda los aspectos de la narrativa, de la historia reciente del país y de la memoria democrática.
Ha sido diputada, antropóloga, arqueóloga, profesora... ¿Cómo se ve como escritora?
Yo creo que no dejas de ser ninguna de las facetas que aglutinan tu identidad. Sigo siendo todo ello y creo que se ve en lo que escribo. Siempre me he sentido una impostora en todos los espacios en los que me he introducido en un primer momento y después he ido asentándome. Creo que ahora estoy en ese momento en el que todavía me da vértigo llamarme escritora pero empiezo a asumir que es mi estado natural. Soy más escritora que otra cosa.
La novela surge de la fascinación por sus abuelos, pero se origina en un paseo. ¿Cómo fue?
Ya estaba dándole vueltas a una historia y paseando con mi pareja, al ir contándosela, conversando con él, fui ahormándola hasta darle una forma que me empujó a las primeras frases. Una vez las tuve, empecé a escribir, de forma casi compulsiva, y escribí el primer capítulo en una tarde.
No es una novela autobiográfica pero sí parte de algunos episodios familiares. ¿Cómo ha sido el proceso de reconstrucción, de abordar la propia memoria y darle un contenido nuevo a la vida de esas personas?
Hice una especie de ucronía. Imaginé la vida de unos personajes basados físicamente en mis abuelos y en su infancia, les coloqué en una situación en la que la vida -afortunadamente- no les colocó y a partir de ahí intenté evocar cómo hubieran actuado. Eso fue lo que me hizo fluir en la trama. Imaginé a mi iaia Pilar, una de esas olvidadas por la historia en mayúsculas, a mi iaio Gabriel, que para mí fueron fundamentales, y de alguna forma quería colocarles, al menos en mi libro, con sus nombres en mayúsculas y letras doradas.
Creo que el libro es una épica de las vencidas. Además de hacer memoria, una de las cosas que he querido hacer era hablar de cómo las mujeres encerradas en lo doméstico hicieron grandes proezas de resistencia en una de las épocas más oscuras de nuestra historia que fue la represión franquista. Ellas eran las que cuidaban, las que garantizaban la supervivencia del resto de la familia y se enfrentaron a situaciones terribles porque la represión sobre ellas fue doble, de clase y sexual.
Hay un personaje que se refiere a ellas como las guardianas de la memoria.
Se refiere sobre todo en un capítulo en el que evoco lo que sería una de las primeras reuniones de los familiares de las víctimas de las fosas de Paterna. Es un episodio en el que he imaginado, a partir de testimonios que conozco, y quería que participaran en esta historia. Estas guardianas de la memoria han mantenido viva la llama de la memoria de sus víctimas, en su gran mayoría hombres, y han llevado hasta la actualidad de la novela, que se ubica en 2007 de forma muy consciente, antes de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero. En ese momento es un sueño pensar en que se puedan abrir las fosas.
La novela es un canto de amor a tu madre, a tus abuelos, a las mujeres.. Pero también es una novela donde la muerte está muy presente. ¿Fue algo premeditado?
Cuando escribes eres incapaz de huir de tus obsesiones y tus pasiones. La muerte lo es para mí. Por eso estudié para ser antropóloga física y forense y exhumé fosas. Para mí la muerte es el gran tema de la literatura, del arte y de la filosofía. Cómo enfrentarte a la muerte me parece uno de los temas más fascinantes. Está presente desde el principio porque Ofelia comienza este viaje con una de las noticias más terribles de tu vida: que se ha muerto tu padre. Además, es hija única y ya perdió a su madre, queda huérfana. Quería transmitir cómo es ese paso a esa etapa de la vida cuando ya no te queda nadie por encima, cuando eres el siguiente en el camino hacia el final.
Además de arrancar con la muerte, tanto la madre del personaje principal como el resto de mujeres han tenido pérdidas próximas. Los capítulos están narrados a través de pérdidas familiares que son interrumpidas de algún modo, son mujeres que no pueden velar o llorar a sus muertos. ¿La guerra interrumpe el duelo?
