¿Para qué sirve el nombre de una plaza? Una reflexión a propósito de la de Juan Pujol
El nombre de una calle (o de una plaza) a menudo nos brinda la oportunidad de indagar en la memoria del lugar, incluso en la de antes de que existiera la calle. Sucede sobre todo en los centros históricos. Es el caso, por ejemplo, de la calle de la Puebla, una de las más antiguas del barrio de Malasaña, que arrastra recuerdos de la Puebla Vieja o Puebla de Juan de la Victoria, primitivo asentamiento fuera de la ciudad a finales del XVI o principios del XVII, cerca del camino de Fuencarral. En otras ocasiones, el nombre de la calle da noticia de la actividad tradicional que se ha desarrollado en la zona, como en la calle de la Madera o en la de los Libreros.
Sucede que muchas calles llevan nombres propios asociados. En el caso de las más antiguas se trata de algunos de los primeros moradores –reales o míticos- de la vía. Es el caso de la calle Quiñones (donde tuviera Elvira de Quiñones una de las primeras imprentas de la ciudad), o la calle de Manuel (a secas), que trae recuerdos de una leyenda. En estos casos el nombre de la calle continúa a medio camino entre el homenaje y la memoria.
Aunque ya existían antes calles dedicadas a personajes pertenecientes a las élites, de evocación civil o religiosa, a medida que el Estado va fortaleciéndose empiezan a proliferar los homenajes a grandes personajes del relato nacionalista en el callejero. A este respecto, Malasaña es una porción señera del plano de Madrid por su participación en la Guerra de la Independencia: Manuela Malasaña, Daoiz, Velarde, Ruíz…
Sucede entonces que la memoria se desvincula del territorio a través de homenajes a políticos, literatos y otros prohombres: el homenaje busca conformar la memoria de la comunidad en sentido amplio (aunque en el caso de los héroes de 1808 sí existe una relación territorial).
[Diccionario histórico: consulta aquí el porqué del nombre de cada calle en Malasaña]
La construcción de la memoria (es decir, de un relato identitario) despegado de la realidad de las calles que nombran y centradas en nombres propios no puede sino entrar en el terreno del conflicto. Ojo, no consideramos negativo necesariamente el conflicto: tan sólo lo constatamos.
Lo que en primera instancia es un método para, en relación con los números de los portales, localizar viviendas y comercios, se convierte a través de la fuerza evocadora de los nombres, en un campo de disputa ideológica y -por la particularidad de la historia de España (y del Franquismo)- toca hoy ajustar cuentas con lo que queremos ser a través del nombre de nuestras calles y plazas.
La Plaza de Juan Pujol, a la que yo, por generación, siempre llamo de El Madroño (en recuerdo de un popular bar que allí hubo), es una de las que figura en la nómina de calles y plazas con nombre franquista a las que el Ayuntamiento de Madrid quiere cambiar la denominación.
Pujol fue jefe de Prensa y Propaganda de los militares golpistas en 1936 y delator de, al menos, el padre de Fernando Sánchez Dragó, el periodista Fernando Sánchez Monreal. El escritor, conocedor del poder simbólico de los nombres –de nuevo la mezcla de homenaje y memoria- cambió él mismo la placa de la plaza por otra con el nombre de su padre, en un acto catárquico similar al que merece toda una generación que más que vencidos fueron humillados a perpetuidad, con los nombres de sus verdugos impresos en sus calles.
[Artículo: cinco propuestas para renombrar la plaza de Juan Pujol]
Ahora, el Comisionado de la Memoria Histórica, entidad dirigida por Francisca Sauquillo y compuesta por otros seis vocales, propone que pase a llamarse plaza de Corpus Barga (seudónimo de un periodista republicano). La propuesta -no vinculante-, choca frontalmente con la pretensión inicial del Ayuntamiento de que los vecinos fueran protagonistas a la hora de renombrar los espacios. Por lo demás, está en la línea memorialista que se ha impuesto en el callejero madrileño desde el siglo XIX: menos memoria local y más relato nacional; menos memoria y más homenaje. En este caso, se trata de cambiar a un periodista facha por un periodista progresista, dentro de una lista de 27 propuestas poco estridentes por vocación, que transcurre sobre el eje de un relato conocido: el de la reconciliación nacional.
Pero resulta que la plaza hoy llamada de Juan Pujol tiene un nombre popular, de los que decíamos apelaba a antes a la memoria cercana que al relato nacional. La plaza ha sido llamada siempre por la gente plaza del Rastrillo, por ser espacio de venta informal desde mucho tiempo atrás. Este nombre se superpuso al de Plazuela de El Espíritu Santo, que lucía en los planos, y ha sobrevivido el paso de Maravillas a Malasaña, siendo utilizado aún por muchos vecinos.
Sin entrar a discutir los méritos del periodista Corpus Bargas, es claro que su nombre podría colgar lo mismo de esta plaza que de cualquier otra pero ¿Podría cualquier otra plaza del barrio ser llamada la plaza de El Rastrillo?
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