Historia de las milagrosas y radiactivas aguas del balneario de la calle Infantas
Al igual que la tradición manda que en San Isidro hay que beber la milagrosa agua de la fuente de la Ermita del santo, hubo un tiempo en el que la radiactividad era considerada como una fuente de prodigiosos beneficios para la salud y superpoderes.
Si hoy las evidencias científicas han demostrado sus nocivos efectos para el cuerpo humano, a principios del siglo XX el recién descubierto fenómeno físico era síntoma de salud y se empleaba, incluso, para curar todo tipo de dolencias.
Viendo el gran negocio que podía suponer, en 1906 una empresa llamada Sociedad Española del Radio y sus Aplicaciones decidió poner en marcha un pionero SPA en Chueca, en un local que ocupaba la calle Infantas 19-21 y Barbieri, 2.
Este balneario urbano, sin precedentes en la ciudad, se anunciaba como un “establecimiento de aguas radio-azoadas” especializado en el tratamiento de enfermedades del aparato respiratorio y prometía mejorar la salud de quienes se sumergían en estas aguas cargadas de radiactividad sin tener que trasladarse a lejanos balnearios.
Según explicaba su director, el doctor Arturo Pérez y Fábregas, el balneario urbano de la calle Infantas estaba dotado de una sala con seis aparatos de inhalación, otros seis de pulverización y una “ducha nasal”.
En una sala anexa había una fuente con “agua gaseada radiactiva” y otra con agua filtrada para lavar los vasos y un tercer espacio donde se ubicaban los aparatos de mezcla y los acumuladores de presión.
El principal objetivo de este espacio era “restituir la radiactividad” y, consecuentemente, todas as propiedades medicinales de las aguas minerales traídas de manantiales como el de San Rafael, El Espinar, Panticosa, Urberuaga, Caldas o Aliseda, zonas donde abundan elementos radiactivos que se transmitían al agua y que luego se enriquecían con más radiación.
Unas propiedades que, según los expertos de la época, superaban los beneficios medicinales y terapéuticos de las aguas termales tradicionales porque hacía “más activos sus principios químicos”, además de ser “el tónico por excelencia de los organismos quebrantados, saldando el déficit del desgaste nervioso”.
En un anuncio publicado en el diario ABC el 18 de mayo de 1909, se desgranan los argumentos científicos de la época para justificar las ventajas de tratarse con las aguas radiactivas del balnerario urbano de la calle Infantas, que además de por la calidad de sus servicios destacaba por “lo económico de sus tarifas”:
Y si no querías desplazarte a su elegante y confortable balneario de Chueca ellos mismos te podían llevar la radiactividad a casa y darte los baños a una temperatura al gusto del consumidor. También suministraban barros radiactivos a domicilio para curar el reumatismo crónico y el poliarticular deformante, la artritis, los dolores de cabeza, la parálisis, los pruritos o los eczemas, entre otras dolencias.
También dentro del barrio, pero en el Paseo de Recoletos 31, tuvo actividad el Instituto Radium Terapéutico de Madrid. Un espacio donde se instaló un emanatorio y en el que, según la prensa de la época, se realizaban baños hidroeléctricos de Radium para activar “la función del organismo en general, y especialmente las del hígado, bazo, páncreas tiroides y otros órganos; excita la Hematopoyesis, hace más soluble y destruye el ácido úrico de la sangre”.
El tiempo demostró que los efectos de la radiactividad, que también se incluía en las aguas minerales para su consumo por vía oral, distaban mucho de ser milagrosos para el organismo, como muy bien comprobaron en sus propios cuerpos Marie y Pierre Curie, los descubridores del radio.
Poco a poco la moda de la radiactividad fue dejando de ser un negocio y la Sociedad Española del Radio y sus Aplicaciones cesó su actividad en 1913, cerrando para siempre las puertas del primer balneario radiactivo de Madrid.
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