La represión más bien. La guerra les sucede en la infancia y cuando se sitúa lo que comentas es la década de los cuarenta, para mí el momento más interesante desde el punto de vista histórico. Me interesa más el primer periodo criminal del franquismo que la propia guerra en sí. Esta novela no es una novela de la guerra civil, es una novela sobre la represión de la dictadura. Efectivamente, lo interrumpe absolutamente todo: el duelo por una madre, en el caso de Pilar y el de Lucía, que es un personaje atravesado por otra de las violencias sistémicas además de la política. La violencia de género se pudría en las casas, en silencio. Esta novela aborda muchos silencios: el colectivo de la dictadura, ese silencio en el que se hundieron tantas generaciones; pero también el silencio familiar y el silencio de las mujeres por la violencia de género. Era un silencio que se quedaba podrido por dentro.
El personaje de Ofelia también ve resignificados algunos conceptos cuando se rompe el silencio: fosa, represión...
Efectivamente. Hay unas frases huecas, uno de los capítulos, en las que Ofelia reconoce que sabía. No es que dejara de saber que una persona de su familia había muerto durante la dictadura, simplemente se había convertido ese relato en una frase, no se había detenido a pensar que eso es un crimen y un trauma. Es en el capítulo 'Los árboles vacíos', cuando Ofelia comprende de verdad el grado de barbarie que supone la represión. Es como una epifanía en la que alcanza el significado de esas palabras.
Es algo que no solo sucede como personaje, sino que refleja un fenómeno social: cómo las familias habían interiorizado el drama al que no se le daba importancia. Se decían frases como “mataron al abuelo en la guerra, desapareció el tío...” y es algo que había quedado impregnado en las familias sin que tuviera consecuencias. Creo que eso se recupera en los dos mil, cuando la tercera generación que no ha sufrido el silencio pregunta y empuja a quienes lo vivieron a denunciar.
¿Ese silencio es algo que se haya encontrado?
Totalmente. Quienes han denunciado la impunidad franquista son las víctimas directas o la tercera generación.
¿Y qué sucede en esa segunda?
Esa segunda generación es la que vive y crece en el silencio. Me refiero a que es muy común que los nietos empujen muchísimo a la recuperación de la memoria porque no han crecido en el miedo, en la dictadura, ya han crecido en democracia. Y cuando se dan cuenta, como Ofelia, de todos los relatos que se van produciendo a su alrededor, se dan cuenta de que no es asumible para un país democrático. Se preguntan cómo puede pasar en un mundo civilizado que siga habiendo víctimas en las fosas; qué daño puede hacer el cadáver de una madre.
Eso dice mucho sobre el miedo como mecanismo represor más allá de una época concreta.
Totalmente. He estado con víctimas directas que mantienen esa sensación de miedo. Mi iaia, cuando iba a exhumar fosas, me decía: ten cuidado, que cuando vuelvan, si saben lo que has hecho irán a por ti.
En ese escenario, el de la reunión, Ofelia apunta: se ha normalizado la barbarie.
Hablamos de que hay miles de víctimas en las fosas esperando a ser exhumadas y de que sus verdugos han muerto en paz, y lo decimos como si fuera algo que no tiene importancia, pero es un crimen de lesa humanidad. Como sociedad democrática lo hemos normalizado a unos niveles que nos llevan a la situación actual, en la que no se va a garantizar nunca la justicia para las víctimas del franquismo. Se puede reparar, se puede exhumar, se hacen políticas de memoria, y por supuesto que estamos a años luz de lo que fue la ley de 2007, pero la justicia sigue siendo un capítulo completamente olvidado.
Antes hablaba de la Ley de Memoria Histórica. ¿Cómo ve la evolución en los últimos años?
Ha habido un avance, pero en materia de justicia se ha quedado muy atrás. La impunidad franquista continúa y creo que permanecerá.
A cada acción encaminada a reparar la memoria le sucede una gran reacción, como sucede cuando se eliminan los vestigios franquistas en las calles o en los espacios públicos.
Esa es la situación en la que vivimos. Por eso elegí 2007, un momento incipiente, en el que los familiares tenían que defender el derecho a exhumar. Afortunadamente, ya no estamos en esa situación, pero quería mostrar esos momentos en los que aún es todo un embrión, en los que había gente que a pesar de la soledad siguió luchando y mantuvo viva la llama, en el desierto y en el páramo de las políticas públicas de este país en 40 años de democracia. Por ejemplo, otra de las cosas que quería marcar es el tema del bombardeo del Mercado Central de Alicante, que siempre ha sido un episodio que desde la ciudad se ha reivindicado mucho pero es un gran desconocido. Una matanza que cometió la aviación fascista italiana contra la población civil gracias a quintacolumnistas que dijeron que ese día había mercado. Toda la cola de gente que había esperando y que fue masacrada fueron madres con hijos, fue una de las matanzas más terribles. A nuestro Gernika le falta un Picasso y creía que era una cuestión de justicia que, en esta ciudad innombrable para la protagonista, estuviera.
¿Por qué decidió que Alicante fuera una ciudad innombrable?
Para la protagonista tiene la misma connotación que para mí. Alicante para mí es un fantasma, ya no es la que es ahora, tiene mi mirada de antes de que muriera mi padre. Desde que murió mi padre, Alicante es una extraña. Quería generar esa misma sensación para el lector, de forma que Ofelia es incapaz de nombrarla porque la hiere, porque le recuerda a su madre y su madre es su mayor pérdida, la que cambia por completo su rumbo. Decide que no puede siquiera habitar esa ciudad, se marcha a Madrid en una huida y se casa para llenar ese vacío. Quería generar esa sensación no nombrándola, aunque evidentemente se reconoce, convertirla en un personaje que es como un fantasma.
El libro está lleno de referencias y homenajes: a Carmen Martín Gaite, Ana Orantes, Joan Didion...
En algunos casos son referencias obligadas. En el caso de Didion, la reflexión está totalmente inspirada en Las noches azules y El año del pensamiento mágico, dos obras que para mí son fundamentales para abordar el duelo. En el caso de Ana Orantes, es totalmente pensado, hablado y comprometido con su hija, Raquel Orantes y Noemí López Trujillo, que hizo el podcast sobre su vida, un homenaje en un capítulo que recoge su vivencia tal cual ocurrió. Además de recuperar la memoria colectiva quería hacerlo también de la memoria de las mujeres. También tiene algo de realismo mágico, muy centrado en el personaje de Tomasa Parra.
Es algo muy característico de la cultura española: las mujeres brujas, videntes, curanderas... del que no se ha hecho mucha literatura. Recuerda a Aixa de la Cruz, a Layla Martínez...
Ambas son maravillosas. Bebo mucho de la literatura de ambas, también de Almudena Grandes, que es la gran escritora de la memoria. Y tiene un homenaje a La memoria del frío, de Miguel Martínez del Arco, que para mí es una de las mejores novelas que se ha escrito.
La novela refleja además la violencia machista en las viviendas y en las filas de las organizaciones de izquierda.
La había porque era sistémica, completamente normalizada. Ese personaje en concreto lo he perfilado más como un oportunista en el sindicato, pero no he tenido ningún problema en abordarlo. Creo que es importante contar la realidad como era, en la gran mayoría de las casas, física o psicológica. En los años treinta era así y si no lo contamos estamos romantizando el pasado, algo muy peligroso.
También, respecto a los personajes, ninguno viene de una tradición política muy marcada.
Hay un momento en el que un personaje duda de que eso les suceda a sus padres porque no han entrado en política. Te podía pasar porque era una cuestión de clase: si eras un nadie, la represión te tocaba. A los muertos de hambre siempre les tocaba pagar las facturas. También me gusta contar que a Gabriel le amputan una pierna porque trabajaba en el puerto descargando plátanos y, en vez de ir a comer al bar, se comía los plátanos para llevar ese dinero a casa. Así es como coge una diabetes, se le gangrena la pierna y se la tienen que amputar. Esa es la historia real de mi abuelo. Me gustaba que ese personaje, basado en mi abuelo, tuviera esa realidad.
Está muy presente la red de cuidado mutuo de las mujeres.
Quería hacer eso, la épica de las vencidas. Cómo resistían ellas. Sin esa red de cuidados de unas a otras no habrían podido hacerlo. Y es tan importante como hablar de la red de combatientes. Quería contar lo que pasaba dentro de las casas, en ese mundo femenino y silencioso que sacaba a las familias adelante, que es el que ha hecho que hayan llegado hasta nuestros días. Por eso al final le dedico el libro a mi iaia y a mi bisabuela.
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